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Viernes, 26 de abril de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

¿Y después de la Cumbre de la OTAN qué?

Después del éxito organizativo y de la determinación mostrada por la OTAN para apoyar a Ucrania y defender a Occidente de las amenazas totalitarias, ejemplificada con la solicitud de adhesión de Finlandia y Suecia, adalides de la neutralidad durante la Guerra fría, Occidente debe prepararse ante cuatro retos inmediatos que definirán si, finalmente, la cumbre fue un éxito o una patada adelante más sin mayor consecuencia estratégica.

El primer éxito inmediato lo veremos este otoño en Ucrania. Un éxito rotundo, pero difícilmente alcanzable, sería una reversión de la actual situación militar gracias al apoyo occidental, pero se me antoja muy difícil, por no decir imposible. Un acuerdo de paz negociado por territorios sería aceptable si todas las partes estuvieran de acuerdo y no habría razones objetivas para que no fuera así, si asumimos que una mala paz es mejor que una buena guerra.

El segundo aspecto más relevante es la cooperación transatlántica. Biden ha mostrado una gran determinación para mantener fuerte esta alianza entre las dos orillas del continente. Los envíos de nuevo personal y medios al Este de Europa para hacer frente a la amenaza rusa han sido la acción más significativa desde el intento de despliegue de los misiles nucleares tácticos en Europa a comienzos de los años ochenta.

El programa de ayuda militar y económica a Ucrania, uno de los más importantes a un país en conflicto de las últimas décadas, son parte de esta nueva visión de la arquitectura de seguridad que tiene el presidente norteamericano. Pero no todo el mundo en Estados Unidos comparte esta visión. Los republicanos continúan siendo claros opositores a esta visión global de la seguridad e insisten en un nacionalismo, que se halla en las antípodas de la posición de Biden.

Las elecciones de noviembre, en las que se renovará el Congreso y un tercio del Senado, nos darán la imagen definitiva de dónde se encuentra el pueblo norteamericano. Una alteración del actual equilibrio en el Senado en favor de los republicanos arruinaría esta agenda europeísta de la Casa Blanca. Y no digamos si Trump volviera a la presidencia.

La imagen de cierta senilidad que transmite el actual presidente es el mayor hándicap que tenemos para mostrar una fortaleza frente a Moscú y Beijing. Beijing no ha cejado de sus acciones agresivas en el Mar de China y, especialmente, con Taiwan. La declaración expresa de defender la isla por parte de Biden constituye sin duda un paso cualitativo muy importante en este esquema de seguridad global.

El tercer aspecto serán las consecuencias prácticas de la ampliación de la adhesión. Finlandia y Suecia no son dos potencias menores: disponen de ejércitos bien preparados y modernos y suponen una alteración enorme del escenario estratégico nórdico. Ahora mismo los países Bálticos, los principales amenazados por Putin, que se resiste a reconocer su independencia, se encuentran amparados por el despliegue de los nuevos miembros.

Lo más grave para Putin es que el tradicional escenario de conflicto durante la Guerra Fría alrededor del Báltico ha quedado en clara superioridad aliada, así que resulta obvio que Putin buscará otras zonas donde fortalecerse para su amenaza a Europa y esto solo es posible en el Mediterráneo o en los Balcanes. Europa debe prestar gran atención a los movimientos políticos en Serbia y Bosnia, especialmente para evitar una escalada de conflictos latentes azuzados por el interés de Moscú.

El cuarto aspecto a considerar es si los países europeos van a hacer efectivos sus compromisos de incremento de gastos militares en un entorno de crisis económica y de recesión en los próximos años. Con Rusia no valen los anuncios, sólo entiende de hechos. El anuncio del Gobierno español de incrementar los gastos militares para reponer munición y otros inventarios menores no va en la línea de fortalecer las capacidades militares, que es lo que se daba a entender y es lo que necesitamos.

Nuevos programas de armamento y material son necesarios, así como mejorar los sistemas de sostenimiento, y esto requiere no de partidas excepcionales del fondo de contingencia, sino de un incremento sustancial del presupuesto de defensa. Pensemos que para llegar al 2 por ciento del PIB (Producto Interior Bruto) en siete años, que a este ritmo de inflación serán 30.000 millones de euros, debemos crecer cada año un 15 por ciento el presupuesto de forma acumulativa.

Mucho me temo que una vez más esto será imposible y lo peor es que, además, lo justificaremos para poder atender otras necesidades más inmediatas. Pero no basta con lo que hagamos nosotros: debemos considerar qué pueden hacer nuestros enemigos. Rusia ha dado primero muestras de una gran soberbia en Ucrania, con un plan para el que no estaban preparados, seguramente ideado por un político del Kremlin y no por generales.

Ahora la reversión del conflicto al modelo de guerra lenta, pero consistente, tiene mucha más lógica y para Rusia es mucho más positivo. Rusia sigue teniendo su enorme poder nuclear, con el que se puede apalancar para operaciones militares, aun cuando su capacidad militar sea inferior. Pero todo dependerá de lo que Putin dure en el poder.

La lucha por la sucesión se ha abierto y, como siempre, los hay desde los más radicales dispuestos a la hecatombe nuclear si hace falta, hasta los moderados partidarios de volver al esquema de colaboración, que tan exitoso fue para la economía rusa durante los veinte años anteriores. Con toda esta maquinaria militar puesta en marcha, Rusia ha perdido mucho de lo que ya tenía ganado. Si continúa en esta obcecación de enfrentamiento, empeorará las condiciones de vida de su clase media, que en Rusia ha sido el principal soporte del partido en el poder en los últimos 23 años. Ahora realmente comienza la partida. (Enrique Navarro)


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