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Mosquetero, Piquetero y Artillero, España 1624

Láminas históricas de la Revista Defensa

Cuando el infructuoso y reñido cerco de la plaza de Ostende en 1601, al que en defecto del alejado archiduque Alberto de Austria, sometió don Agustín Mejía, sin que éste llegara a alcanzar resultados positivos, se determinó aceptar los servicios de su joven genovés de raigambre hispánica llamado Ambrosio de Spínola. Este se hizo cargo de las tropas y al estar un tanto exhaustas, pidió refuerzos. Con ellos formó nutridos Tercios de españoles, valones, italianos, borgoñones y tudescos. Aparte trajo de Italia ocho mil soldados que a sus expensas había contratado. 

Previos y metódicos fueron los planes con que empezó el ataque de la plaza en junio de 1603, que tuvo por consecuencia feliz la toma de la ciudad de Ostende el 22 de agosto de 1604. Esto le valió honores y recompensas del rey Felipe III, que le concedería el título de marqués de los Balbases y, como tal, actuaría en las negociaciones llevadas a cabo con Mauricio de Nassau para concertar la tregua de los doce años, en 1609, entre España y Holanda. 
En 1618 culminan aquellas rencillas habidas entre los estados alemanes a causa de las diferencias políticas-religiosas y se produce la Guerra de los Treinta Años. España se obliga a intervenir por afinidad de religión y parentesco con Fernando II de Austria. El monarca español, a instancia del duque de Lerma, envía al conde de Bucquoy con un ejército a Viena y a Carlos Coloma con otro a Baviera. A Spínola se le reserva el Palatinado, y con un fuerte contingente de Tercios lucha a lo largo de la línea del Rhin y se apodera de Coblenza, Oppenheim y Worms, y así hasta que llega una paz relativa que más bien pudiera tomarse por alto o pausa en la lucha. 
Llega 1621, año en que finaliza la tregua con Holanda, y con ello coincide la subida al trono de Felipe IV por fallecimiento de su padre Felipe III. 
Con la terminada tregua de Holanda y el fallecimiento del archiduque de Austria, esposo de doña Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y gobernadora de Flandes, vuelve a reemprenderse la guerra por aquellos estados. Mauricio de Nassau y sus hermanos no cesan de hostilizar las posiciones y ciudades españolas de los Países Bajos, y Mauricio intenta tomar Amberes, cosa que no logra, pero sí producir un clima de inquietud en los nuestros. Por otra parte, la Francia de Luis XIII y Richelieu permanecía al acecho ante el cariz de la cuestión española en Flandes. Spínola, obedeciendo órdenes, había dejado el Palatinado al cargo del maestre de campo Gonzalo de Córdoba, biznieto del Gran Capitán, partiendo él para Flandes al objeto de actuar en aquella campaña. Lleva consigo un ejército previamente reclutado en el Palatinado, compuesto de ocho mil infantes y dos mil caballos, fuerza suficiente para atender leves contingencias que le permitirán abrir cauces para posteriores operaciones. Ello le lleva a concebir la idea de tomar la plaza de Breda, dada su importancia estratégica, y así lo comunica a Olivares, que lo aprueba y por mensaje lacónico del rey recibe la orden de tomar Breda. 
El marqués de los Balbases, con refuerzos de Alemania, conjunta un ejército de 38.000 hombres y pone sitio a la plaza en julio de 1624 con concienzudo plan de operaciones. Circunvala la plaza con gran número de baluartes, reductos y trincheras. La defensa de la plaza está bien organizada por su defensor Justino de Nassau, que cuenta con una guarnición de 8.000 hombres, entre ingleses y holandeses. Debió temblar ante la imponente manifestación de su adversario, por su nombre y por el bloque de sus fuerzas tanto, que pidió ayuda a su hermano Mauricio. Este, poniendo en juego su astucia, intenta acercarse a Amberes, pero fracasa al encontrarse con un no menos astuto Spínola, que obliga a Mauricio a retirarse precipitadamente con sus fuerzas y abandonar toda ayuda a la sitiada plaza. 
Justino, presa de desaliento y consciente de que toda defensa sería inútil, acuciado por una epidemia de peste declarada en el interior del recinto, propone rendirse. 
Con todos los honores concedidos al sitiado, Breda es entregada al vencedor Ambrosio Spínola el 16 de junio de 1625, acto reflejado fielmente por el pintor de cámara del rey Felipe IV, Velázquez, en su “Cuadro de las Lanzas”. El dibujo que ilustra y representa el atuendo de los Tercios que intervinieron en la toma de Breda se ajusta a una R.O. de enero de 1624, por la que se permitía al soldado el uso de ostentosas galas, y sería tal su abuso que determinó una baja en su moral y disciplina y, por lo tanto, se dictaría una nueva reforma dada por decreto en 28 de junio de 1638, por la que se suprimía, en primer lugar, el otorgar la patente de maestre de campo sin méritos contraídos. También especificaba como cada Tercio había de componerse de 12 compañías y cada una de 250 infantes. Su primera plana, de capitán y paje, alférez abanderado de buen porte y cabal moral, sargento, dos tambores, pífano, furriel, barbero y capellán. 
Se acordó que fueran tres el número de Tercios que habían de quedar en pie en los ejércitos de Flandes. Los Tercios que sirviesen en Italia, constarían de 15 compañías de 200 hombres cada una y compuestas de 60 coseletes con picas de veinte palmos, 90 arcabuceros y 40 mosqueteros. Las ventajas habían de ser de 6 a 8 escudos. A los capitanes se les recomendaba conocer y honrar a sus soldados, haciendo las veces de padre e inspirarles el santo temor de Dios y el mayor celo del rey. 
Se suprimió el uso de calzas acuchilladas, sustituyéndolas por calzones anchos amarillos, sombrero de fieltro claro con el ala terciada, cuello a la valona, jubón amarillo con sobrevesta de dos aldas a manga perdida, medias de estambre rojo y zapatos de becerro con cintas. El mosquetero iba armado de mosquete, sarta de balas, cuerda-mecha y polvorín, horquilla para apuntar compuesta de conto, posador e hinca-romero y espada de gavilanes. El piquero, celada borgoñota, espaldar y peto con faldón, hombreras, guardabrazos, cañones guardas y guantelete de piel, además de la pica citada espada recta de gavilanes. El artillero de forma similar al mosquetero, y como únicas armas la espada y el porta mecha con que prendía la pólvora. 
Texto y dibujo de Migiel Montaner 


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