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Jueves, 28 de marzo de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

Al Qaeda en Siria: una fuente de problemas en más de un sentido

(defensa.com) La preocupación de la comunidad internacional por la presencia de grupos yihadistas en Siria está más que justificada. Las estimaciones de extranjeros encuadrados en ellos sitúan la cifra entre los 6.000 y 10.000, números muy superiores a los voluntarios foráneos que han combatido dentro de las insurgencia de Irak o Afganistán. Hay una representación importante de saudíes, libios y tunecinos. Y también es fácil encontrar iraquíes, jordanos, chechenos y marroquíes. Según el Ministerio del Interior español, un centenar de individuos residentes en en nuestro país han marchado a Siria para integrarse en su mayoría en grupos yihadistas, y once de ellos han participado en atentados suicidas.

Al mismo tiempo, los grupos yihadistas controlan actualmente más territorio en Siria del que dispusieron en Irak. Y los extranjeros desempeñan un papel más dinámico en comparación con el que realizaron durante la insurgencia iraquí. En Siria los ‘brigadistas de la yihad’ controlan check-points, reciben y proporcionan entrenamiento, dirigen facciones e incluso hacen las veces de gobernadores locales. Siria se ha convertido así en uno de los ejemplos más notorios de la ventana de oportunidad que ofrecen las revueltas árabes a los islamistas radicales y a los grupos violentos.

 

Sin embargo, si observamos los hechos en detalle y procuramos afinar el análisis, nos encontramos una realidad más compleja de lo que a primera vista podría parecer.

En abril de 2013, el Estado Islámico de Irak, el nombre pantalla de la rama de Al Qaeda en aquel país, modificó su denominación pasando a llamarse el Estado Islámico de Irak y del Levante en clara referencia al papel que está desempeñando en la guerra civil siria. A mediados de la década pasada Al Qaeda en Irak, liderada por Abu Musab Al Zarqawi hasta su muerte en junio de 2006, fue uno de los grupos más violentos –aunque no uno de los más numerosos– en el panorama de la insurgencia iraquí. También fue uno de los que más rivalizó contra otras facciones insurgentes. Por supuesto, contra las milicias shiíes pero también contra las tribus locales y otros grupos islamistas sunníes, como por ejemplo el Ejército Islámico de Irak. Ello acabó provocando que las tribus sunníes se volvieran contra él formando el Despertar de Al Anbar con apoyo de Estados Unidos. A partir de entonces, Al Qaeda en Irak perdió gran parte de su fuerza y, aunque todavía es capaz de perpetrar acciones complejas como el asalto a la prisión de Abu Ghraib en julio pasado, que consiguió liberar a quinientos de sus miembros, o una cadena de atentados terriblemente sangrienta como la del 28 de agosto, lo cierto es que ya no controla ciudades iraquíes (como sucedió con Faluya a mitad de la década pasada), ni supone una amenaza existencial para el gobierno de Bagdad.

Fiel a ese currículum de violencia y antogonismo, el Estado Islámico de Irak y del Levante (como decimos, la franquicia de Al Qaeda en ambos países) se está convirtiendo en una fuente de problemas para más de un actor en la zona. Además de combatir a las fuerzas leales al régimen sirio, los militantes de Al Qaeda también se están enfrentando a los rebeldes agrupados en el Ejército Libre de Siria (que no es una organización centralizada, sino una bandera compartida por grupos muy distintos) y –por si no fuera poco– también están atacando a otras facciones islamistas, incluida la principal organización yihadista en el país: Jabhat al Nusra, creada en enero de 2012 con ayuda de la propia Al Qaeda en Irak e insertada en el listado de organizaciones terroristas de Estados Unidos en diciembre del mismo año.

Hasta el momento Jabhat al Nusra ha sido uno de los grupos más combativos de la insurgencia siria, pero esas credenciales no han hecho más que alimentar el afán de supremacía de Al Qaeda en Irak sobre su pupilo sirio. La rivalidad de dicha organización es tan fuerte que le ha ocasionado un choque retórico con el mismísimo Ayman Al Zawahiri, mando supremo de Al Qaeda Central, al que la filial iraquí ha llegado refutar en público. En efecto, en abril pasado Abu Bakr Al Bagdadi, líder del Estado Islámico de Irak y el Levante, anunció la incorporación de Jabhat al Nusra a su organización. Un movimiento que cogió por sorpresa a los responsables del grupo supuestamente anexionado. A los pocos días Abu Mohamed Al Golani, líder de Jabhat Al Nusra reconoció públicamente la ayuda que su organización había recibido hasta ese momento por parte de Al Qaeda en Irak pero rechazó de manera tajante la eventual unión. En su mensaje reafirmaba la obediencia de Jabhat Al Nusra a Al Qaeda Central, a través del juramento de fidelidad a Ayman Al Zawahiri, pero dejaba clara su voluntad de que Jabhat Al Nusra continuase siendo una entidad independiente.

Dos meses más tarde se difundió una carta de Ayman Al Zawahiri en la que corregía a Al Bagdadi por el intento de unión forzada y a Al Golani por rechazar públicamente el ofrecimiento y por reconocer de manera abierta su vinculación con Al Qaeda Central. En la misiva, Al Zawahiri establecía las esferas de influencia de cada organización: el grupo de Al Bagdadi operaría en Irak y Jabhat Al Nusra en Siria. Según Al Zawahiri, ello no sería obstáculo para que ambos grupos se ayudasen intercambiando armas, voluntarios y dinero.

Pues bien, a los pocos días Al Bagdadi, el líder de Al Qaeda en Irak, rechazó públicamente las directrices de Al Qaeda Central alegando que el mandato divino de ayudar a los hermanos en Siria debía prevalecer sobre cualquier otra consideración. A los pocos días, el argumento de Al Bagdadi fue continuado por otro mensaje mucho más duro en la forma contra Al Zawahiri, escrito por otro miembro de alto nivel del Estado Islámico de Irak y del Levante, Abu Mohamed Al Adnani. En él Al Adnani argumentaba entre otras razones que la división de esfuerzos entre Siria e Irak propuesta por Al Zawahiri supondría reconocer la arbitrariedad de las fronteras coloniales. Al Adnani echaba también en cara al líder de Al Qaeda Central que hubiera tomado esa decisión sin consultarles, acusándole implícitamente de tiranía. Se ha abierto así una brecha entre Al Qaeda Central y su filial iraquí (con la que existían problemas desde sus orígenes, tal como reflejan los documentos capturados a Bin Laden en Abbottabad) y entre Al Qaeda en Irak y Jabhat al Nusra. En los meses siguientes la ruptura ha polarizado los foros radicales en internet, alimentando el debate entre los partidarios de un bando y de otro (siendo más numerosos los de Al Qaeda en Irak), y se ha materializado de manera sangrienta en las calles y campos de Siria. Mientras tanto la autoridad de Ayman Al Zawahiri –y de la ya de por sí maltrecha Al Qaeda Central– ha quedado en evidencia.

El pasado mes de septiembre el Estado Islámico de Irak y del Levante tomó el control de la ciudad de Azaz, próxima a la frontera turca, derrotando y expulsando a las fuerzas del Ejército Libre de Siria que previamente habían ocupada la ciudad. Los dirigentes de Al Qaeda en Irak acusaron al Ejército de Libre de querer instaurar una democracia al estilo occidental. Los militantes de Al Qaeda también se han enfrentado en algunos lugares a los yihadistas de Jabhat Al Nusra, como por ejemplo en Shadadi el pasado 23 de septiembre, causándoles bajas mortales y apropiándose de su armamento. En otras zonas del país ambas organizaciones radicales siguen, sin embargo, cooperando ya que en la práctica el mando del Estado Islámico de Irak y del Levante tiene elevadas dosis de descentralización, y las fricciones o el entendimiento dependen en gran medida de los jefes locales. Todo ello añade aún más complejidad al mapa de la insurgencia siria.

En cualquier caso, y en lo que respecta a los grupos no islamistas, la actitud hacia el Estado Islámico de Irak y del Levante se está definiendo cada vez más. A comienzos de octubre los seis principales grupos armados rebeldes emitieron un comunicado conjunto en el que ordenaban que los militantes de Al Qaeda se retirasen de Azaz. De hecho, el Consejo Militar Supremo de los rebeldes sirios (que en realidad es una entidad menos unificada de lo que da a entender su nombre, y uno de cuyos miembros fue asesinado por Al Qaeda en julio pasado) ya considera tan hostiles a los militantes de Al Qaeda en Irak como a los soldados del régimen de Al Assad.

La rivalidad entre facciones es algo común en las insurgencias, aunque es habitual que el enfrentamiento armado se produzca al derrotar al enemigo común más que a mitad de proceso, tal como está provocando el Estado Islámico de Irak y del Levante. Por su parte, el antagonismo tout azimut desplegado por la levantisca rama iraquí de Al Qaeda tiene una serie de consecuencias estratégicas, fácilmente deducibles, pero que resulta interesante destacar:

Reduce la presión armada sobre el régimen sirio, pues obliga a que los otros grupos rebeldes desvíen parte de sus recursos a la lucha contra el Estados Islámico de Irak y del Levante. 

  • Desincentiva el apoyo de la comunidad internacional a favor de la victoria rebelde. Esto es especialmente grave en el caso de Estados Unidos. A estas alturas cualquiera de los dos finales posibles del conflicto resulta negativo para los intereses de Washington. Es más, se añade un tercera posibilidad (quizás la más probable de todas) que es la balcanización permanente del país. Recordemos que según la inteligencia militar norteamericana ahora mismo hay 1.200 grupos diferentes combatiendo contra el régimen de Al Asad. El escenario de fragmentación continuada en el tiempo, que convertiría a Siria en un Estado fallido, no resulta alentador por muchas razones (humanitarias y de estabilidad regional en primer lugar), y una de ellas también es que algunos de esos feudos quedarían en manos de grupos yihadistas.
  • En relación con la anterior, la actividad del Estado Islámico de Irak y del Levante, así como de los otros grupos yihadistas, dificulta la entrega de armas a los grupos rebeldes, lo cual también beneficia indirectamente al régimen sirio. Está probado –puede contrastarse en los vídeos– que algunas armas facilitadas a rebeldes no tan radicales han acabado cayendo en manos de los yihadistas (por robo, venta o abandono). En esas condiciones sería imprudente que la comunidad internacional se embarcase en un programa para armar a los rebeldes a gran escala e inclinar la balanza militar. Como consecuencia lo más previsible es que los rebeldes sigan dependiendo de lo que hasta ahora ha sido su principal medio de abastecimiento: la captura de armas al ejército regular sirio.
  • Por último, en caso de que los grupos rebeldes acaben formando un frente sólido y eficaz contra el Estado Islámico de Irak y del Levante, Washington puede acabar embarcándose en una operación encubierta para asestar una serie de golpes fatales a los yihadistas más extremos (la recompensa por Al Bagdadi es de diez millones de dólares, sólo inferior a la que pesa sobre la cabeza del líder de Al Qaeda Central, Ayman Al Zawahiri). El apoyo rebelde contra la rama iraquí de Al Qaeda probablemente se convertirá en una condición sine qua non para que los insurgentes no yihadistas reciban más ayuda de Washington en la lucha contra el régimen de Al Asad. En ese enfrentamiento clandestino será conveniente que Estados Unidos no descarte como objetivo a Jabhat Al Nusra. Su rivalidad contra la rama disidente de Al Qaeda en Irak no les convierte precisamente en moderados. Es más, tal como revelaron las declaraciones públicas de su líder, Abu Mohamed Al Golani, Jabhat Al Nusra es ahora precisamente la auténtica filial de Al Qaeda Central en Siria.

Muchos de los militantes en Siria del Estado Islámico de Irak y del Levante son extranjeros, su ideología es particularmente extrema, su conducta brutal y su imposición de lo que entienden como sharía les impide ganarse ‘las mentes y corazones’ de la población. Su futuro a largo plazo no es precisamente prometedor. Pero, hasta que por una razón u otra acaben eclipsados, van a ser una fuente de problemas tanto para el régimen sirio como para los demás grupos rebeldes.

Por Javier Jordán. Profesor Titular de Ciencia Política en la Universidad de Granada (España) y miembro del Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI)

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