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Jueves, 9 de mayo de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

Los problemas de la contraofensiva ucraniana y la posible contra-contraofensiva rusa

GUERRA DE UCRANIA, OTRO FOCO

Las Unidades ucranianas siguen presionando en todo el frente pero no logran grandes avances.

El general estadounidense Mark Milley cesó como Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) de Estados Unidos el pasado 29 de septiembre. Milley venía mostrándose firme partidario del apoyo militar a Ucrania y parecía convencido de que sus Fuerzas Armadas iban a repetir los éxitos cosechados el verano del año 2022.

Sin embargo, en una de sus últimas entrevistas, la concedida a CBS el 10 de septiembre, se mostraba menos optimista. El antiguo JEMAD USA reconocía haber apoyado al alto mando ucraniano en el planeamiento y preparación de la operación pero, a la vez, se mostraba menos optimista sobre sus progresos. 

Milley, preguntado por el desarrollo de la contraofensiva, afirmaba: “Está yendo más lenta de lo que se esperaba en los planes y simulaciones, pero esa es la diferencia entre la guerra sobre el papel y la guerra real. Así, si estamos en una situación real donde los soldados mueren de verdad y los vehículos estallan de verdad, en estas circunstancias el personal tiende a bajar el ritmo. Pero se hace de forma deliberada, y se hacen progresos cada día”.

Viniendo de quien vienen, estas ambiguas, lacónicas y prudentísimas declaraciones denotan que las cosas no van bien, aunque se trate de mantener un atisbo de esperanza. Lo cierto es que la contraofensiva de Kiev se está encontrando con enormes problemas y ya hay quien habla de la posibilidad de una contra-contraofensiva rusa.

Columna de BMP,s en Dombás; en primer plano se puede ver la bandera de Rusia y al fondo la insignia de la unidades paracaidistas.

Qué está pasando con la contraofensiva ucraniana

El principal problema de la contraofensiva ucraniana ha sido el exceso de confianza y triunfalismo. En primer lugar se minusvaloraron las capacidades y determinación del enemigo ruso hasta tal punto que la operación se pregonó a los cuatro vientos con cierta bravuconería y gran imprudencia. De esta forma las fuerzas rusas tuvieron tiempo de preparar unas líneas defensivas que hasta el momento siguen mostrándose muy sólidas.

Perdido en origen el efecto sorpresa y habiendo dado tiempo a preparar las defensas, la pretendida guerra relámpago acabó en tronado fracaso con enorme dispendio de medios y sangría de personal.  Estas pérdidas dieron lugar dos nuevos problemas: las alianzas y el personal.

En el marco internacional, los pobres resultados de la contraofensiva se han interpretado en clave muy negativa. La opinión pública comienza a mostrarse cada vez menos partidaria de apoyar una guerra que ya se hace demasiado larga, cuyo desenlace no se ve de forma tan optimista y que se ha convertido en un agujero negro que consume recursos sin medida ni fin.

Los políticos cuyas carreras dependen de la opinión pública y de la marcha de la economía también comienzan a dar señales de hastío,  mostrándose cada vez menos entusiastas (tanto Estados Unidos como la Unión Europea han congelado – al menos de momento – muchas de las partidas que serían necesarias para que Ucrania pudiera proseguir sus campañas).

En el ámbito nacional también los problemas crecen. En varias ocasiones hemos señalado que el talón de Aquiles de las fuerzas ucranianas es el personal. Las capacidades demográficas del país son reducidas y la movilización se encuentra al límite, tanto por la escasez de personal apto como por la lacra de la corrupción.

En una noticia aparecida en el New York Times a finales de agosto se afirmaba que fuentes oficiales de Estados Unidos habían estimado que las bajas ucranianas podrían rondar los 70.000 efectivos, pero hay quien opina que la cifra, que oficialmente constituye secreto de Estado, podría ser mucho mayor. El caso es que el reclutamiento se enfrenta a muy importantes problemas de cantidad y calidad.

En lo que se refiere a la cantidad el número de ucranianos disponibles comienza a no ser suficiente, circunstancia agravada por el decreciente alistamiento de combatientes extranjeros.  En cuanto a la calidad también empieza a no ser la requerida, se están movilizando reclutas que no reúnen las necesarias aptitudes (tanto por condiciones psicofísicas como por edad) y actitudes (tanto por falta de experiencia como de espíritu).

La reposición de efectivos con soldados bisoños y, en ocasiones, poco motivados está provocando problemas adicionales de eficacia operativa (según parece además de en las bajas se está registrando un aumento en el número de deserciones y rendiciones).

En este contexto, el pasado 2 de octubre el Parlamento ucraniano aprobó una ley que podría facilitar la ampliación de la horquilla de movilización para situarla entre los 16 y 65 años (aunque en principio con ciertas limitaciones) y que permite retirar la pensión a los familiares de los soldados que se rindan indebidamente (se ignora como podrá gestionarse el asunto ante la dificultad de acreditar las circunstancias de una posible rendición).

Lo cierto es que el camino parece abierto a una movilización universal que comienza a parecerse al Volssturm del III Reich que, decretado en octubre de 1944 (la guerra ya estaba perdida), obligaba a incorporarse a filas a todos los varones de entre 16 y 60 años. Conviene recordar que la medida no sirvió para nada salvo para aumentar el derramamiento de sangre. Según las memorias de algunos oficiales este personal no estaba preparado para luchar y, aunque mostraban valor, en las más de las ocasiones más que ayudar, entorpecían el desarrollo de los combates.

La superioridad aérea es un factor clave en la fortaleza de las defensas rusas, en la imagen un SU-25.

La posibilidad de una contra-contraofensiva rusa

Ya han surgido algunas voces que aseguran que Moscú está a punto de lanzar una contra-contraofensiva para devolver el golpe al adversario; incluso se habla de objetivos conjeturando sobre dos posibles ejes. El primero al norte en dirección a Jarkov (que podría tratarse de una maniobra de diversión) y el otro al sur con la audaz intención de alcanzar Odessa (este sería el principal y verdadero objetivo pues con ello se controlaría toda la costa del mar negro cerrando la salida a Ucrania).

Hay razones que podrían justificar la opción de una operación ofensiva. En primer lugar el momento parece oportuno por la aparente debilidad ucraniana: fracaso de las últimas operaciones, elevado desgaste de sus fuerzas, dudas de sus aliados occidentales, paralización del envío de más paquetes de ayuda militar, problemas de movilización…

Por otra parte Moscú disfruta de algunas ventajas coyunturales que podrían aconsejar tratar de asestar el definitivo golpe: acumulación de fuerzas sobre el terreno (Rusia podría disponer de alrededor de 500.000 efectivos en zona de operaciones), superioridad en determinadas capacidades de combate (en particular en medios aéreos, guerra electrónica y artillería) y opinión pública favorable (el fracaso ucraniano en estos últimos lances ha hecho que Putin recupere niveles de popularidad contando con un apoyo cercano al 80 %).

Sin embargo también hay razones que podrían aconsejar no emprender nuevas aventuras. En primer lugar y teniendo en cuenta que el verano se ha saldado con resultados aceptables, parece que no es el momento de cambiar de estrategia asumiendo riesgos innecesarios (Moscú, tras los reveses iniciales, se inclinó por una guerra de desgaste y ahora el tiempo parece correr a su favor).

Por otra parte, la ciudadanía rusa está relativamente tranquila y una operación ofensiva que no fuese un rotundo éxito o que tuviese cuantiosas pérdidas podría tener un efecto muy negativo en la voluble opinión pública.  Putin también tiene año electoral a la vista y no creemos que quiera poner en peligro su – en este momento – casi segura reelección. Por todo ello apostamos – con gran probabilidad de yerro – a que el oso ruso optará por un prudente letargo invernal y en marzo del año que viene (después de las elecciones presidenciales) Dios dirá.

 

 

 

 


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