¿Desea recibir notificaciones de www.defensa.com?
X
Miércoles, 17 de abril de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

La difícil Alianza contra el Estado Islámico

¿Es posible que los aliados europeos puedan organizar una operación contra el Estado Islámico en el contexto de la OTAN y no contando con la participación directa de Washington? Según algunos analistas en Moscú, Europa debe intervenir cooperando con las autoridades rusas. Sin embargo, si analizamos concienzudamente el escenario, vemos un cuadro de situación complejo.

Existen algunos impedimentos para considerar una alianza real y sincera. Primeramente, la operación realizada en Libia en 2011 no tenía una naturaleza antiterrorista y fue fácil derrotar a Gadafi. Pero para poder aniquilar al Estado Islámico, suponiendo se pudiera conseguirlo por vía armada, se requieren medios diametralmente distintos. Por un lado no se podrían sortear las operaciones terrestres. A pesar de la gravedad de los atentados de París y la conmoción subsecuente, a la mayoría de los galos no les gusta nada la idea de abrir una contienda a gran escala, ni hablemos de los ciudadanos de otras naciones europeas, socias de la Alianza, que hasta ahora no han recibido un bombazo o balacera terrorista y aun cuando les ha ocurrido, como el caso español.

Otro punto es que para planificar una operación terrestre contra el EI se debe contar, de cualquier modo, con un tiempo de diálogo con el presente gobierno de Siria, dirigido por Bashar al Assad, a lo que se resiste en estos momentos muchas autoridades de Occidente. Los socios europeos de la OTAN, especialmente sin la intervención de la Casa Blanca, jamás podrían organizar una operación bélica que en la práctica implicaría una especie de recolonización de una parte de Oriente Medio y la creación e instauración de un protectorado de la Organización Atlántica en el norte de Irak o en el mismo territorio sirio. Tampoco la presencia guerrera rusa en Siria, en el apoyo decidido de Moscú a Damasco, está facilitando las cosas para estos conjuntes.  Suponemos que la intención rusa es conseguir que el estado de situación retroceda a momentos anteriores a la intervención de EEUU, robustecer la posición de Assad en su propia casa y apoyar al gobierno de Irak para que pueda contener con sus propias fuerzas el avance del EI, algo que parece virtualmente irrealizable ahora. En estos instantes se deben hallar nuevas soluciones, como que las grandes potencias disminuyan sus apetencias e intereses en Medio Oriente, algo difícil, y se considere que el EI es una amenaza de orden global y concreta.

¿Qué quiere el Kremlin en Siria?

Está claro que la intervención rusa se destaca respecto a las acciones que llevan adelante la OTAN y los EEUU desde la década del 2000. Putin no pretende eliminar al gobierno del país, desea que sobreviva y en ello actúa. Aunque se cuestione la legitimidad de Al Assad, la asistencia con las fuerzas regulares y el sistema administrativo, aun con debilidades evidentes, ofrece más posibilidades que la ayuda a los movimientos rebeldes. El básico dilema de las contiendas actuales que libran las potencias es que las mismas no tienen el concepto único y definitivo de victoria. Los movimientos militares se hacen con la única opción de sustituir al poder existente, lo que se logró en Libia, Irak y Afganistán. En estos casos nadie se envalentonó y declaró una victoria total, recordando que muchas veces la destrucción de un gobierno con las armas termina obligando a ocupar un territorio que después hay que reconstruir, caso Irak y Afganistán, lo que a la postre resulta carísimo y con pocos buenos resultados, o irse con premura tras destruir todo, como se hizo en Libia. Al final de tanto esfuerzo, las campañas castrenses se transforman en la búsqueda de cómo salir  del conflicto.

Es evidente que el razonamiento ruso para entrar en combate tiene asidero, el Estado Islámico es un feroz adversario de Moscú. Al mismo tiempo, Vladimir Putin aprovecha la situación internacional para modificar el teatro y obligo a los demás dignatarios políticos a tener que reaccionar ante la iniciativa moscovita y no al revés. Todos los contendientes quieren destruir a los terroristas, pero recelan del afianzamiento de Moscú, que ante el éxito de sus armas reforzaría su zona de influencia y también al régimen de Damasco. La situación es riesgosa, ya que la participación en esta guerra civil apoyando a Bashar al Assad es al mismo tiempo una guerra religiosa, donde se apoya a la minoría chiita del mundo musulmán, frente a la mayoría sunnita, puede complicarse. Moscú debe ser cuidadoso en su planteamiento político, puesto que existen fuertes grupos musulmanes en la propia Rusia con los que ya se han tenido problemas. La racionalidad política  puede ser superada por la lógica de las armas, todas las potencias que intentaron influir en Medio Oriente terminaron mal. La historia de esta conflictiva región nos muestra que pocas cosas se desarrollan como fueron concebidas inicialmente.

Los graves atentados y el estado de tensión deben llamar la atención a los líderes de los países civilizados convocándolos a la unidad y al uso de la razón, o a la mera supervivencia. Los tiroteos, las bombas, la continua alarma, más que ataques de un enemigo exterior son el claro síntoma de un problema interno que ya está en el corazón de Occidente. Moscú, que siempre se ha constituido como una parte de ese Occidente, como el limite oriental de este espacio de la civilización, se halla en este momento en una situación difícil y extraña, puede convertirse en quien sepulte a la civilización occidental al intentar destruir las alianzas entre EEUU y Europa, aprovechando los notorios fracasos y debilidades  de los líderes occidentales y potenciado los mismos, o bien convertirse en el salvador, aquel que derroto al islamismo más radical frente a la inutilidad de los países occidentales.

Obviamente esta situación no es del agrado de nadie, ni representa ventaja fáctica para Moscú. Está claro que no se encuentra respuesta ante el claro dilema, los líderes de Europa, EEUU y Rusia deben operar como reales  estadistas y reconocer que deben proteger,  no los intereses particulares y diminutos, de los pueblos y naciones, de las clases gobernantes, sino los intereses supremos de la civilización de Occidente, de la que todos ellos forman parte, por el momento.

Fotografía:  Su-24 Ruso derribado por el ejército turco.


Copyright © Grupo Edefa S.A. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.