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Viernes, 26 de abril de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

Los nuevos actores para lograr la superioridad en la Guerra Naval

La futura F-110 de la Armada

Las fuerzas navales en conflicto en Ucrania han permitido confirmar que, más allá de la importancia dada estas últimas décadas a los llamados conflictos asimétricos o híbridos, la amenaza convencional en forma de misil antibuque sigue presente. El lanzamiento de este tipo de armas desde la costa, pretendidamente dominada por Rusia, demuestra la complejidad a la que se enfrentan incluso los buques más capaces de las principales potencias, sobre todo cuando actúan cerca de la costa. 

 

A la efectividad de estos ataques se suma con fuerza en el escenario el empleo generalizado de aeronaves no tripuladas en misiones de reconocimiento y adquisición de inteligencia, como vectores de lanzamiento de armas o incluso como elementos de distracción frente al ataque de embarcaciones no tripuladas (USV) suicidas.

 

Entre las lecciones ya aprendidas del conflicto, una es clara: los verdaderos multiplicadores de capacidades en las operaciones navales son, más allá de los buques propiamente dichos, los sistemas junto a los que operen.

 

No tanto los radares o los sistemas de combate, ni siquiera los misiles o aeronaves embarcadas, sino la miríada de aeronaves, embarcaciones, submarinos y enjambres de sistemas no tripulados, capaces de desempeñar tareas cada vez más complejas y cuyo coste en proporción de los daños que pueden ocasionar son ínfimos. De ahí que, por otra parte, cobre importancia creciente la capacidad para protegerse de este este tipo de amenazas.

 

Mucho tendrán que decir aquí las armas láser, dada su eficacia para enfrentarse a múltiples blancos de este tipo (y a bajo coste), pero que requieren un importante suministro eléctrico, no disponible en todo tipo de navíos. Las principales potencias desarrollan y adquieren buques del tipo fragata crecientemente sofisticados, con tripulaciones cada vez menores pero dotados de esos multiplicadores. Solo las mayores armadas del mundo apuestan aún por el portaviones como elemento de política exterior, básicamente por su capacidad para desplegar aeronaves de combate, que a su vez serán siendo sustituidas por otras no tripuladas.

 

Ante lo visto en Ucrania, el crecimiento de los presupuestos de defensa de los países europeos y de la OTAN tendrá tarde o temprano reflejo en el sector naval, con prevalencia de proyectos multinacionales, por ejemplo, la futura Corbeta de Patrulla Europea (EPC), que esperemos no caiga en los vicios de estos programas multinacionales, como son los retrasos y sobrecostes derivados de las diferentes especificaciones nacionales y el reparto de la carga de trabajo.

 

En España, el sector de la construcción naval, encabezado por Navantia, responde a cada una de las necesidades aquí planteadas, desde sofisticadas fragatas, como la futura F-110 de la Armada, diferentes tipos de patrulleros oceánicos (OPV)  y corbetas para clientes internacionales, submarinos con capacidades estratégicas, como el S-80 Plus e incluso quizá protagonista, accidental eso sí, del que posiblemente sea el primer portaaeronaves no tripuladas, el buque turco Anadolu, que, basado en un diseño de Navantia, se ha adaptado para operar con los exitosos aviones de ese tipo.


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