(Revista Defensa nº 119/220, julio/agosto 1996) La inmensa mayoría de los españoles no ha oído hablar en su vida de las Compañías de Mar. Si se les preguntase sobre ellas, lo más que podría ocurrírseles decir es que, “por supuesto” , pertenecen a la Armada y, dada esa convicción, se quedarían muy sorprendidos al saber que, ubicadas una en Melilla y la otra en Ceuta, forman parte del Ejército de Tierra, en concreto de la Infantería, y que desde 1968 gozan, además, de la denominación y prerrogativas de Fuerzas Especiales por sus características peculiares, organización, medios y modo de empleo.
Aunque unificadas hoy día en su denominación, contenidos y misiones, tanto el origen como su desarrollo a lo largo de los siglos señaló diferencias entre una y otra Compañía de Mar, siendo la más veterana la de Melilla, que en 1997 cumple nada menos que cinco siglos de vida, y siguiéndola, unos años más joven, la ceutí. Por otra parte, el acta de nacimiento de la primera es española, y portuguesa el de la segunda pues, como resulta sabido, Melilla la ganó el Duque de Medina Sidonia mientras que en Ceuta, el primero en desplegar su enseña fue el Rey Juan III de Portugal pasando la ciudad a la Corona de España cuando los dos Estados peninsulares se unieron en la persona de Felipe II y permaneciendo de esta guisa al recuperar los lusitanos su independencia, ya en el reinado de Felipe IV.
BANDEIRA VELHA, BANDEIRA NOVA
Dada la excentricidad geográfica de la plaza y la presencia en todo ese sector norteafricano de una costa difícil, con mar peligrosa, peñones y apostaderos usados por los berberiscos con sus naves siempre dispuestas a practicar las artes de la guerra o, cuanto menos, las de la piratería, D. Juan de Guzmán, tercer Duque de Medina Sidonia, ya convertido en señor de Melilla, creó una unidad marinera dotada de cuatro fustas de remos, bien pertrechadas y aparejadas, con cincuenta bancos, y cuarenta hombres de mar, contando cada una, como dotación, con un patrón, un cómitre, tres timoneros y cinco marineros, según leemos en el Asiento de Alcalá, firmado entre los Reyes Católicos y el Duque para la guarda e provimentos de la Plaça de Melilla.
En Ceuta los problemas eran similares, aunque atenuados por su proximidad a la costa peninsular, por lo que el 26 de junio de 1548 el ya mencionado Juan III ordenó armar bergantines de diez bancos para que sirviesen con ellos cuando cumpla a mi servicio. Esta primera iniciativa la mejoraría Felipe II al extender documentos, como uno de fecha 13 de febrero de 1586, en el que se hablaba de la construcción de un laúd para el servicio de las escuchas que en el mar vigilan y recojen para poder traer y llevar recodos y hacer cualquier servicio que sea necesario o mandados de los señores capitanes de esta ciudad.
El laúd en cuestión debía estar siempre bien concertado de remos y calafateado y amarras pudiendo usar de los hombres de la obra para que le remen y marinen como sea necesario permitiéndosele, cuando no estuviese ocupado en el servicio real, pescar y hacer viajes con beneficio propio.
Quienes peor lo tenían eran, desde luego, los de Melilla por la ya explicada lejanía de esa plaza con relación a la costa peninsular, y por su proximidad a las bases enemigas de Argelia, por lo muy desabrido del litoral norteafricano en la zona, y por la presencia, en el mismo, de unos peñones utilizados como guarida de los buques moros. Lógico es que se determinase la conquista de estos últimos en lo que los marineros melillenses desempeñaron un gran papel debido a su exacto conocimiento del terreno. Cae bien pronto, en 1508, el Peñón de Vélez de la Gomera, aunque pasará más de un siglo, hasta 1673, para que suceda lo propio con el de Alhucemas. Tres años antes de este último suceso se registró un hecho luctuoso, al capturar los cárabos de Muley Ismail el bergantín que proveía de bastimentos a Vélez siendo llevados sus tripulantes ante el sultán marroquí, quien les puso ante la disyuntiva de abjurar de su fe y abrazar el Islam o ser degollados en el acto. No aceptaron el ultimátum, siendo ejecutados en presencia del sanguinario monarca. Todos ellos pertenecían a los entonces denominados Pelotones de Mar, antecesores directos de las actuales Compañías.
Por cierto, que en Melilla, al ser esta fuerza casi exclusivamente marinera, contaba, a modo de Infantería embarcada, con las Compañías de Pie Fijo de las que formaban parte los naturales de la ciudad, así como desterrados en la plaza. Las Compañías Fijas, que durante algún tiempo llegaron a ser ocho, reducidas posteriormente a cuatro (dos en Melilla, una en Vélez de la Gomera y otra en Alhucemas), eran unas tropas disciplinadas y muy valerosas a las que ensalzaron cuantos las vieron actuar. En Ceuta, la situación era por completo distinta, ya que los marineros pertenecían a las Compañías de la Ciudad, auténticas unidades de Infantería compuestas por un capitán, un teniente, un subteniente, dos sargentos, tres cabos y ciento cincuenta soldados, dedicados unos al servicio de las armas y otros gente de mar. Las Compañías de la Ciudad procedían de las Bandeira Veiha (Bandera Vieja) y Bandeira Novo (Bandera Nueva) de tiempos de los portugueses.
MISERIA Y ABANDONO
Los años continuaron discurriendo y contemplando rudos episodios de abordajes, escaramuzas costeras, salvamentos, transportes de toda laña, etc. En una ocasión, el barco grande y la fragata de Melilla atacaron en mar abierto a un pasacaballos turco, trayéndolo cautivo con trece moros muertos y dieciséis cautivos a bordo (1703). Otra vez la suerte cambió de signo y una fragata de este mismo origen fue apresada, sufriendo su patrón y sus cuarenta y tres tripulantes un largo cautiverio (1709). En un nuevo rifirrafe, tres falúas melillenses desembarcaron tropas en la Rambla del Agua y cayeron por sorpresa sobre los moros en lo que hoy se conoce por Aguadú, regresando con sólo dos heridos propios y once cabezas de enemigos (1723), etc.
En 1717, el Reglamento de 23 de marzo, dispuso que en Melilla hubiese un primer patrón, dos segundos patrones, un oficial calafate y 24 marineros. Para Vélez de la Gomera y Alhucemas, la dotación sería de un segundo patrón y 16 marineros.
En éstas se llega a 1745, año al que cabe calificar de agridulce. En efecto, por deseo de Felipe V la unidad ceutí deja de formar parte de las Compañías de la Ciudad y cobra personalidad propia como Compañía de Mar, disponiendo de organigrama, actuaciones, caudales, sueldos, asignaciones, mercedes, provisiones y gastos regulados. Lo mismo sucede en Melilla, donde a pesar de ver disminuidos sus efectivos a dos patrones, un calafate y 18 marineros, los Pelotones de Mar quedan por completo separados de la tropa asumiendo, además, el nombre de Pelotones de Mar de África.
foto: El hoy desaparecido cuartel de la Compañía de Mar de Melilla (Foto: Colección S. Domínguez Llosa).
Pero si estas medidas administrativas pueden calificarse de positivas, algo muy distinto cabe decir de la situación general caracterizada, en esos lugares, por la penuria económica y el abandono. Una y otro eran tales que el gobernador de Melilla se vio obligado a comunicarle al alférez que mandaba el destacamento de Vélez de la Gomera que vaya a Málaga en el barco de la plaza y requiriese judicial y extrajudicialmente auxilio, y de no dárselo en el acto, como (no) hay víveres más que para ocho días, de haber en el puerto alguna embarcación con trigo, habas, o cualquier bastimento, se meta en ella con su gente y se lo traiga, y si encuentra algún calafate lo prenda y traiga pues hace falta uno en la plaza.
Como leemos en el historial de la unidad: El Reglamento de 1745, que tantas economías introdujo en los elementos ofensivos y defensivos de estas plazas, redujo igualmente las embarcaciones y marinería de ellas, con lo cual y con la desidia de nuestros Gobiernos, que ni reparaban ni reponían barcos, aquellas utilísimas fuerzas navales fueron desapareciendo, los moros no encontraban obstáculos para sus navegaciones ni para sus piráticos ataques a las embarcaciones europeas y ocasión hubo, en que por no disponer de aquellas, no pudo pedir a España el socorro de que tan necesitadas se encontraban estas plazas.
Los años siguientes presenciaron más enfrentamientos con los moros y, también, con los corsarios ingleses, siendo reiteradas las muertes de marineros por disparos desde las costas o en ellas mismas, cuando se encontraban navegando o, pie a tierra, dedicados a diversas tareas.
También era notoria la penuria de material flotante. Así, en el informe de D. Matheo Vodopich, de 1761, leemos que en Melilla había: Un jabeque, de nombre “Purísima Concepción”, de 800 quintales de porte, armado con cuatro cañones de calibre de a dos, con cureñas, armas y municiones correspondientes; diez pedreros con 18 recámaras y dos atacadores, 26 fusiles, dos carabinas, doce pistolas, nueve trabucos, doce sables, quince chuzos, cinco chifles y una frasquera de pólvora con diez y ocho frascos y siete talegos de metralla (...) y una lancha de diez remos. Una falúa “Nª Sª de la Victoria”, de catorce toneladas, armada con dos frasqueros de 23 frascos de pólvora, cuatro trabucos cargados con siete balas cada uno, seis fusiles, tres chifles de a libra de pólvora y cuatro pedreros de a libra y media. Una lancha de seis bancos llamada “San Fernando” y un lanchón de veintidós remos.
O’DONNELL ENTRA EN ESCENA
En 1828, Fernando VII recupera el poder absoluto y entre otras medidas toma la de reorganizar en profundidad el Ejército decretando que, de los Cuerpos y Compañías de Inválidos y de las Compañías Fijas se conserve la de Mar de Ceuta, sin ninguna mención a la de Melilla, que sin embargo siguió activa, ya que al año siguiente contaba con dos patrones, un calafate, 12 artilleros de mar y 48 marineros, además de los destacamentos de Vélez de la Gomera y Alhucemas en los que había un patrón, 18 marineros y 6 artilleros de mar en cada uno. En ese mismo año, un lanchón tripulado por 18 hombres, y armado con cuatro pedreros, realiza una descubierta al Cabo Tres Forcas, descubriendo en una ensenada a seis cárabos al acecho del convoy de víveres que se adivinaba en el horizonte. A pesar de estar en franca minoría, el patrón al mando de la embarcación, cargó al más puro estilo de la Caballería contra las naves corsarias. En la siguiente refriega, que no duraría más de treinta minutos, hundió a dos embarcaciones, apresó otra e hizo que las demás se estrellasen contra la escarpada costa, tomando 29 prisioneros y recogiendo 7 cadáveres enemigos, todo ello sin bajas propias excepto la de un marinero herido con su propio sable al abordar un corsario.
En 1859, hubo otra reorganización en la que se ignora la existencia de la Compañía de Mar ceutí y sólo menciona a los Pelotones de Mar de las plazas menores de África: Melilla, Chafarinas, Peñón y Alhucemas, así como a la tripulación del falucho de Estado para las comisiones. Tras decir que esos Pelotones nacieron en 1745, fijaba su plantilla en dos oficiales y ciento veinte individuos de tropa, especificando que el servicio que estaban obligados a prestar era esencialmente marinero debiendo, no obstante esto, desempeñar el de artilleros en los botes de combate cuando se vean obligados a perseguir a los cárabos rifeños, correspondiéndoles a algunas clases de Infantería y Artillería adiestrar a los marineros en su ejercicio. El reemplazo de estos últimos dependía del capitán general de Marina del Departamento de Cádiz y, todo lo demás, del capitán general de Granada, que era su inspector, rezando un conmiserativo artículo: Los actuales individuos de los Pelotones de Mar que por achaques o vejez no pudieran continuar en las faenas de su Instituto, se les expedirán licencias absolutas o retiros a que tengan derecho por sus años de servicio.
foto: Botes y marinero, a la izquierda, de la Compañía de Mar de Melilla, en 1911 (Foto: Colección S. Domínguez Llosa).
No tiene que pasar mucho tiempo, únicamente unos meses, para que el 3 de octubre de 1860, los Pelotones y la Compañía de Mar se integren en un mismo cuerpo doctrinal y legislativo del que formaban parte también, aunque les eran ajenos, los Carabineros de Mar, pertenecientes, no al Ministerio de la Guerra, sino al de Hacienda. Por cierto que 1860 fue el año de la Guerra de África, una de tantas para los componentes de estas unidades, en la que el general O’Donnell se distinguiría particularmente, y, lo que no tuvo nada de raro, una vez más la desorganización y el desconcierto llevaron al Ejército expedicionario a encontrarse sin víveres, al borde casi del hambre, en las orillas del río S’mir también conocido como el de los Capitanes. Fue preciso auxiliarle y tras fracasar varios intentos, logró desembarcarlos un buque melillense en el que demostró dotes sobresalientes de coraje el marinero Pedro Blanco al que O’Donnell, agradecido, le ascendió al empleo de subteniente de Infantería.
Por estas fechas, fue dado de baja uno de los dos faluchos enviados para remediar la penosa situación de aislamiento en la que vivían las guarniciones de las Chafarinas, Vélez de la Gomera y de Alhucemas: el Espartano y el Catalán. Hacían dos viajes
mensuales, relevándose el destino cada dos meses, siendo correos, transportes y guardacostas al mismo tiempo. La medida vino dada por la entrada en servicio, entre
Málaga y esos lugares, de un vapor de hélice; el primero que se veía de una manera regular por aquellos escenarios. Con la irrupción de tan revolucionaria tecnología, que no tardará en prodigarse, llegaba el — comienzo del fin para una romántica página que recogió nombres tales como los de galeotas, jabeques, bergantines, laudes, falúas, pailebotes, cárabos, navíos luengos, balandras, pasacaballos, gábulos y un largo etcétera.
CADA CUAL POR SU LADO
Sigue la descoordinación entre Melilla y Ceuta, que pese a todo no acaban de acompasar su andadura siendo reflejo —como resultaría lógico, dadas sus concomitancias— una unidad de la otra. Todavía peor, en febrero de 1862 se promulga un reglamento para la Compañía de Mar de Ceuta que no menciona en momento alguno a la de Melilla. Por ese documento, que es muy extenso y detallado, sabemos que en Ceuta había 4 oficiales y 98 individuos de tropa encargados del servicio del puerto y de tripular las lanchas, lanchones y barcas con que contaban, así como un buque para correo y comisiones; otro más de las mismas dimensiones y encomiendas y un tercero de menor arqueo. Existían los cargos de patrón, equivalente a sargento primero, y cabo de mar, homologables a sargento segundo, más calafates, contramaestres, escribanos, grumetes, etc. Hospitalidad, ascensos, premios y recompensas eran los del Ejército aunque no el uniforme, compuesto, por lo que hace a la tropa, por sombrero de suela igual al usado por la marinería de los guardacostas, rotulado con la leyenda Compañía de Mar; una chaqueta de paño y pantalón azul turquí, con vivo encarnado, botón plano de metal blanco y las iniciales de CDM; chaqueta de cuello vuelto y en él las iniciales CDM sobrepuestas con paño del mismo color que el vivo o de latón; zapatos de becerro abotinados, de los llamados borceguíes, y pañuelo negro al cuello con nudo de corredera. En verano se usaba pantalón rayado y camisa de crea con cuello azul y las citadas iniciales. Como armamento se señalaba la carabina rayada y el sable bayoneta utilizándose, en los botes de combate, los prefijados para el Ejército.
La Memoria de la Organización Militar de Ceuta, de 1863, sí cita a ambas Compañías de Mar, la de África, es decir, la de Melilla, y la de Ceuta viéndose que la primera continuaba siendo esencialmente marinera pero compartiendo ambas muchas cosas incluyendo los uniformes en los que las siglas CDM (Compañía de Mar), utilizadas por los ceutíes, se convierten en PDM (Pelotones de Mar) en los melillenses.
foto: El general Francisco Franco pasa revista a la Compañía de Mar de Melilla, en mayo de 1935, acompañado por su entonces primer patrón, D. Antonio Morán.
Tras unos años en los que las unidades pasaron a depender del Ministerio de Marina, lo que añade un poco más de confusión a un panorama que siempre estuvo sobrado de ella, en 1882 regresan bajo la férula del de Guerra diciéndoseles que deben dedicarse a la carga y descarga... y que las embarcaciones que usan no podían mantener el carácter y prerrogativas propios de la Armada, y menos arbolar la bandera nacional, toda vez que su verdadera misión, se circunscribía al servicio interior de los puertos.
Un año más tarde, en base a su carencia de material flotante, se ordenó la extinción de la Compañía de Mar ceutí aunque no la de la fuerza análoga melillense en donde lo que hicieron fue unificar los Pelotones de Mar en una llamada Compañía de Mar de África.
Por la Real Orden de 31 de enero de 1885 se creó en Melilla la Compañía Marítima de África, fusionándose los antiguos pelotones, e integrándola individuos de reemplazo. Fueron sus primeros jefes D. Rafael Álvarez, D. Nicolás Álvarez y D. Manuel López. En 1886 recibiría el definitivo nombre de Compañía de Mar de Melilla.
La de Ceuta, por su lado, no desapareció sino que fue a integrarse en la recién creada Milicia Voluntaria de esa ciudad junto a la sección de Moros Tiradores del Rif (Infantería) y el Escuadrón de Cazadores de África (Caballería). Como esta medida originaba gastos y las arcas, como de costumbre, se encontraban vacías, la Real Orden aprobando el reglamento de las citadas Milicias Voluntarias determinó que, para compensar los desembolsos habidos, se dejasen sin cubrir las siete vacantes que existían en la Sección de Moros Tiradores del Rif y que no se abonasen las dos raciones de trigo que estaban sin conceder a mujeres de individuos de la misma. Como siempre, el chocolate del loro.
En 1887, para evitar confusiones, los citados Moros Tiradores y el Escuadrón de Cazadores cambian sus apellidos, del Rif y de África, por de Ceuta, no siéndole necesaria mutación alguna a la Compañía de Mar que siempre ostentó ese bautizo.
Bien pronto, una vez más, melillenses y ceutíes van cada cual por su lado ya que por Real Orden de 19 de octubre de 1892 se comunica cual deberá ser la uniformidad y el armamento de la Compañía de Mar de Ceuta, que sigue inclusa en la Milicia Voluntaria de esa plaza, sin que mencione para nada a la de Melilla. El documento al que aludo es muy minucioso describiendo pormenorizadamente la que corresponde a oficiales, sargentos, maquinista, calafate y clases de tropa, fijándose el precio de cada prenda e incluso el tiempo que debe durar. A los oficiales les conceden sable de tirantes y vaina de metal, más revólver en funda de charol negro y cordón de pelo de cabra del mismo color, ambos reglamentarios en la Infantería; a los sargentos sables iguales a los portados por los de su grado en el Ejército; y a la marinería mosquetón modelo 1874 y machete modelo 1881. En cuanto a los uniformes eran tan complejos como el que queda definido, así, para las citadas clases de tropa: Chaquetón de paño azul tina con dos hileras de seis botones de metal blanco con anda; las iniciales MC enlazadas de igual metal en las vueltas del cuello; dos bolsillos en ambos pechos a la altura del segundo botón y una abertura en el costado izquierdo que dé salida al tahalí para el machete. Esta prenda, como el abrigo, estará enguatada y forrada de bayeta. Camisetas marineras, una de bayeta azul tina con la suficiente holgura para el servicio que tiene que prestar en las faenas de la mar y las iniciales MC en el cuello, y otra de lanilla igual de forma y color. Faca con vaina de cuero avellana y cordón de pelo de cabra negro para sujetarla. Pantalón de paño azul tina, sin franja y forma recta. Pantalón de lanilla de igual color y forma que el de paño. Camiseta lienzo crudo para faena. Pantalón de igual tela y aplicación. Camiseta blanca de algodón con cuello, puños y tapihas de perchera de dril azul. Pañuelo de seda negro para el cuello. Zapatos de los llamados borceguíes de una sola pieza. Guantes blancos de algodón para gala y verano y verdes de estambre para invierno. Ceñidor de cuero color avellana con su hebilla y pasador. Gorra de paño azul tina, con cinta negra, que llevará la inscripción Compañía de Mar en blanco sin visera y con barboquejo de cinta negra de goma; en verano se cubrirá con funda blanca de dril. Traje impermeable que se compondrá de chaqueta larga, pantalón y sombrero de color negro. Los cornetas usarán el mismo vestuario que los marineros, llevando como distintivo en el brazo izquierdo un trofeo de dos cornetas entrelazadas de metal blanco; las cornetas serán como las de Infantería y azules los cordones.
MÁS EPISODIOS BÉLICOS
En 1893-94 tiene lugar la Campaña de Melilla, en la que toma parte muy activa la Compañía de Mar de esa ciudad, no en vano carecía aún de puerto, mientras que en el año último citado se modifica la plantilla de la de Ceuta que queda con un capitán, un primer patrón, un segundo patrón, 3 sargentos, un calafate, 6 cabos, 2 cornetas y 47 marineros. En cuanto al servicio, será esencialmente marinero, a bordo de sus embarcaciones, verificando la carga y descarga de material y personal de guerra, así como las rondas marítimas y, a excepción de las guardias del muelle, sólo prestarán servicio de tierra cuando, en casos extraordinarios, lo ordene el inspector. Por otra parte: La Compañía de Mar estará instruída en la táctica de Infantería, comprendiendo la del recluta y sección, tiro al blanco, servicio de guarnición y de campaña.
El siglo que se despide ve a la Compañía de Mar ceutí dueña de tres lanchones para conducir material de boca y guerra y otros tantos botes que desempeñan funciones ¡de guardacostas!. Es muy poco, casi nada, pero con tan esquemáticos medios llevan a cabo salvamentos y conducen el correo hasta Algeciras cuando buques de mayor tonelaje no se atreven a enfrentarse con las aguas del Estrecho. Y hablando de proeza marinera, unos años antes, siendo necesario enviar a las islas Chafarinas unos pliegos reservados y muy urgentes, y no habiendo en la rada melillense ningún barco, fueron los hombres de la Compañía de Mar los que los llevaron ¡a remo! por falta de viento; en total, entre ida y vuelta, 58 millas náuticas.
foto: La evolución de los uniformes a través del tiempo (Foto: Luis Rico. ARM/ET).
Las condiciones, en Melilla, no eran mejores y esto, unido a lo ordenado por el tratado de paz con Marruecos y a lo que dictaminaba el tratado de Algeciras, hizo que las esforzadas Compañías viesen definitivamente limitadas sus tareas a las bases desde las que actuaban. Eso sí, no faltaron proyecciones exteriores como el establecimiento de un destacamento de la unidad ceutí en Larache, tras la ocupación de esta plaza. También intervino la de Melilla en la toma de la Restinga, en 1907, y de Cabo de Agua, al año siguiente, formando en esta ocasión convoyes que conducían víveres, material de guerra y otros pertrechos a Vélez y a Alhucemas, así como a las posiciones de Afrau y Sidi Dris (en cuyo desembarco y conquista participó), Cuatro Torres de Alcalá y otros puntos.
Para asentar el Protectorado Español de Marruecos, la sección que hemos mencionado destacada en Larache pasó a convertirse, apenas creada allí una Comandancia General, en Compañía de Mar con secciones en el propio Larache y en Arcila. En el primer lugar la dotación constaba de un primer patrón, 2 segundos patrones, 5 sargentos, un calafate, 9 cabos, 2 carpinteros de ribera, 2 cornetas y 86 marineros. En Arcila, de un segundo patrón, 2 sargentos, un calafate, 4 cabos, un carpintero de ribera, un corneta y 41 marineros. En cuanto al material a flote, a Larache se le asignó un remolcador, una lancha de 13 ton., otra de 9, un bote de 4,28, tres botes de 2,5 y una canoa automóvil, correspondiéndole a Arcila, un remolcador y una lancha de 9 ton., un bote de 4,28 y una lancha de 2,5.
Julio de 1916. Un nuevo golpe de timón, al menos en Ceuta, donde con la constitución de los Grupos de Regulares, desaparece la Milicia Voluntaria y la Compañía de Mar recupera su independencia... igual que la de Melilla, según reza el decreto correspondiente. Se abre entonces un nuevo periodo caracterizado por la rutina, que romperá una nueva guerra, la que estalla en 1921. Como consecuencia de la mayor extensión de territorios ocupados en la costa de Gomara y el establecimiento en ella de nuevos puestos militares que deben ser aprovisionados, aumentan las plantillas de la Compañía de Mar, extendiéndose a la de Ceuta y Larache, el reglamento que desde 1899 aplicaba la de Melilla.
En ese mismo año de 1921, seis miembros de la unidad melillense mueren en la defensa de la posición de Sidi Dris y dos más son hechos prisioneros, abriéndose a continuación, un largo paréntesis caracterizado por los servicios de convoyes, salvamento de náufrados (la Compañía de Mar de Melilla posee 14 condecoraciones por dichas actuaciones), ayuda a los barcos en peligro fuera del puerto; tareas en las que, de vez en cuando, sacrificaban sus vidas con gran impacto emocional, puesto que casi todos eran naturales de las distintas plazas, salvo los de Larache, y, además, constituían auténticas dinastías, por heredarse el servicio en estas unidades de padres a hijos (ver recuadro “Las dinastías de la…”(*)
foto: Aunque parezca un marino, los emblemas son del Ejército de Tierra (Foto: Luis Rico. ARM/ET).
La crisis bélica en el Norte de África duraba ya demasiado tiempo, con desdoro del prestigio nacional y gastos insoportables para la Hacienda Pública, razón por la cual el general Primo de Rivera, que se había hecho cargo del poder mediante un golpe de Estado, decidió, en 1925, cortar por lo sano preparando, con ayuda francesa, el desembarco de Alhucemas. Las Compañías de Mar apoyaron este episodio con absoluta entrega, registrándose casos como el del cabo Ildefonso Mansilla que, arrastrado por el entusiasmo, se unió a los legionarios logrando apoderarse de una ametralladora enemiga y de sus 3.000 cartuchos de dotación. Pese a todo, ese no era su puesto y para evitar que lo sancionasen, el capitán Ramírez, testigo de los hechos y jefe de la unidad legionaria, le devolvió a su barco con una nota que decía: Es un valiente. Resultado de tanto entusiasmo fueron varios ascensos, condecoraciones individuales y colectivas y, en 1926, la concesión de la Medalla Militar Naval que, quienes participaron en los hechos, lucieron orgullosamente en la manga de su uniforme a partir de entonces.
LAS “DINASTIAS” DE LA COMPAÑIA DE MAR DE MELILLA (*)
Son muchos los melillenses que tuvieron el honor de servir en la que ha sido calificada como la unidad militar más antigua de la OTAN. Algunos de ellos pertenecen a auténticas dinastías de familias melillenses estrechamente vinculadas a esta veterana fuerza. Apellidos melillenses de toda la vida, como Herrera, Navarrete, Moreno, Ortega, Oreli, Alcalá, Lafont, etc., pertenecen a descendientes de quienes integraron los Pelotones de Mar de antaño. Con la unificación de las Compañías, estos apellidos se intercambiaron con los de sus compañeros ceutíes: Núñez, Toro, Correa, etc. Pero si hubiera que destacar uno de ellos, habría que fijarse en la familia Morán.
Foto: Don Fernando Morán Tordera
Cuando en 1981 se retiró el teniente D. Fernando Morán Tordera, concluyó, desgraciadamente, una saga en la que casi todos los miembros varones de la familia, desde 1836, han servido en las Compañía de Mar, llegando varios de ellos a mandar las unidades de Melilla, Ceuta, Larache, Rif y Sáhara. En su honor, una de las nuevas unidades de casco semirrígido con que cuenta la Compañía de Mar de Melilla lleva su nombre. Otro miembro destacado de la unidad melillense fue D. Nicolás Álvarez García, quien sirvió en la misma desde el 3 de diciembre de 1840 hasta su jubilación el 10 de octubre de 1896, es decir, 60 años, 5 meses y 22 días, a los que hay que añadir un año, cuatro meses y dos días que no se le tuvieron en cuenta ¡porque era menor de edad!. Baste, únicamente como ejemplo de dedicación, el del sargento D. Francisco Ribas, fallecido ahogado en acto de servicio, en 1824, cuando contaba con ¡80 años de edad!.
DE LA REPÚBLICA A NUESTROS DIAS
Si unos años antes, como vimos, se había creado, a base de la de Ceuta, la Compañía de Mar de Larache, en 1927, proveyendo la cantera la de Melilla, nace la del Rif con sede en Villa Sanjurjo. En total, las Compañías de Mar suman ahora 4 primeros patrones, 7 segundos patrones, 22 sargentos, 5 calafates, 41 cabos, 9 carpinteros de ribera, 2 cornetas y 271 marineros. En un momento glorioso y no cabe duda de que en esta expansión geográfica han influido mucho los relevantes servicios prestados durante la última guerra, en general, y con ocasión del desembarco de Alhucemas, en particular.
Proclamada la República Española, en abril de 1931, un año más tarde su política de reducción ad limiten de las Fuerzas Armadas, deja en dos, Melilla y Ceuta, las Compañías de Mar. La orden lleva la firma de D. Manuel Azaña. Además la Compañía ceutí se establece en Villa Sanjurjo para volver a su lugar de origen el 17 de julio de 1936, encargándose de los servicios de vigilancia y seguridad de puerto y zona del litoral marítimo, así como de la manipulación del material de guerra y embarque de las fuerzas que parten hacia la Península. Asimismo, la Compañía de Melilla aporta sendos destacamentos a las bases de hidroaviones del Atalayón y Pollensa.
foto: Una vista de la proa del “Capitán Mayoral” (Foto: Luis Rico. ARM/ET).
Concluida la Guerra Civil, las dos compañías no sólo permanecen, sino que el Gobierno demuestra la consideración que les tiene al ascender a capitán a sus dos primeros patrones, concediéndoles el sueldo de comandante a los capitanes que llevan cuarenta años de servicio, diez de ellos en el empleo. Y no era para menos, ya que demostraban a diario su valor, como en 1947, cuando en el puerto melillense se incendió el barco Castillo de Jarandillas cargado de municiones y gasolina, y fueron los marineros de la Compañía de Mar, al mando de su primer patrón, D. Arturo Morán, los que con riesgo de sus vidas, lo sacaron del puerto, siendo posteriormente hundido a cañonazos por el guardacostas Uad Martín.
Tras la independencia de Marruecos, en 1956, las aguas vuelven a agitarse de manera particular en las entonces provincias españolas de Ifni y del Sáhara, reivindicadas ambas por Rabat. En vista de ello, a la Compañía de mar de Ceuta se le ordena organizar, apoyada por la de Melilla, una nueva fuerza de esta clase: la Compañía de Mar del Sáhara con sede en El Aaiún, con dependencia de la Jefatura del Sector Sáhara y agregada administrativamente al Tercio Sahariano 32 Una instrucción emanada por el Ministerio del Ejército, en 1959, asignaba a la unidad un capitán, dos tenientes y un brigada, todos ellos de Infantería, un patrón primero, otro segundo, siete cabos, dos calafates y un número indeterminado de marineros a cubrir con los reclutas del reemplazo de ese año. En cuanto al material constaba de cinco vehículos anfibios, un tractor oruga, una grúa tractor y un remolque tractor.
El siguiente capítulo destacable es el ya mencionado de incluir a las Compañías de Mar en la categoría de Fuerzas Especiales, por decreto del 27 de julio de 1968 en atención a sus características peculiares, organización particular, medios y modo de empleo, preparación, instrucción y entrenamiento, así como sus singulares condiciones de vida. Algo que se corresponde, desde luego con la realidad puesto que estos hombres asumen trabajos arriesgados, tanto en puerto como en aguas vecinas, continúan salvando personas en trance de ahogarse y, con un goteo trágico, no dejan de ofrendar sus vidas en socorro y beneficio de los demás.
Ya casi en nuestros días, en 1987, como consecuencia de la organización de los Mandos de Apoyo Logístico a Zona Interregional (MALZIR), la Compañía de Mar de Ceuta se integra en la Unidad de Transporte IX/23, dotada con el buque de tipo mercante Martín Posadillo, y la de Melilla en la Unidad de Transporte IX/24, que cuenta con el Capitán Mayoral, ambos pertenecientes al Ejército de Tierra. Se les asigna, como tarea, la de efectuar la carga y descarga de los buques propios o de la Armada que llegan o zarpan tanto con armamento como municiones o material diverso, para lo que disponen de material especializado. También la de apoyar a los distintos Cuerpos de la guarnición cuando efectúan ejercicios de tiro sobre la mar o actividades subacuáticas.
foto: Compañía de Mar de Ceuta forma parte de la Unidad de Transporte IX/23.
Además: prestar servicio de escolta en los barcos del Ejército de Tierra que transporten armamento o municiones entre las plazas norteafricanas y otros puertos nacionales; apoyar al Martín Posadillo y al Capitán Mayoral con personal cualificado para la tripulación; controlar las mercancías y materiales que llegan a Melilla y a Ceuta por vía marítima para las distintas unidades de las mismas, así como su entrega y recogida, y ejecución de los transportes correspondientes a la estafeta militar entre estas plazas y la Península.
Les compete también dotar de personal y de naves a los destacamentos de las Islas Chafarinas y Peñones de Alhucemas y de Vélez de la Gomera donde asumen el apoyo a los buques de la Armada, así como la carga y descarga de cuanto material llega a esos puntos, que al carecer los dos últimos de puerto, precisan del trasvase desde los buques a las embarcaciones de la Compañía de Mar, que son las que lo conducen a tierra. Igualmente, prestan socorro a los barcos, generalmente pesqueros o de recreo, que precisan ayuda en el perímetro de los destacamentos, encargándose de la vigilancia de las aguas aledañas.
En septiembre de 1992, dentro de la operación Alfa/Kilo, el sargento primero Joaquín Jiménez Toro y el cabo primero Juan Fortes Sánchez, fueron agregados a la terminal flotante de Viator, Almería, para salir a continuación hacia el Kurdistán a bordo del transporte de ataque Castilla. iLas Compañías de Mar, por vez primera en su historia, se internacionalizaban!. Al año siguiente, en junio, la Compañía de Mar melillense, que como unidad más antigua de la guarnición siempre abre los desfiles que en esa ciudad tienen Iugar, recibió en el acuartelamiento Millán Astray, la Medalla de Oro de la ciudad. Por último cabe citar que en febrero de 1995, en una sencilla ceremonia, se botaron en Melilla las embarcaciones neumáticas de casco semirrígido Magnum 760-FB, que sustituían a los veteranos botes mixtos, y que unos meses más tarde, el 27 de julio, el acuartelamiento de la Compañía de Mar recibió el nombre de D. Pedro de Estopiñán y Virues, creador de la primera fuerza, los Cuarenta hombres de mar, en 1497.
¿Qué va a ser de estas unidades el día de mañana?. Resulta difícil saberlo dados los cambios de todo tipo que tienen lugar, pero debería procurarse preservarlas sin nuevos traumatismos. Son un elemento hoy todavía no sólo útil sino valiosísimo y constituyen, además, una de las señas más genuinamente españolas de Melilla y de Ceuta.
PEÑONES E ISLAS
EL PEÑON DE VÉLEZ DE LA GOMERA
Es, en realidad, un islote pequeño y muy poco rocoso con 85 m. de altura en su punto más elevado, 250 de largo y 100 de ancho situado frente a la costa del Rif, entre Ceuta y Alhucemas. Un pequeño istmo lo comunica con la Isleta, de 100 m. de largo y 40 de ancho, ofreciendo el conjunto el aspecto de una sartén en la que la Isleta sería el mango. Desde 1934, por un capricho del mar, una lengua arenosa une el Peñón con la costa, aunque desapareció temporalmente en 1995. Los españoles lo conquistaron en 1508 para poner fin a las acciones de los piratas berberiscos que con base en este lugar, así como en otros puntos, asolaban el litoral meridional de la Península perdiéndolo, de forma hasta el día de hoy no aclarada, en 1522. Toda su guarnición fue pasada a cuchillo. Sendos intentos por recuperar el Peñón tuvieron lugar en 1525 y 1563, ya que había vuelto a ser un pivote fundamental de las acciones corsarias, fracasando en ambas ocasiones. Por fin, en 1564, Felipe II organizó una Armada compuesta por 93 galeras y 60 buques menores en los que embarcaron 6.000 españoles, 2.000 alemanes y 1.200 italianos, sonriéndoles en esta ocasión la victoria. Ya de nuevo asentados en el Peñón, construyeron un fuerte en tierra firme, que habría de perderse en 1702, y artillaron la roca, quedando en ella como guarnición 400 soldados, 100 gastadores, 4 marineros y las mujeres que fueran menester.
foto: Peñón de Vélez de la Gomera, en 1915. A la izquierda, al fondo, el destacamento de la Compañía de Mar al mando del entonces sargento D. Arturo Morán (Foto: Colección S. Domínguez Llosa).
Eliminada por fin la piratería en todo el Mediterráneo Occidental, el Peñón pasó a convertirse en presidio para delincuentes comunes, sentenciados por causas políticas y desterrados. Las condiciones de vida eran extremadamente duras dependiendo los bastimentos de lo que se les enviase por mar, pero las prohibitivas condiciones de éste unas veces y otras la incuria de las autoridades, hizo que muy a menudo llegasen al borde de la consunción. Estos problemas llevaron a que, en 1662, se autorizase a los detenidos a pasarse al campo moro, único lugar donde podían encontrar alimentos y evitar una muerte cierta, lamentable suceso que volvería a repetirse en 1810, durante la Guerra de la Independencia. El Peñón llegó a contar con medio centenar de piezas artilleras distribuidas en todas direcciones, sufrió cinco asedios, varias epidemias de peste, escorbuto y fiebre amarilla, dos terremotos y algunos proyectos de abandono, que de haberse llevado a cabo, contemplaban la voladura del reducto.
EL PEÑON DE ALHUCEMAS
Situado a menos de mil metros de la costa marroquí, tiene 170 m. de largo y 86 de ancho con una altura máxima de sólo 15. También era guarida de piratas, razón por la cual fue tomado en 1673 por la Escuadra del Príncipe de Monte Sachro y desde entonces, pese a los apurados trances por los que pasó durante los asedios de 1921 y de 1924/25, nunca habría de retornar a manos de los antiguos dueños. Alhucemas posee un pequeño desembarcadero que mira al Continente africano, inutilizable con viento de Poniente, recurriéndose en otros tiempos, en estas circunstancias o cuando eran hostigados desde la costa, al desembarcadero de la Pulpera, donde se encuentra el cementerio. Se dice que llegó a haber aquí un censo de mil personas, guarnición incluida, desarrollándose en aquel entonces un activo y jugoso comercio con los rifeños. Alhucemas albergó también a presos comunes, políticos y desterrados. Tuvo enlace por cable submarino con Melilla, Vélez de la Gomera y Ceuta. El buque de Transmediterránea que todavía en época reciente enlazaba a Melilla y Ceuta con Vélez y Alhucemas dejó de operar, encargándose de ese menester en la actualidad helicópteros de las FAMET con base en Melilla y Sevilla. Al no haber agua, la provisión de este precioso elemento la asume, una vez al mes, un buque aljibe de la Armada Española. Cabe citar, como aledaños, los islotes de Mar y de Tierra, ambos deshabitados, habiendo servido el primero de ellos como cementerio del presidio.
foto: El Peñón de Alhucemas en 1923 (Foto: Colección S. Domínguez Llosa).
ISLAS CHAFARINAS
Son tres islas de origen volcánico situadas en el meridiano de Almería y a 29 millas al Este de Melilla. Pasaron al dominio español el 6 de enero de 1848 y bautizadas con los nombres de Isabel II, Congreso y Rey Francisco, estando únicamente habitada la primera de ellas. Es extraño que, aún sabiendo su privilegiada situación y sus magníficas condiciones de refugio frente a los temporales de Levante, no fuesen ocupadas hasta fecha tan reciente. La operación, en la que participaron 550 soldados de los batallones de Navarra y África, ocho piezas artilleras, un tren de fortificación y obreros especializados de Ingenieros, fue dirigida personalmente por el general Serrano, que al desembarcar (precisamente a hombros de marineros de la Compañía de Mar de Melilla), enarboló por tres veces la bandera nacional, al tiempo que pronunciaba solemnemente la fórmula de posesión acompañada por los veintiún cañonazos de ordenanza. De inmediato se empezaron a construir fortificaciones y aljibes, debiendo reseñarse que a los pocos días se presentó un buque de la Armada francesa con la presunta intención de posesionarse de las islas, lo que convenía
—y mucho— a su todavía reciente implantación en la vecina Argelia. Por una vez, al menos, se les ganó la partida. También fueron usadas como presidio, siendo desterrados a ellas numerosos independentistas cubanos, como Antonio Maceo o Emilio Barcadí Moureau, fundador de las destilerías del mismo nombre. Aún hoy perduran aquí algunos nombres que recuerdan la presencia de estos desterrados que cambiaron su isla en el Caribe por otras en el Mediterráneo. En 1928 también estuvo desterrado en las Chafarinas D. Luis Jiménez de Asua, eminente catedrático que llegaría a ser presidente de la República Española en el exilio.
Hoy día constituyen uno de los enclaves naturales más privilegiados del Mediterráneo, albergando colonias de aves marinas y a la última foca monje del territorio nacional.
foto: Marineros de la Compañía de Mar de Melilla ayudando al desembarco de tropas durante la campaña de 1909 (Foto: Colección S. Domínguez Llosa).
Revista Defensa nº 119/220, julio/agosto 1996, Juan Alberto Otáñez y Santiago Domínguez Llosa