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Las relaciones EEUU - URSS en la era Reagan

Ayer noticia

A principios de 1985 era corriente hablar de que las relaciones estadounidenses-soviéticas estababn en su punto más bajo desde la guerra mundial. Efectivamente, el cuadro que se traza pretende dar la impresión de que nos hallaríamos abocados a una guerra mundial en algún momento de un futuro no demasiado lejano. Antes de que siga cobrando fuerza esta imagen retórica, conviene que nos detengamos por un momento y nos preguntemos cuánta verdad puede haber tras ella.

Las expresiones que nos han llegado desde Moscú en los últimos tiempos han sido ásperas en muchos casos. Los dirigentes soviéticos hablan de Italia como si fuese a sufrir el destino de Pompeya, de Escandinavia y Japón ardiendo en fuegos nucleares y del presidente Reagan como si estuviera practicando una política de corte hitleriano.

Pero, ¿estamos realmente en una situación en la que las posibilidades de conflicto y guerra nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética son mayores que en el pasado? Pienso que no; más bien todo lo contrario. Las dos vías más probables hacia un conflicto nuclear —la utilización por algún gobernante del Tercer Mundo del arma nuclear en algún conflicto regional, o su utilización en un conflicto Estados Unidos-Unión Soviética— lo son hoy menos que lo fueron anteriormente.

La primera de esas posibilidades sólo podría materializarse como consecuencia de la proliferación nuclear. Ahí está, por sorprendente que resulte, uno de los éxitos del control de armamentos. Una de las más atinadas leyes de Parkinson enuncia que el éxito de una política puede medirse por las catástrofes que no acontecen. Según este criterio, tenemos aquí un éxito del que hemos de felicitarnos.

La segunda vía, en términos de probabilidad, hacia la guerra nuclear, esto es, una escalada en un conflicto entre los Estados Unidos y la URSS, resulta igualmente menos probable hoy que en años pasados. Es innegable que tenemos problemas serios en América Central y en el Próximo Oriente, en particular en el golfo Pérsico. Sin embargo, los puntos calientes del mundo son menos numerosos y menos próximos a la explosión que los habidos algún tiempo atrás.

El mundo hoy no es más peligroso que el de ayer. Los factores que lo hacen más estable, que eliminan ocasiones de conflicto nuclear son, por un lado, una diplomacia y unas relaciones activas de los Estados Unidos que sofocan potenciales estallidos y afianzan la seguridad regional y, por otro, un aumento del potencial disuasorio estadounidense, que demuestra a un agresor potencial que un ataque resultaría en todo caso demasiado costoso, que los daños previsibles superarían cualquier beneficio concebible. Nuestras propuestas en materia de control de armamentos, que se orientan a la reducción del número de armas nucleares de ambos lados y a la reducción del riesgo de guerra, podrían reforzar esos factores, si los soviéticos estuvieran dispuestos al acuerdo.

Tales factores hacen que sea completamente cierta la afirmación hecha por el presidente Reagan de que el mundo es un poco más seguro que antes.

Claro es que queda margen para mejorar el actual estado de cosas. Y que éste necesita mejorar mucho. Eso es justamente lo que el presidente Reagan ha pretendido al fortalecer las relaciones entre aliados y otras relaciones, restableciendo una posición creíble en el terreno de lo militar y abordando un vasto plan de acción en materia de negociaciones de control de armamentos. Ha procurado Ia reapertura y la profundización del diálogo con Ia URSS. Es preferible Ia existencia de un mejor diálogo y de unas negociaciones ágiles sobre las armas nucleares que la prolongada ausencia soviética de las negociaciones, si es que la URSS estuviera dispuesta a acometer unas negociaciones serias.

Pero durante los últimos tiempos no ha estado dispuesta. Abandonó las negociaciones de Ginebra sobre fuerzas nucleares en Europa y no ha accedido a nuestra propuesta de reanudación de las negociaciones START sobre armas de largo alcance, y no por la actitud de la Administración Reagan hacia la URSS, ni por ninguna situación retórica existente o previa, ni por los ambiciosos cortes profundos que buscamos en el arsenal nuclear. Se marchó, sencillamente, porque la OTAN mantuvo el rumbo adoptado en diciembre de 1979. En efecto, este rumbo consistía en un despliegue de misiles para contrarrestar los SS-20 —cada vez más numerosos, dotados de gran movilidad y altamente amenazadores—, en caso de que no hubiera éxito en las negociaciones sobre control de armamentos.

Cuesta imaginar una Administración estadounidense obrando de manera diferente en relación con los despliegues, frente a la insistencia soviética en su opción medio cero, consistente en el mantenimiento de centenares de cabezas nucleares por parte de la URSS, frente a ninguna por nuestra parte. Y cuesta imaginar que una administración aceptara tan escorada solución en materia de control de armas (y ello sin contar con la posibilidad de que el Senado llegase a ratificar un acuerdo tan sesgado).

La Administración Reagan sigue albergando gran confianza en que los soviéticos se percaten de sus intereses y obren en consecuencia, volviendo a las negociaciones sobre control de armamentos. Al mismo tiempo, estamos a la espera de recibir respuestas constructivas de la URSS a nuestras nuevas propuestas encaminadas a una prohibición mundial de las armas químicas, al logro de reducciones de fuerzas convencionales en Europa y al establecimiento de medidas que limiten el riesgo de ataque por sorpresa en Europa. (Revista Defensa nº 82, febrero 1985, Kenneth Adelman)


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