¿Desea recibir notificaciones de www.defensa.com?
X
Martes, 19 de marzo de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

Operación “Overlord”. Los españoles en la liberación de Francia

Ayer noticia

El pasado 6 de junio se cumplió el 76º aniversario del Desembarco de Normandía (Operación “Overlord”). De todos es sabido que España, como país, no intervino en estas batallas en ninguno de los bandos contendientes. Pero, en el lado aliado, ¿hubo españoles?; ¿cuántos?; ¿cuáles eran sus misiones? Desde que las botas aliadas pusieron pie en las arenas de las playas elegidas para la invasión, hasta la toma de París el 25 de agosto de aquel mismo año, se confirma su participación en no pocos ámbitos de la guerra: espionaje,  infantería, logística y fuerza mecanizada. Hoy hablamos de ellos.

Lo peor que le podía pasar a un soldado era esperar un ataque, si tenías tiempo de pensar en los acontecimientos inminentes y de ser consciente de tu situación y de las consecuencias de lo que se avecinaba. Peor todavía era estar abandonado a tu suerte, impotente, sin ninguna posibilidad de hacer algo para evitarlo. En tanto estás concentrado en reaccionar en combate y te sumerges en él, entonces no tienes tiempo de pensar en la situación. Nuestros nervios apenas podían aguantar lo que se exigía de nosotros durante aquellos días... En momentos como este, cuando la muerte parece tan cercana y segura, uno es incapaz de pensar. Yaces tan pegado a la tierra, que te sientes tan plano como una torta. Todos los músculos están tensos, la respiración se detiene. El corazón late enloquecido y los nervios están tensos y vibrando. Aguardas el terrible dolor, el desgarro del cuerpo, el impacto de la metralla al rojo vivo y afilada como la cuchilla. Los dedos tensos se aferran a la tierra (suboficial Braun, 21ª Panzer Division).

Hacía tiempo que tal amenaza pesaba sobre el alto mando alemán y sobre cada soldado destinado en el Oeste de Europa como una buena prueba de nervios. Finalmente, la sorpresa solo se redujo al lugar y hora en el que se produjo el acontecimiento. La invasión, como gran plan llamado a decidir el desenlace de la guerra, había sido objeto de toda clase de rumores y publicaciones por diversos canales, especialmente del lado aliado. Desde comienzos de 1944 se multiplicaron los indicios de que en breve se pasaría de las palabras a los hechos. El plan definitivo había sido acordado por Roosevelt y Churchill en la conferencia celebrada en Quebec en agosto de 1943 y los estados mayores generales de los aliados se dedicaron sin pérdida de tiempo a su preparación. En noviembre de aquel año propusieron a los jefes de gobierno un plan de operaciones, que entró en la historia de la guerra con el apelativo Overlord.

foto: Semioruga armado M2, similar a los utilizados por "La nueve", compañía española que entró en París.

En aquella reunión, Churchill se había mantenido fiel a su inclinación hacia el Mediterráneo y los Balcanes como enclave para la invasión, antes de que llegaran los soviéticos y ocuparan primero esa zona. El mandatario británico temía por encima de todo al más que posible expansionismo del hoy aliado comunista frente al III Reich, pero que mañana podría convertirse en su nuevo enemigo. Pero la voz cantante la tenía Roosevelt: sería Francia, lo que Churchill terminó aceptando en Quebec bajo la condición de que el plan por el territorio francés no excluyera ninguna oportunidad para realizar operaciones en el Mediterráneo. Pero tuvo que ceder a esta pretensión bajo la presión de Stalin en la siguiente conferencia de Teherán (noviembre), donde el jefe soviético exigió que también fueran empleadas para la invasión de Francia las fuerzas aliadas occidentales emplazadas en el Mediterráneo.

Al mismo tiempo, igualmente le aclaró al británico que no invadiría los Balcanes. Churchill se avino entonces a aceptar un segundo desembarco por la costa Sur francesa, coordinado con la invasión principal del Noroeste de ese mismo país. Simultáneamente, el Ejército rojo debía lanzar su gran ofensiva desde el frente oriental, cuyo plazo de ejecución fue fijado para mayo de 1944. En enero de 1944, el general estadounidense Eisenhower se estableció en Londres para hacerse cargo del mando supremo de todas las fuerzas aliadas que intervendrían en la invasión. Dos de sus primeras preocupaciones antes de fijar el día D fueron, por un lado, anular a la Luftwaffe (Fuerza Aérea alemana), ya que sin la superioridad aérea la invasión no resultaría exitosa; y, por otro, confundir y despistar al enemigo sobre el verdadero punto de invasión.

Espionaje: “Garbo”

La operación aliada Fortitude (Fortaleza) tenía como objetivo engañar a Alemania respecto de la ubicación real del desembarco prevista para la invasión de Francia. Se trataba de convencerles sin margen alguno para la duda de que se produciría en el Paso de Calais, muy lejos de Normandía. El plan tenía dos líneas de acción distintas. Fortitude Norte pretendía evitar que las fuerzas alemanas estacionadas en Noruega -cientos de miles de hombres- fueran  movilizadas para refuerzo del Muro del Atlántico (defensas germanas de las costas Norte y Oeste francesas). Para ello, los británicos fingieron un importante despliegue de unidades ficticias en Escocia. Hitler mantuvo inmovilizadas sus unidades en Noruega hasta el final de la guerra, contra la opinión de varios de sus generales.

foto: General Leclerc, jefe de la 2e Division Blindée de la France Libre, la primera unidad en entrar en París, con la 9ª compañía española al frente (foto Downey, J.).

Fortitude Sur tenía el objetivo de persuadir al enemigo no solo de que el desembarco aliado se produciría en la zona de Calais (la ruta más corta por mar y la más cercana a la frontera alemana), sino también de que cualquier ataque en otros puntos, entre ellos Normandía, consistiría simplemente en operaciones de diversión. Para garantizar el éxito de este engaño, los aliados hicieron creer que el general George Patton, uno de los mandos aliados más famosos y temidos por los alemanes, estaba al mando de once divisiones del ficticio I Grupo de Ejércitos de Estados Unidos en el Sur de Inglaterra. El efecto se completó, por una parte, con el despliegue de centenares de aviones, tanques y lanchas falsos, de madera o hinchables, expuestos de forma deliberada a las fotografías aéreas enemigas o de los espías al servicio del III Reich establecidos en Gran Bretaña; y, por otro lado, con las constantes emisiones por radio de los cuarteles generales de los supuestos ejércitos de invasión.

El plan Sur incluía, además otra serie de ingeniosas tretas para no distraer el foco de atención de los servicios de inteligencia alemanes sobre Calais. De entre la tupida red de espionaje tejida con motivo de la operación destaca Juan Pujol, alias Garbo en clave británica, uno de los principales artífices del engaño. Era un agente doble español al servicio de los servicios secretos alemanes y británicos al mismo tiempo, aunque realmente trabajaba para el MI5 (Servicio de Seguridad inglés). De entre sus muchas misiones al servicio de los aliados, la más exitosa y también clave para el desenlace de la guerra, consistió precisamente en la mentira que logró construir para engañar a los alemanes sobre el lugar de la costa francesa donde se iba a lanzar la invasión y así evitar que concentraran el grueso de sus fuerzas sobre Normandía.

El día D

Pero además, Alaric, que así fue el nombre clave que le dieron los alemanes, también convenció a estos de que los ejércitos aliados disponían de 77 divisiones y 19 brigadas en la costa Sur de Inglaterra, es decir, el doble de la realidad. En el transcurso del día D, y tras los informes recibidos de Garbo al respecto de la invasión aliada, la estrategia germana se reafirmaba en sus convicciones previas: que el intento principal de desembarco tendría lugar en el Paso de Calais y que el movimiento de tropas en Normandía no constituía más que una maniobra de distracción. Si los poderosos ejércitos que la Wehrmacht dejó por tal motivo estacionados junto al Paso de Calais hubieran formado parte de las fuerzas que recibieron a los aliados en Normandía, la Operación Overlord hubiera podido resultar un fracaso.

Fueron tales las habilidades del espía español que, incluso tras el éxito de la invasión, continuó gozando de prestigio y credibilidad por parte de su verdadero adversario. Tal fue así hasta el punto de llegar a ser condecorado con la Cruz de Hierro germana, casi al mismo tiempo que recibiera la Orden del Imperio Británico, siendo una de las pocas personas condecoradas por ambos bandos. Pujol supo aprovechar al máximo la coyuntura en la que se encontraban los alemanes, ya que para cuando la guerra entre los servicios de inteligencia alcanzó su clímax poco antes de la invasión, el Abwehr (el de las Fuerzas Armadas germanas entre 1921 y 1944) ya se encontraba en la práctica anulado por Hitler. Su jefe desde 1936, el almirante Canaris, había caído en desgracia bajo sospechas de falta de lealtad política, junto con buena parte de su equipo, y fue destituido.

foto:  Joan Pujol  García, alias “Garbo”, el doble espía español que contribuyó de manera muy destacable al éxito de la invasión aliada.

En febrero de 1944, pocos meses antes del Desembarco, el Führer, cada día más desconfiado de todo aquello que no fuera el ámbito SS, ordenó la creación de un nuevo servicio de inteligencia unificado que absorbiera las redes extranjeras del Abwehr con el organismo de seguridad nacional (SD), bajo el mando directo de Heinrich Himmler, jefe de las SS. Pero, con la destitución del almirante, la amplia organización que este había desarrollado de forma tan meticulosa y tenaz durante nueve años se vino abajo: oficiales del SD con escasas nociones acerca de los procedimientos de la inteligencia militar tomaron el mando de las redes de agentes de Canaris y estos perdieron su eficacia en poco tiempo, incluso muchos de ellos dimitieron o desertaron. En aquel momento, Canaris solo fue destituido y desterrado a un castillo durante cuatro meses, pero a la postre terminaría sus días en la horca el 9 de abril de 1945 a manos de las SS, condenado por conspiración contra Hitler.

La increíble peripecia de Juan Pujol prosiguió tras la guerra: temiendo posible represalias de supervivientes nazis, simuló su muerte por enfermedad en Angola, para trasladarse a Venezuela y vivir en el más absoluto anonimato dando clases de inglés y montando varios negocios. Su primera mujer e hijos le dieron realmente por muerto, mientras que su nueva familia venezolana no tenía ni idea de su pasado. Todo este enigma se mantuvo hasta 1984, en que un escritor inglés descubrió que seguía vivo y convenció al español para escribir un libro y reaparecer en escena. Pero esto ya sería otra historia. Sobre Juan Pujol se han escrito libros, numerosos artículos, ha sido mencionado en documentales, en entrevistas y películas.

Infantería: Manuel Otero en “Omaha Beach”

Tras haber sobrevivido como combatiente a la Guerra Civil Española, el gallego Manuel Otero Martínez emigró a Estados Unidos. Quiso obtener esa nacionalidad y una de las vías para alcanzarla era alistarse voluntario en el Ejército de aquel país, lo cual hizo. Pero fue enviado a Inglaterra como parte del contingente que iba a invadir la Francia ocupada. Su destino: la famosa 1st Infantry Division, más conocida como la Big Red One, apelativo referente al número uno de color rojo en su insignia divisionaria. Esta, junto con la 29th Infantry Division norteamericana, fueron las dos grandes unidades asignadas a la playa de Omaha durante el día D, sufriendo ambas muy severas pérdidas.

foto: Elementos de "La nueve" española han bautizado a su vehículo con el nombre de Guernica (foto CC BY-SA 4.0).

El 6 de junio de 1944 a las 07:40, a la edad de 28 años, el soldado Otero formaba parte de la segunda oleada de invasión que arribaba a la playa de Omaha, cuyas arenas ya estaban teñidas de la sangre de los cadáveres y heridos consecuencia del choque de la primera oleada estadounidense contra las defensas alemanas, que había tenido lugar una hora antes. La sección de Otero, encuadrada en el 16º Regimiento de la Big Red One, tras haber conseguido superar la primera línea de resistencia enemiga, queda atrapada en un campo de minas, donde el soldado español encontrará la muerte junto con otro compañero. Un superviviente de aquel episodio dejaría escrito en su diario personal que Otero fue uno de los primeros valientes de su pelotón en superar las alambradas enemigas, antes de caer en las minas. Al final del día, las bajas estadounidenses alcanzarían los 3.000 hombres, frente a 1.200 alemanas, entre muertos, heridos o desaparecidos.

La increíble historia, la de un combatiente español sobre las playas del desembarco durante el día D fue también especialmente asombrosa por la forma en que la familia de Manuel pudo recuperar su cuerpo con todos los honores y reconocimiento de la nación norteamericana. Otero había sido enterrado en Francia, pero después se repatrió su cadáver hasta Galicia. La prensa de la época relató la llegada de los restos de este joven muerto al servicio del Ejército norteamericano en el desembarco de Normandía. En la comitiva de recepción se encontraban presentes el agregado militar de la Embajada americana en Madrid, así como varios jefes y oficiales estadounidenses. Además de las condecoraciones a título póstumo, la familia recibió una pensión vitalicia. Otero fue enterrado con la bandera de Estados Unidos. Su nombre también figura grabado en el obelisco levantado por el pueblo normando de Coleville (playa de Omaha) en memoria de los soldados caídos en este lugar pertenecientes a la 1st Infantry Division.

Logística: Number One Spanish Company

Salvo muy honorables excepciones, dicen los expertos que las guerras las ganan siempre aquellos que tienen mayor capacidad logística. Una unidad de 250 voluntarios republicanos españoles sirvió durante la II Guerra Mundial en el Ejército británico, integrada en el Pioner Corps: ingenieros, zapadores o trabajadores de combate, soldados que se dedicaban a la construcción de puentes y otras estructuras en tiempos de guerra. Su misión principal era la de facilitar el movimiento de las fuerzas propias o aliadas y dificultar el de los enemigos.

La mayoría de estos voluntarios procedían de las filas de la Legión Extranjera francesa, desde dos flujos distintos: por una parte, elementos del GRD (Groupe de Reconnaissance Divisionnaire) 97 junto con miembros de la 185ª Compañía de trabajadores extranjeros durante la retirada hacia Gran Bretaña de más de 300.000 efectivos aliados (británicos, galos, polacos belgas y holandeses) desde el puerto de Dunkerque entre finales de mayo y principios de junio de 1940, tras la ocupación alemana de Francia. Y por otra parte, tras la invasión alemana de Noruega, donde también unidades legionarias pertenecientes a la 13 DBLE (Demi Brigade de la Légion Étrangère) formaban parte del contingente aliado (franceses, polacos, ingleses y noruegos) allí derrotado.

foto: Batería costera de Longues-Sur-Mer: a pesar de los millares de ton. de bombas que los aliados lanzaron sobre esta batería la noche del 5 al 6 de junio, este es el aspecto actual de uno de los cañones de 152 mm., que se conserva casi intacto con su búnker, de los 4 que la Kriegsmarine tenía instalados en esta zona. Tenían un alcance de 20 km. y cubrían las playas de Omaha y Gold (foto J. Colorado).

Tras la caída de Francia, no estando de acuerdo muchos de estos españoles con el colaboracionismo del Gobierno galo de Vichy, o, por otra parte, tampoco deseaban secundar al francés general De Gaulle, tras su evacuación a Inglaterra decidieron solicitar su ingreso en las filas británicas. Esta compañía de españoles desembarcó el 9 de junio de 1944, tres jornadas después del día D, en la playa de Arromanches (sector británico), localidad donde se terminaría construyendo un puerto artificial que facilitara las operaciones posteriores de suministro a las tropas aliadas, tras haber estas penetrado en el interior del territorio francés.

Participaron en operaciones logísticas, enterramientos y aprovisionamiento de las tropas. Si bien no se encontraban en primera línea de fuego, sus condiciones de trabajo eran, no obstante, muy duras, instalados bajo tiendas en los campos, en condiciones meteorológicas adversas y con muy poco descanso, además de encontrarse expuestos al peligro de los campos de minas. Tras el final de la Guerra continuaron al servicio del Ejército británico en los territorios liberados, llevando a cabo tareas de recuperación de material y reorganización. Fueron desmovilizados en marzo de 1946, pero su oposición al régimen de Franco les impidió regresar a España.

Infantería mecanizada: “La Nueve”

La Nueve fue el nombre popular asignado a la 9ª Compañía encuadrada en el III/RMT (3º Batallón del Régiment de Marche du Tchad) y a su vez perteneciente a la 2e Division Blindée (DB) de la France Libre, esta última más conocida como la Leclerc, en honor al general francés que la mandaba. Comenzó a formarse en 1943 en Argelia, en el seno de la Francia que se había negado a rendirse al III Reich. Además, y con la perspectiva de un futuro regreso militar al Continente europeo y con entrada por Francia, el general De Gaulle no estaba dispuesto a quedarse como mero convidado de piedra ante sus aliados: quería una moderna división acorazada con la misión de ser la primera en entrar en París. Y esta su 9ª Compañía estaba formada por 150 efectivos republicanos españoles.

No fue hasta el 1 de agosto cuando los primeros elementos de la División desembarcaron en la playa de Utah (sector estadounidense del desembarco), ya que la división Leclerc fue integrada por el Alto Mando aliado en el 3º Ejército del general Patton. Pero La Nueve aún tardaría tres días más en desembarcar y cantando La cucaracha, quizás por la lentitud de la compleja operación. Finalmente, la División se pone en marcha con la misión de apoyar a los estadounidenses frente al contraataque alemán en Mortain. Más tarde, las tomas del puente sobre el Sarthe y de la localidad de Alençon abren el camino para que la 2ª DB juegue un papel crucial durante la batalla de la bolsa de Falaise (12-21 de agosto), un intento aliado de cerco sobre varios ejércitos alemanes, parcialmente logrado.

Durante esta batalla, La Nueve, tras diversos ligeros enfrentamientos en Vieux-Bourg, en el que destruye varios vehículos alemanes disparando desde sus semi-oruga (half-track), destaca el 13 de agosto, cuando los españoles entran a la carga en Ecouché, destruyendo más vehículos a su paso y expulsando al enemigo del pueblo, no sin antes hacer más de un centenar de prisioneros, aunque no sin sufrir sus propias bajas. Pero asegurar la zona será la que les depare mayores sufrimientos: para empezar, al día siguiente reciben fuego amigo de la aviación estadounidense. El día 15 es cañoneada por los alemanes... y de nuevo por los propios americanos.

Un día después, se comprueban intentos de penetración alemana en el pueblo. Con sus efectivos, la Compañía no podrá defender Ecouché, así que opta por atacar. Protegido por el fuego de los morteros asalta las posiciones alemanas. El contraataque ha sorprendido a los germanos, pero aun así estos mantienen el cerco y el cañoneo durante el 17 de agosto. En la tarde de ese día, después de un nuevo intento de infiltración alemán, los españoles lanzan un violento contraataque. Pero el enemigo está empeñado en recuperar Écouché y tienen en jaque a los españoles, que han sufrido ya 7 muertos y 10 heridos graves. Por fin, el 18 de agosto, La Nueve enlaza con una columna del II Ejército británico, que salva a los españoles de una masacre.

Pero este grupo de voluntarios españoles pasará a la Historia por acontecimientos posteriores. Tras recuperarse en Écouché, el 23 de agosto, a las seis de la mañana, se da la orden de salida. El destino es París, cuya ocupación ha sido rehusada por el mando aliado en un principio por razones logísticas, para después ser de nuevo reconsiderada a causa de las presiones de De Gaulle y, sobre todo, por la sublevación popular en marcha que amenaza concluir con la destrucción de la ciudad. El 24 de agosto, tras durísimos combates en las proximidades de París, el camino hacia la capital francesa queda expedito. No hay tiempo que perder y el general Leclerc piensa en el efecto que puede tener sobre la moral de la población parisina sublevada la entrada fulgurante en la ciudad de una columna aliada.

Aunque este no se trate de un hecho de armas, sino más bien de un golpe de efecto, la 2e Division Blindée de la France Libre debe entrar en París antes que sus aliados norteamericanos. Dada la ubicación de la unidad española en ese momento, Leclerc le ordena que marche inmediatamente y a toda velocidad sobre París. Y hete aquí que son los españoles de La Nueve los primeros soldados (¿franceses?) que estacionan sus vehículos frente al parisino Hotel de Ville: son las 21:22 h del 24 de agosto de 1944. La gente empieza a llegar, lo invade todo, abraza a los soldados, grita, impide el despliegue. Muy pronto La Marsellesa se escucha por toda la ciudad y decenas de campanas acallan cualquier otro sonido. Se ha cumplido el deseo de De Gaulle y Leclerc.

El 25 de agosto, el grueso de la 2e DB entra en París y se despliega por la ciudad eliminando los focos de resistencia alemana y tomando los puntos neurálgicos. La Nueve combate en la rue du Temple limpiando la central telefónica, sufriendo un herido grave. Al final de la jornada, París está bajo control. Al día siguiente tendrá lugar una impresionante manifestación en la que De Gaulle escenificará su gran momento descendiendo por los Campos Elíseos y caminando hasta la catedral de Nôtre Dame. El honor de escoltar el cortejo, durante el que se producirá un confuso tiroteo, corresponde a La Nueve, por haber sido la primera en entrar en la capital de Francia. Las imágenes de los españoles rindiendo honores o controlando a la multitud desde los half-track serán algunos de los iconos característicos de su leyenda.

Revista Defensa nº 507-508, julio-agosto 2020, Joaquín Colorado


Copyright © Grupo Edefa S.A. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.