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Viernes, 29 de marzo de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

La encrucijada turca

La génesis del gran conflicto que hoy amenaza a Occidente es la lucha contra un islamismo radical que, traspasando la frontera de lo religioso como opción individual, pretende imponerse por la fuerza como forma de vida en todas las esferas. El Estado Islámico (EI), como bien indica su nombre, es la más extrema manifestación del deseo de hacer del hecho religioso el principio y el fin de la vida pública, una imposición que va de lo individual a lo colectivo, entrando en frontal confrontación con el concepto de estado laico de Occidente y sus libertades.

Bien es cierto que, en la lucha contra la yihad, la OTAN y Europa cuentan entre sus aliados y amigos con países islámicos, alejados diametralmente en sus modelos políticos, véase Arabia Saudí, pero cuyo peso estratégico en esta campaña los han convertido, con muchos claroscuros, en compañeros de viaje. Pero es la Turquía de Erdogan  la que se está imponiendo, no obstante, como la mayor paradoja de estos juegos malabares de alianzas y estrategias.

De entrada, porque hablamos de un país cuyo Gobierno se empeña desde hace años, bautizándolas como medidas democratizadoras, en desmontar la herencia laica de Ataturk, el padre del Estado turco moderno, y que, a la vez, mantiene la aspiración de adherirse a la Unión Europea, como caballo de Troya que buscará inocularse en una sociedad de cuyo modelo insiste en alejarse internamente. Más allá, la cuestión kurda  y las pésimas relaciones con el régimen sirio de Bashar al-Assad se hayan tras el, no por negado inexistente, apoyo turco a los yihadistas en Siria. La hoy tan cuestionada Rusia documentó estos hechos en un elaborado informe entregado a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, donde, por razones varias, ha quedado relegado, enterrado bajo la tierra turca en la que la OTAN ha instalado sus baterías Patriot para defenderla del EI.

Todo apunta hoy, a meses del curioso, por incompetente, golpe de estado del 15 de julio, que más luz que las teorías del autogolpe arrojan las de quienes apuestan por un dejar hacer: Los sublevados, afines a la gran organización interna del exiliado en Estados Unidos clérigo Fetulá Gülen, adelantaron su intentona de tomar el poder, viendo que el Gobierno emprendía reformas para expulsarlos. A partir de ahí se abrieron las puertas del cielo para acometer una limpia en toda regla.

Turquía es, en suma y evidentemente, un socio poco fiable, un mal necesario, de lo que Erdogan es bien consciente. Jugando sus cartas se ha convertido en el  salvador de una Europa atemorizada e impotente ante el gravísimo problema migratorio, esa misma que premia su gesto con 6.000 millones de euros, que promete eximir de visado a los turcos, abrir un nuevo capítulo en las negociaciones de adhesión y que convenientemente mira hacia otro lado y se ahorrará cualquier sanción, más allá de las obligadas declaraciones oficiales, ante las purgas que se acometen en el país tras el fallido alzamiento militar.


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