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Viernes, 29 de marzo de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

Cambio climático, “yihadismo” e inmigración

Las oleadas migratorias de origen africano que presionan las fronteras Europa y la crisis del Sahel caminan de la mano. Con acertada visión, el jefe del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas hacía recientemente una llamada de atención a los europeos: si la Guerra de Siria, un país de unos 20 millones de habitantes, generó en Europa un importante escenario de desestabilización por la presión migratoria, qué no podrá provocar en el Viejo Continente la bomba de relojería del Sahel, con 500 millones de personas en su territorio. Mientras el fenómeno de los desplazados por el conflicto sirio tocó techo, el problema africano para Europa no lo va a alcanzar.

 

De entrada, porque cada vez están más cerca lo que tantas veces oímos en los últimos años: Las guerras del agua. Agravando los problemas crónicos del continente africano, los efectos del cambio climático están provocando más hambre y conflictos, dos palabras que van de la mano. La deriva del buque Aquarius con centenares de inmigrantes a bordo, que Italia se negaba a acoger y que terminaron en España, no es más que el ejemplo mediático de lo que viene ocurriendo con números más dramáticos y menos focos. El servicio de Salvamento Marítimo español rescató 302 pateras hasta el pasado 15 de mayo, en las que viajaban 6.637 personas.

 

La presión migratoria sobre las costas italianas es de sobra conocida, un esfuerzo de medios humanos y económicos para un país en que se han alzado al poder por la vía de las urnas las posturas más contrarias a la inmigración, tachadas por buena parte del resto de Europa de xenófobas e insolidarias. En manos de los países del Sur de Europa está la barrera inicial, pero la amenaza de desbordamiento sacudiría la estabilidad del conjunto del Continente. Más allá: casi todos los que llegan huyendo de la región del Sahel, que aglutina a 11 países, entre ellos los más pobres y subdesarrollados del planeta, sueñan con cruzar los Pirineos.

 

Sequías, hambrunas, pobreza extrema y gobiernos fallidos, son caldo de cultivo para el yihadismo, el gran enemigo asimétrico del que cabe esperar cualquier método de combate, entre los que ya consta el afán por favorecer flujos migratorios ilegales masivos a Europa. La intolerancia social que su presión provoca tiene reflejo claro en el éxito de los populismos y el hundimiento del sentimiento europeo, la misma empanada que se esconde tras el American first.

 

En este escenario, cuesta entender la tardanza en la reacción europea. Las estrategias de defensa deben ser cada vez más conscientes de los riesgos que acarrea el cambio climático; que lo que está pasando en el Sahel es mayor amenaza para Europa que la que Rusia pueda suponer en el Báltico; que África es para Europa su frontera Sur y principal problema. Deben incrementarse los esfuerzos de las misiones militares europeas en la región y en paralelo la ayuda al desarrollo y la cooperación. Gastar ingentes recursos en las fórmulas de detectar en el mar a los inmigrantes, lo que termina siendo como poner puertas al campo, y ser cauteloso y reticente en hacerlo en las medidas que eviten que tengan que abandonar sus países no parece muy inteligente.  


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