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Miércoles, 24 de abril de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

Relato de un combatiente de carros en el Golán

Ayer noticia

Llegué a Israel el 8 de octubre y me dirigí al aeropuerto de Lod para ofrecer mis servicios. De allí, fui enviado en un ómnibus a la Escuela de Blindaje en Julic donde esperé hasta el mediodía del día siguiente. Era un día de bastante calma en el frente, y el mando superior estaba tratando de reunir suficientes carristas para organizar otro batallón.

Aquellos de nosotros que habíamos llegado del exterior éramos oficiales de carros. El día 9 habían llegado otros dos vuelos, uno de Zurich y el otro de Sudáfrica. En total, representábamos a diecisiete países, y yo sólo conocía a dos de mis  compañeros. No se nos proveyó de ningún número de identificación. La unidad, designada con el nombre de su comandante, fue denominada Batallón Nati. Yo no lo conocía muy bien ni nunca había servido con él.
El batallón constaba de veinticuatro carros medios, unos ocho por compañía, todos ellos Mk.5 Centurion. Mis carros siempre habían sido Centurion. La mayor parte de los hombres se habían adiestrado o habían servido en otros tipos de carros. Estos vehículos, sin embargo, eran Centurion raros, aun para mí, pues se trataba de los Supercenturion (ver DEFENSA núm. 22) equipados con un motor diesel AVDS-1 790-2A y el sistema de comunicación no era muy familiar.
Sobre la situación, no se nos proveyó ninguna orientación. Algunos de los hombres que formaban las dotaciones de los Centurion eran muchachos de 18 ó 19 años; apenas habían terminado la instrucción básica en la Escuela de Blindaje y sólo habían recibido dos días de entrenamiento en campaña. Eran los únicos que tenían chapas de identidad. No se prepararon ningunas listas de los números de los carros ni de los individuos a medida que se asignaban a los vehículos. En cuanto a los supuestos técnicos que formaban las dotaciones, quizá uno de cada diez eran un verdadero especialista experto en el cañón, el motor o el aparato de radio de los blindados que se nos habían provisto.

foto: Envases de munición artillera israelí y vehículos de esta misma nacionalidad en la meseta del Golán.

Los Centurion todavía no habían sido repostados ni municionados. La munición se recibió en camiones, desde polvorines retrasados y la mayor parte de la carga fue llevada a cabo por los reclutas, de lo que se dedujeron averías para muchos montajes. A consecuencia de ello algunos de los Centurion no pudieron ser cargados completamente. Sólo recibimos proyectiles perforantes pero ninguna munición fumígena ni contra personal. No teníamos ninguna munición de 7,62 ni de 12,70 mm. para las ametralladoras, muy pocas bengalas y sólo granadas de mano para equipar un pequeño número de vehículos.
Todas las herramientas del carro —martillos, destornilladores, afustes de ametralladoras, llaves, palas, bidones y otros, que pesaban aproximadamente una tonelada por carro— las recibimos esa noche por camión, en grandes cajas. Había suficientes para equipar 50 vehículos y sólo teníamos 24. Todos los artículos habían sido embalados en cajas individuales, de modo que tuvimos que abrir las enormes cajas en la oscuridad para conseguir las herramientas necesarias para cada dotación. No teníamos a nadie que nos dirigiera, y nosotros ni sabíamos qué herramientas debíamos llevar. Todo fue una completa confusión en la oscuridad, como una pesadilla. La mayor parte de nosotros no obtuvimos artículos esenciales tales como aceiteras. Mucho del material que necesitábamos no llegó; por ejemplo, no había aceite ni grasa a pesar de que el carro necesita un tipo de aceite para el cañón, otro para el motor y todavía otro para los amortiguadores del vehículo. Al amanecer, dejamos el exceso tirado por todas partes, ya se nos había agotado la paciencia y estábamos muy cansados.

foto: El general Moshe Dayan artífice de la victoria israelí, en una posición del Golán después de haber sido perdida y reconquistada.

Sin embargo, tan pronto levantó el sol, nos movimos rápidamente a una colina para comprobar y homogeneizar el equipo óptico con el cañón apuntando contra un blanco. Eso es una práctica normal y necesaria para el correcto ejercicio del tiro, suponiendo que después disparáramos contra ese mismo blanco, pero nunca lo hicimos pues no era un campo de tiro.
Unos soldados de origen extranjero que habían llegado al mismo tiempo que yo fueron organizados como una compañía de infantería mecanizada y dotados con transportes blindados de personal (APC) M-113 en Julic. Hasta ese momento habíamos estado juntos. El 11 de octubre, poco antes de salir el sol, recibimos la orden de marcha.
Los comandantes de las unidades habrían de proseguir, rápidamente, hasta el Cuartel General (CG), del Mando Septentrional, en un vehículo de 1/4 de tonelada y en un carro de mando. Las dotaciones en autobuses y los carros sobre semirremolques. En el CG se nos proveyeron mapas, recibimos una orientación sobre la situación y nos dijeron que temprano en la mañana siguiente habríamos de atacar en dirección de Damasco.
Varias horas más tarde, nos reunimos con las tripulaciones y los Centurion, a la entrada de las Alturas del Golán, no muy lejos del Puente Gadot. A eso de un kilómetro en lo alto de la pendiente del Mar de Galilea, vi mi primer T-62 ruso, abandonado en perfectas condiciones en el punto de mayor penetración siria. Al verlo experimenté una gran sensación. Para el oscurecer del 11 de octubre, nuestro batallón se hallaba en el borde occidental de la Zona Desmilitarizada (ZDM).

EN EL FRENTE
Al amanecer, me enteré de que teníamos dos divisiones preparadas para el ataque, y que los comandantes eran Dan Lanel y Raful. Mi batallón irrumpió por Tel Abu Janzir y Tel Yussef en nuestro cruce de la ZDM, todavía sin haber enfrentado resistencia alguna. Luego, al salir de la ZDM a eso de las 06:00 horas el 12 de octubre, nos topamos con un intenso fuego de artillería. El fuego batía la carretera en los momentos que entrábamos a una pequeña aldea destrozada por el bombardeo. Entonces, al cruzar al otro lado, recibimos fuego de dos cañones contra- carros a nuestra derecha e izquierda. Al mismo tiempo, cuatro MiG-17 volando por parejas, se abalanzaron contra nosotros disparando cohetes a una altura de unos 60 metros. Se hallaban tan bajos que pude ver la cara de uno de los pilotos. Destruyeron un carro matando a dos miembros de la dotación. Esa fue la única vez que hicieron blanco.

foto: Columna de semiorugas M-3 israelíes transformados en el Golán. A la izquierda, en la cuneta, un carro T-55 sirio.

Unos minutos más tarde, uno de los contracarros destruyó otro carro e hizo dos bajas más. El mismo cañón disparó contra mí un total de tres proyectiles, los pude percibir por el sonido, pero no localicé la pieza y la frustración era desconcertante. Estoy seguro que se hallaba enterrado casi totalmente en la tierra o se ocultaba detrás de las enormes rocas, pues en la guerra de 1967 tuve una experiencia igual. Las sensaciones fueron idénticas.
Entre las 08:00 y 09:00 horas, sufrimos cinco ataques aéreos, todos por MiG-17 ó MiG-21. Yo no observé ningún cañón antiaéreo disparando desde nuestro lado, aunque uno o dos MiG fueron derribados por nuestra aviación o por nuestros artilleros y tripulaciones que dispar aban con todas las armas disponibles. Al persistir los ataques aéreos, los pilotos volaron cada vez más alto como si hubieran estado perdiendo la confianza. No estábamos recibiendo ninguna alerta o avisos sobre estas incursiones enemigas. Sin embargo, en nuestro esfuerzo por solucionar el problema, se pasó la orden de que, cuando se transmitiera la voz de aviones por la radio, apuntáramos todas las armas hacia el cielo, y luego disparáramos a discreción cuando se observaran los MiG,s. Estos fuegos concentrados al parecer solucionaron el problema.
Yo estaba en contacto con todos mis carros cuando salimos de aquella primera aldea donde habíamos combatido en la misma posición casi toda la mañana. De allí, doblamos hacia el sur. El objetivo principal de este giro de 90 grados era colocarnos en la retaguardia de los sirios en el Golán meridional. Pero, al dar la vuelta, perdí dos carros, uno por una avería en el motor y el otro por un fallo en la dirección.

foto: Un carro israelí AMX-13 en posición desenfilada observa a las tropas sirias en pleno paisaje de la batalla del Golán

La segunda aldea la tomamos bajo condiciones similares: al entrar nosotros en la aldea, recibimos fuego de la artillería siria, y al salir nos bombardearon los cañones contracarros. En la tercera aldea sucedió lo mismo. Los empalmes de carreteras habían sido identificados como puntos para reglajes con antelación, pues sabían muy bien que los basálticos crestones y promontorios habrían de mantenernos en las carreteras la mayor parte del tiempo.
Al girar mi compañía hacia el sur, las otras tres compañías del batallón giraron hacia el norte para unirse al asalto en esa dirección. Pero yo no sabía la dirección que habían tomado y creí que me estaban siguiendo detrás. Además, al virar, perdí el contacto con ellas al igual que con todos los demás en mi frente. De pronto, me hallé al frente con sólo dos carros. Me sentí separado de todo el mundo, y por poco el pánico me arrebata. De modo que me uní a otra compañía que no conocía.
Entrada ya la tarde, las otras compañías del batallón cayeron en una emboscada a no más de un kilómetro de mí. Una compañía fue destruida, perdiendo sus ocho Centurion por el fuego de los cañones y carros sirios, no por misiles contracarros. El comandante del batallón fue herido y lo evacuaron. Luego, su segundo fue herido por un fragmento de metralla y el tercero en el mando resultó herido en una pierna. La segunda compañía perdió dos carros y, para empeorar aún más la situación, una granada hizo blanco en un APC matando a ocho hombres. Con eso, todos los hombres en los M-113 perdieron la confianza en esos vehículos, los abandonaron y de ahí en adelante viajaron en los cascos de los vehículos blindados.

Yo seguí avanzando hasta el oscurecer. Al detenerme, oí una voz muy consoladora por la radio en hebreo. Sentí que me había salvado. De nuevo oí la voz: Estoy avanzando con tres batallones y medio de carros. El que hablaba era el coronel Sharid, de la Bet Hashita. La brigada que mandaba era una unidad sólida y bien entrenada, no una unidad improvisada como la mía. Rápidamente me uní a él. Para entonces, no teníamos combustible ni municiones y él nos reabasteció abundantemente.

foto: Oficiales iraquíes observando las líneas enemigas en los altos del Golán.

Cuando terminamos de reabastecernos, eran las 21:00 horas. A esa hora recibimos noticias por la radio que los sirios estaban avanzando en un contraataque contra la División Raful al norte de nosotros pero nos prohibieron que nos moviéramos en esa dirección para ayudarle. Estuvimos avanzando por dos horas y al final me hallé exactamente en el lugar de donde había partido.
Allí, todos los carros formaron en laager (semicírculo) para completar el reabastecimiento a lo largo de una carretera que corría de norte a sur. Un extremo del laager quedaba al lado de una pequeña yebel (montaña). Mientras nos reabastecíamos, del sur vimos avanzar unos diez carros enemigos formados en línea, que procedieron a bombardear los extremos de la yebel. Los sirios creían que nosotros habíamos vivaqueado en las colinas, pero no contestamos el fuego. Estos eran los primeros blindados que habíamos visto. Al amanecer, giramos en campo abierto y nos colocamos detrás de ellos. Al parecer estaban dormidos. Trataron de escapar, pero su reacción fue muy lenta y los destruimos a todos. A la vez destruimos un convoy de camiones que procedía hacia el norte por la carretera.
Al concluir esa acción, llegaron cinco Centurion de refresco y el coronel Sharid me los asignó a mí. Dos de ellos eran Centurion del tipo antiguo y los recibí como amigos que había perdido hacía tiempo.

foto: Un “Centurión” israelí saca de dificultades a otro en el Golán. Obsérvese que sus marcas de identificación han sido censuradas con borrones en negro.

SIGUE EL AVANCE
De nuevo reanudamos nuestro avance hacia el sur, esperando llegar a Tel Hara, el pico volcánico más alto en esa área. Se decía que una división siria tenía su base allí. Hasta entonces, habíamos oído innumerables advertencias por la radio de agrupaciones de misiles, pero no habíamos visto ninguna. Al fin nos advirtieron: Tengan cuidado con grupos moviéndose en destacamentos de dos o tres hombres.
Cuando llegamos a donde podíamos observar fácilmente la montaña, notamos que estaba llena de gente, carros y vehículos blindados. Ya los habíamos observado con los anteojos desde una distancia de cuatro kilómetros y estábamos recibiendo fuego de Artillería del terreno más alto con cadencia continuada de 10 minutos e intervalos de otros 10 minutos. Sin embargo, no era intenso ni muy certero.
Entre nosotros y la montaña había un valle singularmente llano, de unos 400 metros de ancho. Cada vez que enviábamos un hombre o un carro al valle, las pendientes al frente retumbaban con su fuego. Perdimos tres carros experimentando.

foto: Cajas de municiones en el Golán, son mudos testigos del avance judío

Por consiguiente, nos detuvimos allí. No contábamos con ningún apoyo, pues nos advirtieron que toda la aviación se necesitaba en el Sinaí. Tampoco disponíamos de artillería. Podíamos observar la llamarada de sus cañones, y más tarde observamos la preparación de las plataformas de misiles. Había una infinidad de blancos, pero no podíamos destruirlos. El yebel era un sólido obstáculo en nuestro paso y los blindados no podían avanzar por las pedregosas y empinadas pendientes a nuestro frente. Tel Hara era un objetivo para ser atacado por la artillería, la aviación y la infantería aerotransportada —y no teníamos nada de ello.
Estancados frente a la montaña, yo comencé a perder la noción del tiempo. Pero creo que el domingo, 14 de octubre, fue cuando primero nos confrontamos con Tel Hara. Para entonces, el Alto Mando ya no estaba poniendo tanto énfasis en el ataque en el norte. Nuestros elementos más avanzados estaban en Sasa en la carretera hacia Damasco. El centro del Ejército se extendía hasta unas colinas no muy altas hacia al norte. Nuestro batallón constituía el flanco derecho del Ejército, en dirección sur. Allí estuvimos tres días, y cada 10 ó 15 minutos nos bombardeaban, pero sin causar grandes daños. Cada día la aviación nos atacaba tres o cuatro veces, sin embargo, los ataques eran muy irregulares. Durante la mañana, los vuelos sirios eran estrictamente de reconocimiento. El fuego de las tropas los mantenía volando a gran altura. No obstante, tres aviones MiG fueron derribados por el fuego concentrado.
El 17 de octubre, el ataque iraquí fue lanzado por el este, en nuestra dirección general, y no habíamos recibido ningún aviso de antemano sobre el mismo. La acción se concentró sobre una compañía de Sherman ubicada en una baja pendiente como a 1.800 metros al este de donde luchábamos con los sirios en la montaña. El combate empezó a las 14:00 horas y duró dos horas. Mis Centurion y otros se apresuraron a cubrir una línea al norte y sur de los Sherman en la colina.
Aquí me topé, por primera vez, con los misiles Sagger. Los pelotones de misiles sirios se habían mezclado con los carros iraquíes. Los iraquíes, al parecer, habían desplegado unos 300 carros, sin embargo, y sólo observé entre 70 y 100 T-55, a una distancia de 1.800 metros. No vi a ninguno de los equipos lanzamisiles, pero sin embargo recibimos el mensaje por la radio: Ataque de misiles, mejoren sus posiciones inmediatamente. Mirando a través de la meseta, a eso de 2.000 metros, observé unas llamaradas entre las rocas. El fuego de misiles se inició en ráfagas regulares, de tres a cuatro a la vez. Quizá unos 200 metros separaban las varias posiciones de fuego de los Sagger. Los sirios hacían fuego desde posiciones preparadas y nunca las abandonaron.

foto: Una aldea del Golán arrasada y situada, según el indicador, a 55 km. de Kuneitra.

Creo que en los primeros 30 minutos nos enfrentamos a más de quince misiles. Sabíamos que necesitábamos proyectiles de humo para ocultar los carros y que la Artillería nos habría sido de gran ayuda. Pero no teníamos nada. Uno de nuestros Centurion fue destruido por un misil, los demás cayeron a unos 400 metros del objetivo. Tal vez fuimos demasiado precavidos, pero continuamos moviéndonos como una medida de seguridad, aunque dudo que nos hubiera beneficiado en algo.
Dos horas después de iniciado el combate, nuestros blindados ejecutaron un movimiento de pinza de norte a sur, y los iraquíes retrocedieron pero sólo para lanzar su propio contraataque desde el nordeste. Simultáneamente, nuestros carros iniciaron un movimiento envolvente. Fue algo así como una tijera cortando sobre otra. Yo sólo pude observar parte del combate. A mi frente había numerosos carros soviéticos incendiados, pero no tengo ninguna idea de cuántos soldados enemigos murieron. En mi sector, los carros continuaban disparando contra las posiciones de los Sagger, pero no recibimos ningún fuego de ellos. Si los grupos sirios de misiles Sagger optaron por ayudar a los iraquíes en su acción nosotros no vimos ninguna evidencia de ello.

foto: Un M-113 israelí pasa junto a carros T-55 sirios. Docenas de ellos fueron destruidos o neutralizados, siendo incorporados más tarde, algunos de ellos, al Ejército de Israel.

LOS “JORDANOS”
Ahora girábamos de nuevo para hacer frente a Tel Hara. Nuestros elementos acorazados fueron atacados con los RPG-7 y por un misil de mayor alcance que los Sagger. El RPG-7 lo habíamos enfrentado después de cruzar la zona desmilitarizada, y, aunque un oficial había sido herido por la metralla de uno de los cohetes, creíamos que había sido un tiro de un lanzagranadas más clásico. Ahora podíamos ver que era algo diferente. Sin embargo, casi todos los tiradores de misiles eran inexpertos, y sus tiros continuaron cayendo cortos.
Tres días después que los iraquíes trataron y fracasaron, los jordanos atacaron. Nosotros todavía estábamos empeñados en Tel Hara, pero habíamos retrocedido una corta distancia para reequiparnos. Finalmente, contábamos con alguna artillería israelí a nuestro frente con alcance hasta la montaña. Al preguntarle al comandante de esa unidad por qué no hacía fuego, contestó: Porque no tengo ninguna munición. Luego oímos decir que seriamos atacados por el sur. Esta vez, el comandante de batallón era Ori Orr, y nos hallábamos a varios kilómetros al norte de Tel Hara. El ataque lo emprendimos en un eje sur-este desde el flanco izquierdo de la montaña de modo que, al avanzar, pudimos observar las pendientes meridionales de Tel Hara.
Las dos brigadas de Centurion  jordanas —que cuando las vimos no sabíamos si eran amigas o enemigas— avanzaban del sur hacia el nordeste. Inicialmente, sólo observamos ocho carros que servían como punto de referencia de la formación. Luego, quizá a medio kilómetro detrás de ellos, vimos el resto de los blindados. Los avanzados fueron atacados cuando el grueso todavía estaba a 1.600 metros de distancia. El fuego fue certero y los Centurion enemigos se incendiaron. Detrás de ellos, la masa de carros, que ya estaban bajando la pendiente, empezaron a arremolinarse como confundidos. Disparamos contra ellos pero no nos contestaron. Todo parecía ser un gran éxito.
Las fuerzas blindadas jordanas giraron y se dirigieron hacia el sur y al mismo tiempo pudimos observar una gran cantidad de soldados y vehículos enemigos descendiendo la pendiente meridional de Tel Hara. Sabíamos que se estaban escapando delante de nuestros propios ojos. Lo que había que hacer era avanzar contra ellos (1).

(1) Hemos incluido esta parte del reportaje del general Marshal como simple curiosidad ya que en ningún momento de la Guerra de Octubre intervinieron los jordanos. Tal vez se tratase de unidades iraquíes.

Para entonces habíamos recibido órdenes del mando superior para que regresáramos a nuestras posiciones de partida y así lo hicimos. El combate había tenido lugar en un terreno plano lleno de posiciones de artillería y morteros al igual que minas terrestres y depósitos de cohetes abandonados. Al este de Tel Hara podíamos ver, a una distancia de unos 4 kilómetros, dos altas torres con antenas giratorias de radar. Podíamos disponer muy bien de estos objetivos pero no se nos permitía destruirlos. Eso fue como a las 16:00 horas y pedimos ataques aéreos y de artillería, pero nada se hizo. Nunca he podido comprender cómo se formulan las decisiones.
Para entonces yo creía que los sirios ya estaban a punto de capitular. Un buen empuje de frente contra ellos y se rendirían. Yo tenía contusiones por todo el cuerpo causadas por el movimiento del Centurion al cruzar los obstáculos basálticos en el Golán. Pero, hasta ese instante, habíamos tenido éxito. Los misiles enemigos no me habían impresionado. Nos habíamos movido por campos literalmente repletos de ellos, pero no habíamos observado muchos misiles dando en el blanco. Y eso es lo que cuenta.
A la mañana siguiente, invertimos nuestra ruta y, en vez de atacar en dirección del eje meridional, avanzamos hacia el nordeste contra la colina Tel Karim. La Fuerza principal del ataque era la Brigada IX. En el curso del avance, mi compañía hizo contacto con los remanentes de nuestro batallón. El ataque lo iniciamos por la tarde y terminamos ya entrada la noche. Los sirios en Tel Karim estaban bien equipados con artillería y cañones contracarros. También usaron cohetes Katusha (Katiuska) contra nosotros, la llamarada parecía envolver nuestro blindaje. Mi carro recibió un impacto directo de un Katusha, averiando uno de los muelles que mantienen la tensión en la oruga. Eso nos tomó cinco horas para repararlo, intercambiando una pieza servible de otro Centurion.

foto: Una posición siria en el Golán. Al fondo el lago de Tiberiades.

La acción la iniciamos con un doble envolvimiento de la colina. Dos de nuestros carros fueron incendiados por disparos directos de Artillería, pero continuamos avanzando hasta que ocupamos la posición. Aunque estaba muy oscuro y las explosiones de los Katusha formaban tales nubes de polvo que era imposible distinguir algo claramente, pude observar que sus fuerzas blindadas estaban retrocediendo hacia el este.

TERMINA LA BATALLA

Al día siguiente, pasamos a la defensiva y el batallón fue movido a otra colina un poco más lejos hacia el norte. De allí podíamos observar claramente la carretera de Damasco que denominamos América. Estaba repleta de soldados sirios que se retiraban. Con Artillería, los habríamos detenido inmediatamente, pero no estábamos usando ninguna. La resistencia enemiga ya había cesado. En cambio, nuestros carros podían bombardear algunas de las aldeas más cercanas donde estaba el enemigo, pero eso era todo. La radio continuaba retransmitiendo, mayormente en ruso y árabe. Frecuente oíamos mencionar la palabra bandua, que quiere decir tomate y significa heridos. En ningún momento experimentamos ninguna interferencia electrónica de las comunicaciones.
Mi carro disparó unos 150 proyectiles, todos perforantes. A una distancia de 2.500 metros o más vi algunos carros destruidos, pero a esa distancia es imposible ver si el tiro ha penetrado el blindaje frontal. Uno tiene que tener suerte para determinar que algún proyectil ha dado en el blanco. Mi segundo carro disparó el mismo número de proyectiles, pero bajo la tensión del combate, un margen de error del 30 por 100 en el número de disparos es normal. En tres distintas ocasiones creímos que estábamos haciendo fuego contra los T-62, pero en pleno día y en medio del combate, es difícil identificar un carro de otro, a unos 300 metros de distancia, sobre todo cuando difieren en detalles.
Los miembros de mi dotación eran todos bisoños que deseaban rendir una buena labor. Muchachos muy religiosos, pero carecían de conocimiento práctico. El conductor era eficiente, pero el apuntador mediocre. Cuando se organizan soldados de tal modo para el combate no se pueden esperar grandes cosas.

foto: Un T-34/85 del Ejército sirio destruido en los altos del Golán, en junio de 1967, seis años antes de la batalla de la que se habla en este reportaje.

De las tripulaciones de los veinticuatro Supercenturion con los que había comenzado mi batallón, 22 hombres murieron en acción. Desconozco el número de heridos; otros ocho hombres de la compañ ía mecanizada murieron en el APC M-113 ya citado. Casi todas las bajas fueron producidas por el fuego de los carros y contracarros. De los 22 muertos, sólo dos pudieron ser identificados inicial mente debido a la presión y confusión del momento, pero, finalmente, sólo ocho quedaron sin identificar. Yo no conocía a los miembros de mi dotación ni supe sus nombres completos hasta después de terminar el combate. Ese no es el modo de combatir una guerra, pero a veces las circunstancias de la misma imponen cosas así.
Tampoco disponíamos de equipo nocturno y apenas combatimos de noche. Las bengalas no fueron usadas, ni por los aviones ni por los medios terrestres. He oído relatos de soldados sirios que como comandos se infiltraron en nuestras líneas de noche, pero yo no creo que nada de eso haya sucedido. En Siria observé más huellas de cadenas en el terreno que lo que creía posible. Se podían ver por doquier. Y eso que allí el terreno es más adverso para los vehículos oruga que en parte alguna.
Nosotros permanecimos en la posición sobre la carretera de Damasco hasta el cese del fuego. Los sirios continuaron bombardeándonos con artillería durante todas las horas del día. Nosotros contábamos con alguna artillería pero no contestamos al fuego de acuerdo con las órdenes que teníamos. En el Golán, la infantería se empleó principalmente para evacuar nuestros heridos, un problema para el cual las unidades blindadas no tienen ninguna solución. Allí no había helicópteros para realizar esa tarea, o por lo menos no vimos ninguno, y raramente veíamos nuestra propia infantería, particularmente cuando más la necesitábamos..

Revista Defensa nº 57, enero 1983, S. L. A. Marshall (*)

(*) General de brigada. Ejército de los EE.UU. Al someter este artículo para publicación, el autor observó que es simplemente un relato de las ineptitudes observadas en el campo de batalla, y... a mi entender, lo único que se ha escrito sobre la participación jordana e iraquí en la guerra.


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