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¿Debió darse la batalla del Ebro?

Ayer notia

Fue ahora hace más de setenta años. A las cuatro horas cuarenta y cinco minutos de la noche del 16 de noviembre de 1938, exactamente, una fortísima explosión sacudía el río Ebro a su paso por Flix. El puente de hierro allí instalado se derrumbaba con gran estrépito y Manuel Tagüeña, uno de los jefes principales de las fuerzas que repasaran el río al anochecer de la jornada anterior, escribió años más tarde: “Después de 115 días de intensos combates había terminado la batalla del Ebro”.

La batalla se había iniciado, también exactamente, a las cero horas quince minutos del 25 de julio. El general Rojo, supremo jerarca militar de las fuerzas atacantes, dijo que en ese momento se puso en marcha “todo el frente que afectaba a la maniobra, abordando el paso del río seis Divisiones por doce puntos distintos”.

En total, pues, ciento quince jornadas cabales, con un saldo trágico impresionante. Se han barajado aquí, al efecto, muchos números, porque un cálculo siquiera aproximado de bajas es, si no imposible, sí extraordinariamente difícil. Nosotros, en el libro dedicado a la batalla, hemos dado entre otras y como resumen para no cansar al lector, dos cifras “redondas”: 60.000 y 70.000, correspondientes respectivamente a los Ejércitos de Franco y de Vicente Rojo.
Pero hay aquí algo más que esos números, y es el factor del sufrimiento humano, del cansancio infinito, de las repercusiones que “el Ebro” produjo en la moral de todos los españoles. El general Martínez de Campos (bando nacional), escribió: “La batalla transcurrió de un modo lento, lúgubre y monótono... La batalla fue agobiante. Fue como una cárcel o una checa” Antonio Cordón (bando contrario) dijo, por su parte: “Fue la del Ebro, por su duración y su extremada dureza, una batalla de desgaste, de tremendo desgaste por ambas partes. Las pérdidas en hombres y en material de uno y otro fueron muy elevadas”. James Claugh, extranjero, pondrá punto final a estas dos citas: “Monótona batalla de desgaste —señaló. Un infierno de calor, bombas y polvo torturaba a las tropas”

Foto: En el puesto de mando el general Franco mira con los gemelos hacia los aviones. Con él aparecen el general Dávila, jefe del Ejército del Norte, y el teniente coronel Barroso, jefe de la sección de operaciones del Cuartel General.
Hemos entrado así en situación. Y una pregunta salta ahora inevitable, tanto que no es la primera vez que se hace: ¿Era necesario que tal batalla se diera?.
Don Jorge Vigón estampó en su cuaderno de Memorias estas palabras de su hermano Juan, jefe del Estado Mayor del Ejército nacional del norte, mandado por el general Dávila: “En la batalla hemos puesto más que en ninguna otra para ganar la guerra, y será, sin embargo, la que menos nos agradezca España.
Las palabras fueron pronunciadas el 16 de noviembre. Y entonces España —la España del general Vigón, se entiende, su retaguardia principalmente— se encontraba con el ánimo muy bajo, deprimido por los largos meses transcurridos, por las bajas cuantiosas, sin compensación aparente alguna frente a los inmensos sacrificios.
Eran abundantes las críticas corrosivas y las críticas no cesaron luego. Por supuesto el panorama tenía enfrente una réplica más amarga aún. Esta: ¿debió Rojo empecinarse en defender el terreno a toda costa, aún viendo cómo su Ejército era destruido antes de retirarse a la otra orilla? Forzada pregunta que se hacían todos en aquella España, mucho más deprimida, casi desesperada, casi alocada.

LA “NECESIDAD” DEL EBRO
Hay que empezar en esta cuestión por los antecedentes del hecho si no queremos perdernos en una maraña de interrogaciones y discusiones.
Echemos la vista atrás. El 4 de abril se ocupaba Gandesa; el 5, Lér ida; el 15, Vinaroz, llegándose al mar. Las fuerzas nacionales habían dividido a las contrarias, que podían así ser batidas separadamente.  Por razones durante muchos años ignoradas, pero de trascendencia diplomática e internacional evidente, que hemos expuesto en nuestra monografía La ofensiva sobre Valencia, el general Franco decidió atacar la capital del Turia y dejar tranquilo, de momento, el frente catalán.
El avance por el áspero Maestrazgo y por la costa sería entonces durísimo, encontrando las Divisiones nacionales una resistencia casi numantina. La campaña, que se esperaba rápida, se prolongaría hasta muy avanzado julio y entonces y de repente, cuando parecía que Valencia estaba casi al alcance de la mano, se interrumpió: en el Ebro había ocurrido algo muy grave.

Foto: Esta fotografía, como las demás de acción que ilustran este trabajo, son de calidad deficiente, pero tienen el enorme valor de proceder de una película rodada durante los combates. Obsérvese, en ésta, la enorme tensión que refleja el rostro del soldado poco antes de saltar a tierra.
El general Rojo, que durante los meses de marzo y abril anteriores vio cómo llegaban a Cataluña las tropas en desbandada, dudando que en tales condiciones pudiera allí seguir resistiendo, se encontró con el regalo del Tiempo, factor indispensable en una guerra.
La ofensiva sobre Valencia “nos iba a dar el tan ansiado respiro que necesitábamos para reorganizarnos” escribiría Juan Henríquez-Caubín, jefe de Estado Mayor de una de las Divisiones de la futura batalla. Se llamarían reemplazos, se reorganizarían las unidades y se fortificaría el terreno intensamente.
El 25 de julio, siete Divisiones, mas alguna Brigada suelta y un Regimiento de Caballería, con tres Divisiones más y otro Regimiento de Caballería en reserva, apoyadas por numerosas piezas de artillería y carros, iniciaron la gran operación de cruzar el Ebro de noche. Contaban con 250 barcas, 18 puentes, dos compuertas y numerosas pasarelas y la instrucción había sido dura, larga y, por todos los indicios, acertada. Modesto habló de “cientos de horas” de trabajo y de un acertado “slogan”: “Ríos de sudor para evitar ríos de sangre”
Modesto (Juan Guilloto León en rigor, Juan Modesto Guilloto en nombre de guerra), era el jefe del Ejército del Ebro, un ejército “casi todo él comunista’ en frase de Azaña. Líster y Tagüeña tenían los mandos de los dos Cuerpos de Ejército actuantes.
Enfrente se encontraba el general Yagüe, con su Cuerpo de Ejército marroquí. Contaba con una División magnífica, situada casi toda ella en reserva, la 13; una francamente buena, la 105, y dos “novatas’ la 40 y la 50. Esta última sería la que desplegara en el arco del río montado con centro en Gandesa, estando destinada a aguantar el gran empujón. Una fatalidad para Yagüe, porque se trataba de una unidad no probada por el fuego. Además, la orilla derecha del Ebro estaba poco fortificada, tanto en número de obras como en disposición y calidad.

EL TRIUNFO INICIAL
La operación del paso constituyó un éxito indudable. El general Kindelán, jefe de las Fuerzas Aéreas de Franco, escribió: “Fue una operación razonable y acertadamente concebida y ejecutada”
Al acierto estratégico del punto del frente elegido se une la perfección táctica. El río es cruzado fácilmente por nueve puntos, fracasándose en dos más y quedando las fuerzas detenidas en otro.
La 50 División no ha podido evitar el paso y los soldados son presa de confusión y a veces de pánico, con bastantes excepciones aisladas. La noche constituye un factor adverso y las primeras noticias recibidas resultan muy confusas.
Pero la operación no había constituido sorpresa alguna, pues era esperada. ¿Cómo, entonces, no se enviaron por anticipado más unidades al sector y, sobre todo, de mejor calidad?

Foto: Líster, uno de los jefes del bando republicano que tomó parte destacada en la Batalla del Ebro.

La estrategia económica de fuerzas del general Franco —perfectamente correcta— consistía en mantener los frentes pasivos con tropas mínimas, que caso de ataque debían resistir, casi siempre a ultranza, contribuyendo así a la llegada de reservas y a resolver la situación general. Sólo en último extremo se suspenderían las operaciones llevadas a cabo en otros teatros de guerra.
Pero en el paso del Ebro no hubo resistencias locales decisivas, como en Villarreal de Alava, Quijorna o Belchite, salvo en el cruce efectuado cerca de Amposta o en Fayón. Así los atacantes continuaron progresando durante la noche, y al terminar el día 25 ocupaban un medio círculo con centro en Gandesa, no conquistada, y otro más reducido al norte.

Vicente Rojo apuntó triunfal:
“Han pasado todos los que tenían que pasar”. “El balance de los combates —señaló Tagüeña— nos ha sido francamente favorable” Y Negrín telegrafiaba a Azaña: “La jornada ha constituido un triunfo” Pocos días después, el 31 de julio, el Boletín Decenal de la Sección de Información del Ejército de Tierra diría más todavía: “Se ha impuesto al enemigo una profunda variación en sus planes. Se le ha hecho detener indefinidamente su marcha hacia Sagunto y Valencia “.  Este sí que era un éxito grande.

LAS PRIMERAS REACCIONES
Franco disponía de una masa de maniobra numerosa, curtida, eficaz: solo que la tenía empleada, casi exclusivamente, en la ofensiva sobre Valencia.
El paso del Ebro fue estimado por él desde el primer momento en su justa gravedad: aquella no era una simple operación de distracción y las espaldas de las fuerzas que atacaban la ciudad del Turia o quizá la propia Zaragoza podían verse seriamente amenazadas. Prueba de lo que decimos es que a las nueve de la mañana ¡del propio día 25! el Generalísimo ordenaba embeber en la lucha las Divisiones 13 (casi toda en reserva), la (situada en el frente de Castellón) y la 82 (en el de Teruel), más algunas unidades menores.

Foto: Con el río como fondo, se inicia la evacuación de los heridos.

Franco intuye que el enemigo es numeroso, está bien preparado y posee buena moral; ha conquistado una faja de terreno extensa y muy peligrosa, y está decidido a continuar sin descanso. Hay que pararlo inmediatamente, como sea. Aparte de las dos Divisiones antes citadas, enviará pronto tres más, más algunos batallones sueltos.
El Generalísimo acepta así el eterno principio de la estrategia militar: el objetivo principal de toda guerra es la destrucción del enemigo, es decir. del grueso del Ejército contrario, en cantidad y calidad. Luego vendrá el resto.
Porque, además, si no se sitúa frente a él un potencial equivalente, seguirá avanzando. Es verdad que tres batallones de la 13ª División —reserva del sector de Gandesa— más las fuerzas que se retiran en desorden son capaces de parar al enemigo en torno a aquella localidad, pero muy precariamente. El éxito local es tan endeble que la cuerda amenaza romperse por allí de un momento a otro.
Las batallas nunca son iguales, dando a aquella palabra un sentido muy amplio y moderno. La gran maniobra es lucida, brillante, fértil en resultados. Pero no siempre puede llevarse a cabo, porque en la guerra no todo depende de nuestra voluntad, y la contraria impone en ocasiones, se quiera o no, la lucha de aniquilamiento. Entonces hay que aceptarla o, si se quiere, sufrirla.
La lucha de aniquilamiento tiene sus leyes, distintas de la gran maniobra. Exige economía de fuerzas —de las muchas fuerzas que necesariamente intervendrán— y un gran derroche de fuego. Es lo que aquí hará Franco.
La apreciación de que podía éste haber fijado aquella mordedura del Ebro con unos pocos efectivos, atacando seguidamente por otro frente —sobre Valencia o quizá el frente catalán del Segre— es injustificada. No bastaban esos “pocos efectivos”.
Quizá tal apreciación fue hija de un optimismo muy español, que llegó incluso a prender en algunos altos Mandos. A casi todos costaba trabajo admitir la realidad de la dureza del enemigo, de su valor, de su tenacidad; y todo a los pocos meses del gran desastre de marzo y abril.
A partir del día 2 de agosto, Franco, que había llegado a la línea de fuego, se encargaba directamente del mando supremo de la batalla. Es el día en que, contra todo lo que se ha dicho, decide llevar hasta sus últimas consecuencias, la lucha de aniquilamiento; cuando seguramente pronuncia su famosa frase que empieza así: “No me comprenden...”(Se refería a los que discrepaban de dar la batalla de desgaste).

DEL ATAQUE A LA ESTABILIZACION
La pelea cambiará pronto de signo. El 1 de agosto Vicente Rojo dará una orden donde se renuncia, ya, al ataque. Escribirá aquí un elocuente epitafio: “La maniobra del Ebro había terminado, pues, para dar comienzo a la batalla defensiva”: “A posteriori” he podido comprobar que los planes de Rojo eran muy amplios. Se trataba de llegar nada menos que hasta Vinaroz y Valderrobres, en pleno Maestrazgo, quedando amenazado por la espalda medio Ejército nacional. El éxito inicial de parar la ofensiva sobre Valencia se veía contrarrestado con éste fracaso, inicial también, de quedar detenidas las Divisiones que cruzaran el Ebro sobre el terreno a las veinticuatro horas de comenzada la operación.
Estas fuerzas se verán agarrotadas, inmovilizadas y en muy mala situación táctica. Tagüeña dirá: “Una vez que cruzamos el Ebro y conquistamos la cabeza de puente, estábamos ya amarrados en nuestras posiciones”: Con un caudaloso río a la espalda.
Se irá así a la lucha entre dos púgiles poderosos. ¿Quién vencerá?

Foto: El general Rojo, a la derecha, con algunos de sus más inmediatos colaboradores.
En el Ebro van cayendo los hombres: los veteranos, los mejores. Es una batalla de desgaste y el que sepa mejor administrar el fuego —artillería, aviones, carros llevará ganada una baza importantísima; también, el que cuente con una superior organización de los servicios y una mejor organización para recuperar el personal y entretener o reponer las armas. Pero la aviación protectora de los pasos sobre el Ebro y la cabeza de puente formada tarda en aparecer varios días, mientras la contraria lo hace ya el 25 de julio, y el general Franco, que no tiene dividido su territorio, puede llevar al Ebro gran parte de la artillería de su zona. Sus servicios de retaguardia, finalmente, actúan infinitamente mejor que los del contrario.
La superioridad de la tropa y de los mandos nacionales es indudable. Todos los jefes y oficiales del Ejército del Ebro son milicianos ascendidos. De la artillería no se puede decir lo mismo, mas sí acercarse mucho a esa afirmación. La tropa, salvo excepciones, pierde pronto su inicial moral triunfalista: sólo la acción política del comisariado, muy acertada, consigue mantenerla hasta cierto punto.
Hasta cierto punto sólo. A partir de mediados de agosto las órdenes son draconianas. Hay que morir al pie de la trinchera o morir por el tiro del superior inmediato. Si se pierde una posición se reconquistará sin necesidad de consulta alguna. El jefe de la compañía responderá de cualquier deserción. Lojendio apuntó aquí que el soldado resistía “hasta alcanzar como una liberación la muerte”:
La batalla del Ebro se convierte en una serie de durísimos y largos combates, de batallas parciales.
Tras la contención primera del enemigo y la desesperada defensa de Gandesa, vendrá la liquidación de la bolsa Maquinenza-Fayón (6-7 de agosto); luego la disputa cruentísima de la sierra de Pandois, que termina en tablas (9-19 de agosto);
más tarde, la progresión nacional hasta Corbera y la sierra de la VaIl (3-13 de septiembre); a continuación otra disputa durísima, que también terminará en tablas, la de la Venta de Camposines (18 de septiembre a 14 de octubre).

EL DESGASTE
Cada día es peor que el anterior y las unidades se queman fácilmente. Es preciso traer fuerzas y fuerzas, y al final acabarán luchando once divisiones por cada bando, aparte de unidades menores, de la artillería, los carros, la aviación y Los servicios de todo orden. De un lado sigue Modesto con sus dos Cuerpos de Ejército V y XV (Líster y Tagüeña), y del otro estará el general Dávila, con los Cuerpos de Ejército del Maestrazgo y Marroquí (García-Valiño y Yagüe).
El desgaste excede toda ponderación. Kindelán, después de hablar de las grandes preparaciones por el fuego, cuenta cómo la infantería se “lanzaba a la carrera y ocupaba la posición o era segada por el fuego “; otras veces la muerte se producía “apenas la guerrilla se ponía en pie

Foto:  Otro aspecto de la progresión de la artillería hacia los lugares donde era requerida.

Martínez Campos llega a decir que los días se contaban por las obras ocupadas; es decir, por los pequeños objetivos, a veces por las diminutas posiciones.
Rojo no esperó nunca que Franco se arriesgase de tal modo, llevando la batalla hasta que uno de los dos púgiles cayese totalmente vencido. “Esperábamos una reacción fuerte —escribió—: pero creíamos que el adversario se conformaría con fijar nuestro frente “.
Había, sin embargo, una esperanza para los republicanos. Si estallaba la guerra general en Europa cabía la salvación, al internacionalizarse la nuestra.
Pero la justificación terminará el 28 de septiembre, cuando se firme el Pacto de Munich. De momento, y es de suponer que por un largo “momento”, no habrá guerra europea. Por qué entonces no repasan el Ebro los restos diezmados de un Ejército que fue?. Quizá por una razón temperamental, racial; quizá porque, pese a “Munich “, aún se creía que la guerra en Europa estallaría dentro de varios meses, en los que había que resistir como fuese; o que se pensara en la posibilidad de una paz negociada. Todo se decidirá a partir de una Instrucción firmada el 18 de octubre, en “Terminus “, Cuartel General de Franco, hay luego varias reuniones de altos jefes, y el 23 una máxima, en la que el Generalísimo, tras oír a todos, decide los detalles de la gran operación.
El día 31, exactamente, con el despliegue de una masa artillera de 500 bocas de fuego y toda la aviación, se iniciaría la gran maniobra, la única verdadera maniobra de esta batalla, que dará el triunfo completo a las fuerzas nacionales, al apoderarse de una situación clave: la sierra de los Caballos o Cavalls.
A la economía de fuerzas se había unido la cuidadosa conservación del material: los servicios habían funcionado de un modo perfecto y aunque, muy quebrantados, cañones y carros, ametralladoras y aviones “hablaron” debidamente en su mente. El mantenimiento del material en el otro bando había sido, en cambio, deficiente y el transporte general a través de los pasos sobre el Ebro, siempre lento y dificultado.
La destrucción del enemigo fue un hecho, y sus consecuencias, lógicas: se verían inmediatamente.
El 19 de noviembre el presidente Azaña recibe a Marcelino Pascua, embajador en París, quien le dice que el ministro francés Bonnet “le ha solicitado varias veces la conveniencia de poner fin a la guerra” Y el 27 sale Indalecio Prieto para Chile con la misión de lograr, por todos los medios, los buenos oficios de los países americanos en pro de una paz concertada. Pero era ya demasiado tarde.
Las batallas de aniquilamiento exigen un perfecto funcionamiento de la máquina de recuperación —humana y de material— y sus réditos no se cobran de momento, sino en un futuro más o menos inmediato.
Hacia el 10 de diciembre la “máquina nacional” está ya en condiciones de invadir Cataluña, prácticamente indefensa. .

José Manuel Martínez Bande.— Nacido en 1907 en Guecho (Vizcaya). Estudia Derecho en Madrid. Voluntario el 19 de julio de 1936. Alférez provisional de Artillería en octubre de 1936. Teniente provisional en agosto de 1937. Teniente profesional en febrero de 1942. Coronel de Artillería en septiembre de 1967.
Destinado en el Servicio Histórico Militar desde agosto de 1948. Jefe de la ponencia “Guerra de Liberación”. Ha publicado, desde este destino, trece libros de la colección proyectada de dieciocho, destinados a exponer los principales hechos de armas de dicha guerra. Ha publicado: Brigadas internacionales, Los cien últimos días de la República, Por qué fuimos vencidos y Frente de Madrid (editoriales Luis de Caralt y Prensa Española).


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