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Viernes, 29 de marzo de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

La tragedia de Siria nunca termina

En Siria han coincidido numerosos conflictos a la vez, pero no podemos olvidar que el origen fue la reacción del pueblo sirio contra la dictadura de Asad, apoyada por Rusia y por los gobiernos chiitas. Aprovechando el caos, llegó el Estado Islámico y decidió ubicar la capital del terror allí, y mientras los kurdos expulsados de Turquía decidieron, con el apoyo de Estados Unidos, liderar la guerra con Asad y el Estado islámico con gran éxito. Sin embargo, como siempre ocurre en Oriente Medio, cuando una cosa se arregla, se estropean unas cuantas más y esto ha ocurrido con Turquía.

 

Desde el comienzo de la guerra, Erdogan ha jugado contra Europa por los refugiados, ha sido capaz de convertirse en el peor enemigo y en el mejor aliado de Putin, ha entrado y salido del conflicto sirio a su antojo y ha visto en la debilidad de ese país un reequilibrio de poderes regionales. Mientras, Occidente, y en particular Estados Unidos, han mantenido un inestable equilibrio, impidiendo que los turcos resolvieran sus viejas rencillas contra un pueblo que domina ya toda su frontera Sur con Siria, y empujando a las fuerzas del Kurdistán a liderar la guerra de forma exitosa contra el Estado Islámico, la razón por la que los países occidentales se embarcaron en este conflicto.

 

El agotamiento de los bandos en Siria, en una guerra donde se pelea por calles o charcas, se había convertido en un escenario aceptable para Estados Unidos, y casi para todos nosotros, con el califato convertido, como mucho, en un barrio en el corazón de Siria. La permanencia de Asad ya había sido admitida por todos como un mal menor, siempre que el país permaneciera dividido; la única estrategia occidental que ha funcionado en Oriente Medio, aunque consista en volver a rediseñar el mapa cada cierto tiempo.

 

De esta manera, el conflicto quedaría latente y dejaría a todas las potencias involucradas parcialmente satisfechas, lo que en términos diplomáticos siempre es un éxito. Turquía de ninguna manera puede permitir que las fuerzas kurdas ligadas a la organización terrorista del PKK, tal como pregona a diario el Gobierno de Erdogan, controlen su frontera Sur. Sería el peor escenario de seguridad posible para el renacido nacionalismo otomano; ya que, a fin de cuentas, los kurdos pretenden crear un estado propio en una parte muy considerable de territorio turco.

 

Hasta ahora existía un obstáculo insalvable para ambas partes de cara a conseguir sus objetivos: las fuerzas norteamericanas posicionadas en la frontera, con el doble fin de apoyar a los kurdos en su lucha contra Asad y el Estado islámico; y de impedir las agresiones kurdas en territorio turco y viceversa. Se trataba de una misión muy complicada y controlar los flujos migratorios entre Siria y Turquía era fundamental para evitar la salida hacia Europa de terroristas.

 

A su vez suponía la única manera de mantener alejados a los turcos del conflicto, que siempre han tenido ambiciones territoriales sobre Siria. Sin embargo, los acontecimientos de las últimas semanas, con una frontera en ebullición, podrían llevar a las fuerzas norteamericanas a intervenir contra kurdos o turcos, un escenario imposible en un año electoral aderezado por las investigaciones contra el presidente Trump.

 

El inquilino de la Casa Blanca, debía tomar dos decisiones de forma urgente para mantener el difícil equilibrio en la región y a su vez poder centrarse en sus problemas internos, que no son pocos, sin amenazas externas. Las tropas estadounidenses estaban cada vez más inmersas dentro de un potencial conflicto entre los kurdos y Turquía. Trump no quería ir a su impeachment con tropas en situación de riesgo; y, en segundo lugar, nadie en la región tenía interés en que los kurdos ganaran fuerza, ya que los siguientes serían Irak e Irán, donde la minoría kurda también es muy relevante. Así que, una vez más, después de habernos hecho el trabajo sucio contra el Daesh, había que volver a recomponer el rompecabezas y eso pasaba por traicionar a los kurdos.

 

Lo que ocurre es que estos han aprendido mucho de todas esas calamidades históricas y la incursión militar turca, que pretende crear una zona de seguridad en Siria para evitar las infiltraciones de grupos kurdos, nos va a devolver a un escenario peor. En primer lugar, deben señalarse dos daños colaterales de un gran impacto. El riesgo de que este ataque suponga el desplazamiento de decenas de miles de kurdos al interior de Siria, huyendo de la zona de seguridad; y que la desbandada de territorios actualmente controlados por las fuerzas kurdas dejen prisiones abandonadas donde centenares de reclusos del estado islámico podrían quedar liberados, con las consecuencias que todos podemos imaginar.

 

Pero las consecuencias geoestratégicas pueden ser más graves. La primera reacción era más que probable, que los kurdos pactaran con Asad. Su guerra no era precisamente contra el dictador sirio; sino que se les permitió fortalecerse como premio a su excelsa colaboración en terminar con el régimen de terror del califato y así poseer un poder territorial en Siria, debilitando de esta manera la capacidad de Asad de volver a ser una amenaza para terceros países, en especial Arabia e Israel.

 

Si los kurdos y Asad formaran una alianza contra Turquía, ello implicaría una situación de mayor riesgo de que el presidente sirio se fortaleciera, que apoyase a los kurdos y todo esto animado por la mano negra iraní, interesada en debilitar a Turquía y en pasar su problema kurdo, que también lo tiene, a sirios e iraquíes. Así que el primer riesgo evidente es un conflicto abierto entre Turquía y Siria, en el que Rusia jugaría un papel clave con el despliegue de fuerzas para garantizar la independencia de Siria y el mantenimiento de Asad en el poder.

 

En definitiva, estamos ante un conflicto que adquiere una nueva dimensión y que podría desembocar en una nueva tragedia que afectaría a toda la región, en la que pronto veremos a las grandes potencias intervenir.

 

Enrique Navarro

Presidente MQGloNet


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