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Kalashnikov AK-47: el arma de la revolución

El célebre fúsil de asalto soviético se ha convertido en protagonista de las principales convulsiones que afectan en medio mundo.

Lo habrá visto usted en manos de los yihadistas de Mali, de Osama bin Laden, de los narcoguerrilleros colombianos de las FARC, de los milicianos bolivarianos de Venezuela, de los talibanes de Afganistán, de los islamistas egipcios, de los opositores de Siria… No hay conflicto en el mundo donde no aparezca ese fusil, inconfundible por su largo cargador curvo. Incluso hay quien lo ha puesto en su bandera: Zimbabue, Timor Oriental, la milicia chií de Hezbolá y la Guardia Revolucionaria de Irán. Es el AK-47.



Hubo un tiempo, allá por los años 60 y 70 del pasado siglo, en que la extinta Unión Soviética se dedicó a repartir por todo el mundo cientos de miles de unidades de su fusil de asalto más representativo: el Kalashnikov AK-47. Se trataba de fomentar las insurrecciones –comunistas, por supuesto- en todas partes. Nadie sabe exactamente cuántos AK-47 hay hoy en el mundo. Fuentes oficiosas calculan que unos cien millones de unidades. Y eso sin contar el millón de fusiles que, sobre el mismo modelo, son fabricados ilegalmente al año en más de catorce países. El precio ayuda: hay sitios donde uno puede encontrar un kalashnikov por sólo 100 euros. Un informe de la ONG Intermón-Oxfam dice que es el arma peor regulada del mundo. Quizá porque es la más eficaz.

La historia del AK-47 empieza con un hombre: Mijail Timofeyevich Kalashnikov, un mecánico de familia campesina nacido en un remoto  lugar de Siberia en 1919. Kalashnikov trabajó como mecánico ferroviario hasta que el estallido de la segunda guerra mundial le llevó a la mecánica de los carros de combate.

En 1941 el mítico general Zukov le adscribió a los equipos que trabajaban en mejorar los carros T-34. A bordo de uno de esos aparatos recibió un impacto que le tuvo hospitalizado durante meses. En su convalecencia reflexionó sobre las quejas de los soldados soviéticos respecto a las carabinas que en aquel momento eran el arma individual en el Ejército Rojo.

Salió del hospital y se puso a trabajar en un nuevo fusil de asalto. En 1944 había completado el diseño: un fusil de fuego rápido, muy manejable, aceptable puntería, resistente al barro y el agua, muy seguro y con gran carga de munición. La clave: el sistema de recarga de cartuchos, que utiliza la fuerza de los gases de combustión producidos por el disparo para facilitar la colocación de un nuevo cartucho en la recámara y expulsar el casquillo ya usado. El concepto inicial fue mejorado con una inesperada aportación alemana: el Sturmgewehr 44, cuyo aspecto es sorprendentemente parecido al del ruso.

El diseño de Mijail fue reconocido oficialmente en 1947. De ahí el número del arma. El nombre final sería Avtomat Kaláshnikov 47: abreviado, AK-47. Dos años después, el Ejército Rojo lo adoptaba como arma estándar. Al inventor se le concedió la Orden de Stalin de Primera Clase. Mijail Timofeyevich terminó su carrera en 1994 como general mayor.

Todavía en 2004 el presidente Putin le condecoraba con la Orden al Mérito Militar y, cinco años después, el entonces presidente Medvedev le proclamaba Héroe de la Federación Rusa. Porque una de las pocas cosas de la Unión Soviética que han sobrevivido en la Rusia de hoy es precisamente el AK-47. El propio Kalashnikov todavía vive: tiene 93 años y ya sólo se deja ver en homenajes oficiales. Mijail Timofeyevich Kalashnikov siempre ha dicho que él inventó su fusil para defender la libertad de su país. Será verdad, pero también lo es que el AK-47 se convirtió de inmediato en el mejor embajador de la tiranía comunista en todo el mundo.

Desde los años cincuenta fue el arma estándar de todos los ejércitos del Pacto de Varsovia. Y éstos, a su vez, lo entregaron por cientos de miles a las guerrillas comunistas de cualquier parte del planeta. Su secreto: es muy eficaz y producirlo cuesta muy poco dinero en comparación con otros fusiles de asalto. El AK-47 estuvo en la guerra de Vietnam (del lado norvietnamita, evidentemente) y en prácticamente todas las revoluciones centroafricanas de los años setenta. Pasó enseguida al mundo musulmán: Siria, Libia, Irán, Argelia, etc.

La fábrica oficial rusa, Izhevsk Corp., no reclamó la patente hasta 1999. Para entonces ya había mas de catorce países fabricando AK-47. China, por ejemplo, que lo tiene como fusil estándar de su millonario ejército. Pero también Corea del Norte, Egipto, Pakistán, etc. Y los narcotraficantes lo usan como objeto de cambio.

Hoy el AK-47 ha sido ya enteramente sustituido en Rusia y otros países por uno de sus hijos: el AK-74, más ligero y con mejor puntería a larga distancia. Muchos de los fusiles que se ven por ahí en Mali o Afganistán son en realidad AK-74. Ahora la última noticia es que el ejército ruso ya no va a comprar más fusiles kalashnikov: son tantos los ejemplares que hay diseminados por todo el país, que bastarían para armar a toda la población rusa adulta, según palabras literales del Jefe de Estado Mayor, Nikolai Makarov. En tanto se da salida a ese excedente, los rusos trabajan en nuevos prototipos. Lo cual significa que, tarde o temprano, los AK-74 almacenados en Rusia terminarán en el mercado internacional. Y así se eternizará la leyenda de los kalashnikov, el “fusil de la revolución”.



Publicado en La Gaceta el 26/8/2013

 


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