El mundo de la geoestrategia y la defensa siempre han estado muy unidas a lo que los británicos denominan gaslighting, término basado en la obra de teatro de Patrick Hamilton estrenada en los años cuarenta. Trata de ese marido que pretendía deshacerse de su esposa generando falsas realidades que la llevaran a la locura. Algunos siglos antes, el general Potemkin construyó ciudades enteras de papel y cartón, solo fachadas, para que la zarina Catalina recorriera las nuevas urbes del imperio, mientras que el afamado general se llevaba el dinero de la supuesta construcción y las condecoraciones. Años después, el Reino Unido creó una flota de invasión en el Norte de Inglaterra basada en maquetas de madera y globos. En definitiva, que la desinformación ha sido tradicionalmente un instrumento fundamental de la política militar.
El Gobierno anunció, después de ochenta años, de forma sorpresiva, que alcanzaría en dos meses el 2 por ciento del PIB (Producto Interior Bruto) del gasto en Defensa. ¿Una revelación, una necesidad o una obligación nueva?; Cada uno puede tener su interpretación, pero los hechos alrededor nos conducen a pensar de que estamos ante otro fenómeno de luz de gas para impresionar a nuestros aliados de una falsa realidad amparada en leyes, acuerdos y declaraciones, que tienen todo el aspecto de veracidad.
Pero no solo nuestros amigos quedan impresionados, hasta nosotros mismos comenzamos a hacer nuestras cábalas de qué porción de cada programa millonario le caerá a cada uno. Visualizamos un mercado doméstico de miles de millones de euros a futuro y nos adentramos en una vorágine industrial que no sé cómo vamos a detener. No hay gobierno, industria, institución que no vea Defensa como una panacea, como la solución a todos sus problemas. Es como si fuera el maná surgido de la nada que va a resolver todos los problemas de las empresas.
Todo el mundo que ha vivido al margen de la industria de Defensa se ve a sí mismo como el proveedor ideal en ese mercado boyante, que se constituirá en la piedra angular de nuestro desarrollo industrial. Pero llega octubre, y los programas siguen en el limbo, las transferencias de créditos necesarias para lanzarlos continúan en el proceso y los órganos gestores se devanan todavía la cabeza para ver cómo lanzar tanto programa sin disponer de recursos para hacerlo de forma eficiente.
Un titular de El País señalaba hace poco que el Gobierno se había sacudido la presión de Trump con el anuncio de la OTAN de que hemos alcanzado el 2 por ciento del PIB, información que procede del propio Gobierno español. Si el objetivo era producir una luz de gas en nuestros aliados, lo ha conseguido para este año y ya no necesita lanzar programas, ni llevarlos a la práctica.
De un golpe, España ha convencido a la OTAN de que se crea las cifras, a sus socios parlamentarios contrarios al programa de rearme para que se contenten, mientras la industria no podrá quejarse en voz alta porque sería reconocer que todo es un proceso de gaslighting, lo que no beneficia a nadie, y todo el mundo quiere creer que en los próximos diez años el Gobierno invertirá 100.000 millones de euros en nuestra Defensa.
Pero no solo somos los españoles artistas en esto de convencer a los demás de nuestras mentiras. Hasta la Italia de Giorgia Meloni quiso convencer a la OTAN de que el nuevo macro puente entre la Península Itálica y Sicilia era gasto militar. No estaría de más que pudiéramos dedicar éste a arreglar los trenes en nuestro país, algo fundamental para nuestra Defensa, pero esto ya no cuela, y la razón es la amenaza de una guerra total en Europa.
Esta es la cuestión de fondo. ¿Está el Gobierno convencido en su fuero interno de que el programa es de rearme, de que el objetivo es disponer de capacidades militares urgentes y renovadas para estar en condiciones de entrar en una guerra en el Continente con expectativas de victoria? Me he pasado toda la vida analizando políticas públicas y su impacto económico.
El gasto en defensa claro que genera impacto en el empleo o en la tecnología, pero en estos objetivos no es el más eficiente. Hay otras políticas de gasto público mucho mejores para crear empleo, incluso de calidad. El plan de rearme no es para crear empleo ni hacer más grandes a nuestras industrias. Estas son externalidades positivas, pero no objetivos que debamos perseguir. Un gasto militar que no incrementa la seguridad y la capacidad militar es un gasto público ineficiente, por muchas externalidades que genere.
¿Por qué señalo esto? Porque si no hay convencimiento de que estamos ante una grave amenaza, la más importante desde 1939; que necesitamos volver a situar la Defensa en el centro de nuestras vidas; que tenemos que prepararnos en todos los sentidos para un eventual conflicto, y por eso Alemania piensa en un nuevo servicio militar o Polonia invierte más del 4 por ciento en su defensa, difícilmente haremos realidad los planes anunciados, o los ejecutaremos atendiendo a otros intereses.
Estamos en los preludios de una guerra y estas circunstancias no son las más propicias para la luz de gas. Luz de gas fue lo que hizo Francia convenciendo a todo el mundo de que tenía el mejor ejército de Europa en los años treinta y que la línea Maginot era inexpugnable. No le duró a Hitler ni ocho semanas.
Todos estos subterfugios de evitar admitir el sacrificio en gasto social que tenemos que asumir, esto del plan de empleo tecnológico, de buscar soluciones imaginativas para no mostrar un presupuesto de Defensa con 36.000 millones de euros en su Sección 14, los retrasos en los programas, los embargos a proveedores extranjeros fundamentales de nuestra defensa por razones loables, pero secundarias ante la situación que afrontamos, me llevan al convencimiento de que estamos ante una luz de gas y de que a poco que la situación en Ucrania se normalice lo mínimo, volveremos a la senda de siempre y para entonces nadie se acordará de aquellos programas estrellas que iban a crear miles de puestos de trabajo.
Resulta muy peligroso jugar con las expectativas de las empresas, de las personas, de los países, porque llegado el momento de la verdad o en cuanto la situación se someta a la más mínima prueba, todo se derrumbará como un castillo de naipes.
Necesitamos reforzarnos rápido y no solo son inversiones, sino también con personal, entrenamiento y operaciones. Debemos ponernos todos en modo prebélico. Seguramente será la única manera de evitar una guerra. Pretender soplar y sorber a la vez es un ejercicio político que se puede hacer durante un periodo muy breve de tiempo, pero al final las circunstancias obligan a elegir y eso es lo que se quiere evitar, tener que tomar una decisión que nadie quiere escuchar.
El mercado no es inmune. Las empresas convencen al cliente y al mercado de sus potenciales capacidades, de sus ambiciones de campeonato, pero igual que es fácil ilusionar con la luz de gas, es mucho más fácil desilusionar en cuanto se destape la verdad. Así que prudencia y que la luz real nos ilumine a todos. (Enrique Navarro. Presidente MQGloNet)






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