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Viernes, 26 de abril de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

Trump: No hay mal que por bien no venga

El famoso refrán castellano nos viene perfecto para entender algunas de las consecuencias positivas que la llegada de Trump a la Casa Blanca puede traer para España y también para Europa. La llamada a relativizar la alianza estratégica ente Estados Unidos y el Viejo Continente, o al menos a una redefinición de las relaciones y del compromiso económico y militar de Washington con el otro lado del Atlántico, ha sido más incentivador que las ultimas diez cumbres celebradas en el marco de la Unión Europea.

Europa es una realidad muy compleja en la que convergen intereses muy diferentes y a menudo contradictorios. En cuanto a la unidad económica y de mercados, muchos son los países interesados en formar parte de un gran club de libre comercio y de políticas redistributivas que permitan reducir las desigualdades entre las naciones y erradicar las bolsas de miseria, especialmente en los países del Este. Pero en materia política y de liderazgo internacional, en cuanto a las relaciones geoestratégicas, es imposible avanzar todo a una.

Apenas cuatro países, los cuatro grandes de la Unión Europa, incluyendo a Reino Unido, han tenido en los últimos cincuenta años ambiciones estratégicas que han conducido a disponer de unas estructuras de fuerzas militares muy relevantes e incluso una capacidad de disuasión nuclear. Pretender conformar una alternativa a Estados Unidos sin ambición estratégica es imposible y esta capacidad está llamada a las grandes superpotencias, en las que la comunalidad es muy alta.

Hoy en día los cuatro grandes países del Continente conforman más del 70 por ciento del PIB (Producto Interior Bruto) y coinciden en su visión del mundo y de Europa. Sin duda existen circunstancias históricas que han generado diversos focos de interés. La historia de los conflictos ha ido conformando a cada país en una especie de trayectoria vital a la que es muy difícil sustraerse.

Es muy posible que otros países de menor tamaño, como Holanda o Bélgica, se añadan a esta iniciativa, pero su presencia será complementaria, dada su envergadura económica. El liderazgo en la política internacional es clave y conformar un núcleo duro en la Unión Europea es la mejor garantía de que se producen avances significativos. Es una carrera en grupo y la velocidad la marca el más lento, no el más rápido, y esta dinámica debe superarse cuando son tantos los retos que nos acechan y que debemos abordar con amplitud de miras.

Tres son los grandes pasos que deben darse a continuación. El primero, abordar un incremento del gasto que sea realista. De nada sirve poner objetivos mágicos, como el 2 por ciento, cuando no solo es inalcanzable, sino innecesario. Solo un cambio estratégico de una gran envergadura justificaría semejante incremento. Para la guerra asimétrica no son necesarias grandes estructuras de fuerzas y, por ende, grandes presupuestos. La capacidad militar actual de las cuatro grandes  potencias es más que suficiente para abordar varios escenarios de este tipo a la vez.

La segunda cuestión es mucho más delicada: La política. De nada sirve tener grandes medios si no hay una dirección política única. Si para cada decisión militar es necesario buscar un consenso, la iniciativa estará llamada al fracaso. Es necesario crear una autoridad política de defensa capaz de movilizar determinados recursos con total libertad para atender determinadas misiones. La dirección política de las acciones de seguridad debe ser única e independiente de los países y esa autoridad debe disponer de capacidad de contar con recursos suficientes para atender determinadas situaciones.

El tercer gran reto es la organización militar. Una autoridad política requiere de una estructura de mando. Un cuartel general que le asesore y fuerzas permanentes. Los actuales mandos operativos que funcionan en el marco comunitario deberían integrarse como unidades de fuerza. Deberían comunalizarse medios de despliegue y de soporte logístico; unidades de fuerzas especiales, medios de fuego de alta movilidad, unidades de ingenieros y de sanidad militar; una estructura naval y aérea con una determinada disponibilidad que permita el control del tráfico aéreo y la ejecución de determinadas acciones de fuerza.

Sin todos estos objetivos cumplidos, Trump habrá conseguido los suyos. Aumentar la dependencia de Estados Unidos, pero, según los intereses de los norteamericanos, un modelo muy lejos de las bases que conformaron la Alianza Atlántica. Por primera vez Europa tiene una gran oportunidad de crecer como entidad política y, por ende, en el campo de la seguridad y, además, hacerlo con un gran apoyo de la población. Veremos una vez más si los europeos están a la altura de las circunstancias.

Enrique Navarro
Presidente MQGloNet

 


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