En un esfuerzo por mantener su supremacía marítima frente al avance de potencias como China, la Marina de Estados Unidos (US Navy) ha emprendido su mayor proceso de modernización desde la Guerra Fría: en el último quinquenio ha incorporado 35 nuevos buques de guerra, una cifra que refleja tanto la urgencia estratégica como la capacidad industrial del país para responder a un entorno geopolítico cada vez más desafiante.
Entre las incorporaciones más destacadas se encuentran submarinos de ataque de la clase Virginia Flight IV, destructores de la clase Arleigh Burke, buques de combate litoral de las clases Freedom e Independence, buque de transporte anfibio clase San Antonio, unidades logísticas de la clase John Lewis y de rescate de la clase Navajo, y a los que habría que agregar la construcción de tres nuevos buques clase San Antonio variante Flight II por un valor superior a los $5.800 millones de dólares, pues dentro de los planes que desarrolla la Secretaría de la Armada, estas naves que están diseñadas para transportar tropas, vehículos y equipos directamente a zonas de combate en ultramar, son una pieza clave para las operaciones expedicionarias en escenarios importantes para el Pentágono como lo es el Indo-Pacífico.
Sin embargo, el proceso de renovación de buques de superficie de combate tipo fragata no ha estado exento de dificultades, puesto que el programa de fragatas clase Constellation con las que se llenaría el hueco dejado por la baja de las clase Oliver Hazard Perry, ha enfrentado retrasos y problemas técnicos. Entre las dificultades que han sido señaladas por los fabricantes y el personal técnico del US Navy, destacan indicios de una planificación apresurada y una cadena de suministro deficiente cuando está bajo presión, especialmente en un contexto donde China ha superado a Estados Unidos en número total de buques de superficie militares.
Asimismo, los buques de buques de combate litoral de la clase Independence, también han sido objeto de críticas. Aunque el último de estos buques (USS Pierre) completó recientemente sus pruebas de aceptación, el programa desde un principio ha sido cuestionado por su alto costo y limitada capacidad operativa en escenarios modernos de alta intensidad.
A pesar de estos desafíos, la US Navy continúa apostando por la innovación y las nuevas tecnologías. Por otra parte, la construcción de los nuevos portaaviones nucleares de la clase Gerald R. Ford, aunque afectada por sobrecostes y retrasos, sigue siendo una prioridad estratégica para el Pentágono. Además, la Secretaría de la Armada se ha planteado la posibilidad de que los astilleros de Corea del Sur participen en la construcción de destructores clase Arleigh Burke Flight III, lo que refleja una tendencia hacia la cooperación internacional en materia de defensa.
En conjunto, la incorporación de 35 nuevos buques representa un esfuerzo sostenido por mantener la relevancia global de la US Navy. Aunque enfrenta obstáculos técnicos y presupuestarios, la modernización en curso busca garantizar que las unidades de la flota estén preparadas para enfrentar los dinámicos desafíos de la mitad del siglo XXI, desde la disuasión en la región Indo-Pacífico hasta la proyección de poder a cualquier rincón del planeta. (Bernardo de la Fuente)






7 comentarios