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Ucrania: renace la amenaza nuclear

En 1986 existían sobre este frágil planeta 70.374 cabezas nucleares con una capacidad suficiente para terminar varias veces con la vida en la Tierra. Aunque puede parecer muy absurdo, el mundo vivía en una cierta tranquilidad, no solamente por el hecho de que no tenía sentido autodestruirnos, aunque no era descartable, sino porque tanto la doctrina soviética como occidental establecían el uso del armamento nuclear en respuesta a un ataque nuclear que pusiera en peligro la existencia del país, es decir, nunca, teóricamente.

Desde entonces, el arsenal nuclear se ha ido reduciendo a través de diversos acuerdos hasta llegar a 2020 en el que la Federación de Científicos Americanos estimaba que existían unas 12.700 cabezas nucleares, una pequeña parte sólo desplegadas. Rusia tiene desplegadas unas 1.800 y Estados Unidos 1.600; a ello se suman 280 de Francia, 350 de China y 120 de Reino Unido. Se desconoce el número de Paquistán, India, e Israel, aunque se estiman que entre los tres no superan las 100 cabezas. Es decir, se ha realizado un tremendo esfuerzo de racionalidad que todavía es insuficiente.

Sin embargo, todo esto cambió con la aprobación por Vladimir Putin de la nueva doctrina de uso de armas nucleares rusa, el 2 de julio de 2020, que sumaba a la anterior condición dos más para justificar el uso de armas nucleares: un ataque de un adversario contra una infraestructura militar o gubernamental crítica de la Federación Rusa, cuya disrupción minaría la capacidad de respuesta nuclear (por cierto, esto incluye el magnicidio del presidente); o una agresión contra la Federación Rusa con el uso de armas convencionales cuando pongan en peligro la existencia del Estado. Esto significa que se reserva el derecho de usar primero sus armas nucleares sin que exista una amenaza simétrica.

Putin, como bien hemos aprendido en esta guerra, no dispone de un buen Ejército convencional y, sin embargo, quiere ser un actor global. Así que la mitad del presupuesto de modernización ruso se ha dedicado a armas nucleares muy sofisticadas, como el Poseidón, un misil dron submarino, capaz de llegar al río Hudson sin ser detectado y detonar una bomba de 100 Kt; o el misil balístico Sarmat, que es capaz de reentrar en la atmosfera a poca velocidad, con cabezas nucleares frías, no detectables térmicamente. Rusia se está preparando para destruir a sus enemigos nuclearmente sin dejar una capacidad de respuesta equivalente.

Si bien las cabezas nucleares son las que poseen el carácter destructor, lo relevante es la plataforma sobre la que van integradas. Y es en este punto donde encontramos una gran diferencia. Estados Unidos posee una gran capacidad de misiles balísticos, de alcance superior a 5.500 km. sobre submarinos y en silos nucleares, al igual que Rusia. Sin embargo, en Europa, Estados unidos apenas dispone de 100 bombas nucleares B-61 para ser integradas en aviones de combate, mucho más vulnerables y lentos. Lo mismo ocurre con las cabezas francesas y británicas que no están integradas en submarinos. Occidente ha venido manteniendo el arma nuclear como disuasión y ahora Rusia la considera un arma más de su arsenal ofensivo.

En julio de 2014, Rusia hizo el primer lanzamiento del nuevo misil de alcance intermedio SSC-8, lo que constituía un incumplimiento del acuerdo INF (Intermediate Range Nuclear Forces) firmado entre Washington y Moscú, que prohibía desarrollar misiles con capacidad de portar armas nucleares con un alcance inferior a 5.500 km. y superior a 500. Este descubrimiento fue notificado por Estados Unidos a los aliados. Rusia dispone de unos 100 SSC-8. Se han desplegado en 2 batallones, uno localizado en Kasputin Yar, en el Suroeste, y el otro, que al parecer se ha desplazado al Norte, cerca de San Petersburgo.

Cada batallón consta de 4 lanzadores y cada uno tiene una dotación de 6 misiles. Es decir, que Rusia tiene preparados, a menos de 500 km. de sus fronteras, 48 misiles capaces de portar una cabeza nuclear y que se ocultan en camiones camuflados o vagones de mercancías. El problema es que los camiones desaparecieron de sus emplazamientos originales al declarar la alerta Putin de sus fuerzas nucleares hace pocas semanas, para evitar que sean destruidos. Es muy posible que en estos momentos se encuentren a menos de 200 km. de la frontera.

Las preguntas que todo el mundo se hace son: ¿Para qué hacer un ataque nuclear a corta y media distancia?; y ¿para qué tipo de disuasión? Y, en segundo lugar, ¿es una amenaza real? Rusia podría usar un arma nuclear en el campo de batalla, por ejemplo, Ucrania, para conseguir un desmantelamiento total de la defensa local, como ocurrió en Japón en 1945, y pasar a continuación a un proceso de desescalada; es decir una y no más, conforme a la nueva doctrina. El peligro para Europa del Este es que, si cae Ucrania, Rusia podría desplegar estos misiles en la frontera teniendo a su alcance ciudades como Varsovia y Bucarest, sin casi capacidad de respuesta.

Teniendo en cuenta el actual estado de lentitud en las operaciones, un ataque nuclear ruso acabaría con la guerra de forma inmediata, lo que sería una tentación para Putin, vista la situación de atascamiento. La cuestión es: ¿qué pasaría después? En un país con cuatro centrales nucleares como Ucrania, una pequeña explosión de ese tipo, 10 veces inferior a Hiroshima, cerca de una central, generaría suficiente radiación para confundirla con un accidente nuclear supuestamente provocado por los propios ucranianos.

La OTAN debería ser muy taxativa en considerar la respuesta nuclear occidental en cualquiera de estas circunstancias. En definitiva, que Rusia ha decidido ser un jugador de igual a igual con Estados Unidos y China, con 15 veces menos de Producto Interior Bruto, basándose en su capacidad de destrucción nuclear y en su disposición a utilizarla. Si no fuera por ella, ya habríamos terminado con la guerra de Ucrania y, seguramente, nunca hubiera comenzado.

Por Enrique Navarro

Presidente MQGloNet


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