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Ante los riesgos de la IV Guerra Mundial

FONDO DOCUMENTAL / Enrique Martínez Codó, 2005

Desde tiempos inmemoriales las relaciones internacionales entre los pueblos se han visto signadas por un concepto muy particular: la hostilidad reinante entre los hombres de Estado y los intereses que dicen defender o hacer prosperar. Por más que se disimule y se manifieste -o se finja- un entendimiento, una alianza o una entente cordial siempre hay, en un rincón en los corazones y en los pensamientos de los hombres y de los pueblos, un impulso que los impele a adoptar distintas actitudes que resultan conflictivas y hostiles.

Muchos tratadistas y observadores de las relaciones internacionales han estudiado el problema de la evolución de esas relaciones que se registran cuando la hostilidad, que puede comenzar en un simple entredicho, alcanza niveles insoportables llegando a originar un proceso in crescendo que pasa por un litigio, una tensión, una crisis y, finalmente, un enfrentamiento armado que puede ser deseado o no por algunos contrincantes. Pero, generalmente, ese entredicho es consecuencia de un enfrentamiento de las ideas, de los intereses.., el fin de dos políticas diferentes y antagónicas.
Precisamente, observando y analizando ese proceso, alguien llegó a decir que el problema de la guerra era demasiado serio para dejarlo sólo en manos de los militares. Fue así como los nuevos regímenes occidentales y democráticos surgidos a partir del Siglo XVII fueron reconociendo el cargo de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas a los presidentes o jefes de Estado de esos países, aunque ellos no fueran militares de carrera.

El pensamiento de Clausewitz

En esa observación analítica, muchos dirigentes políticos han opinado sobre el particular, haciendo surgir la responsabilidad que les corresponde asumir en un régimen democrático, o que dice serlo. Veamos ahora algunos casos emblemáticos de conspicuos personajes. Al comienzo de la segunda mitad del Siglo XIX se registraron, entre otros, las siguientes opiniones: Entre otras cosas, actualmente estoy leyendo “Vom Kriege” Curiosa manera de razonar tiene este hombre, pero, en el fondo, excelente, escribía Federico Engels a su amigo Karl Marx en 1858, y éste le respondió que ese buen hombre alienta un sentido común que cautiva. Ambos personajes no eran experimentados en el arte militar, sino dos políticos revolucionarios que entendían bien el problema, las causas y los efectos de la guerra. Años más tarde, un seguidor de esos hombres y de esas ideas, Wladimir Lenin aseguraría que ese buen hombre: es uno de los escritores militares más profundos, uno de los filósofos e historiadores de la guerra más notable, un escritor cuyas ideas esenciales se han convertido hoy en un fundamento incontrovertible de todo pensador.

foto: Karl von Clausewitz (1780-1831),  sobresaliente autor de “Estrategia militar del siglo XIX”.

Y, verdaderamente, a pesar del tiempo transcurrido, sus ideas y conceptos siguen aún vigentes. Así pensaban esos hombres cuyas palabras y decisiones políticas rigieron y dominaron buena parte de los acontecimientos mundiales durante los siglos XIX y XX.
Como se sabe ahora, ese buen hombre era Karl von Clausewitz (1780-1831), quien fue un notable autor y escritor de la obra que leyeron aquellos políticos. Nació en Prusia, siguió una brillante carrera militar y falleció víctima del cólera a la edad de 51 años, sin llegar a ver editado su trabajo, ya que fue su viuda la que decidiera darlo a luz después de la muerte de su esposo.
Von Clausewitz fue, asimismo, el autor de la famosa frase, inserta en el libro VIII, Capítulo 1 de su obra, tan citada por muchos como poco leída por la mayoría: la guerra es la continuación de la política por otros medios. De otra manera se podría afirmar que allí donde terminan -o fracasan- las sensatas palabras de la paz comienza el lenguaje violento de las armas.

Las tres guerras mundiales

Así fue como en 1914, 1939 y 1946 la sensatez verbal dio paso al violento lenguaje de las armas. Hay que tener en cuenta que cada una de esas guerras marcaron el fracaso de la reflexión y de los esfuerzos para mantener la paz. La pérdida de la esperanza de lograr un mutuo acuerdo o entendimiento para evitar la catástrofe puede verse reflejada en aquélla frase, originando los enfrentamientos bélicos; que pudieron ser francos (en 1914 y 1939) o indirectos, que desembocaron en la llamada guerra fría, donde los adversarios evitaron enfrentarse francamente en el campo de batalla, eligiendo en cambio teatros de operaciones distantes, diferentes y marcados por una clara intención política, originando una guerra que finalmente se apagó al abandonar -o desaparecer en el campo mundial- uno de los bandos en pugna.
Hasta 1914, los teatros de operaciones se limitaban a un mismo Continente, o comprometían a países de un mismo Continente, y nadie pensaba -ni estaba en condiciones de hacerlo- en llevar y desarrollar una guerra formal contra un país situado en otro. Por eso resultó tan sorprendente como irrisoria la guerra que en el siglo XIX declarara el gobernante de facto boliviano Mariano Melgarejo (1818- 1871) a Prusia. Que por supuesto no dio lugar a ningún combate y ni siquiera fue tomada en serio en Europa.
En la Primera Guerra verdaderamente Mundial los teatros de operaciones se encontraban no sólo en Europa, sino también en África, Medio y Extremo Oriente y en Oceanía (en el mar). En la Segunda Guerra Mundial encontramos teatros de operaciones simultáneos en Europa, África, Oceanía, Medio y Extremo Oriente, y también en todos los mares del mundo.
La considerada Tercera Guerra Mundial (1), que prácticamente finalizó con la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética en 1998, tuvo características particulares con la aproximación indirecta de sus Fuerzas Armadas, pero que no llegaron al enfrentamiento franco y abierto entre sí.
Las huellas y procedimientos, así como los odios y los resentimientos creados, dieron lugar al surgimiento de un nuevo tipo de conflicto, que presenta características asimétricas, donde no se requiere la participación de fuerzas militares numerosas, grandes fuerzas navales y aéreas, se hace uso intensivo de los medios de comunicación social, la llamada Guerra de la Información, para influir psicológicamente sobre el adversario militar y, sobre todo, la población civil, cuya presión determina muchas veces las decisiones políticas, militares y donde se recurre a llamados históricos cargados de pasión y odio para arrastrar a lo opinión pública, o amedrentarla con alusiones y visiones terroríficas, y donde toda medida que se adopta para enfrentar la amenaza es considerada como un nuevo pretexto para acelerar el proceso bélico.
Todo ello ha incidido para que se comenzara a hablar de los cruzados, y de las Cruzadas (que se llevaron a cabo antes del descubrimiento de América) y del Imperio del Mal. Así se recurre hoy al terrorismo indiscriminado y más cruel, como es el exhibir ante las pantallas de la TV el degüello de personas -generalmente inocentes-. Así es cómo se ha llegado a asesinar a niños y mujeres del mismo pueblo que se dice defender. Así se destruyen edificios y obras de arte levantados en el mismo pueblo. Así se llevan las operaciones de terrorismo a cualquier país y Continente del mundo, lo que precisamente otorga este conflicto la característica de mundial, obligando a todos los países a vivir en un permanente estado de vigilia de armas. Son todas estas características las que distinguen a la Cuarta Guerra Mundial y las que la diferencian con los conflictos anteriores.

(1) Tomamos como inicio de la III Guerra Mundial o sea, de la Guerra Fría, al discurso que pronunciara el primer ministro británico Winston Churchill el 5 de marzo de 1946 en la Universidad de Fulton (Missouri), donde describió la división de Europa en dos bloques políticos expresando que Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, ha descendido una cortina de hierro a través del Continente. Detrás de esa línea se encuentran todas las capitales de todos los países de Europa oriental... Pero en realidad el término Guerra Fría fue empleado por primera vez por el escritor español Don Juan Manuel en el siglo XIV, siendo acuñado en su sentido moderno por Bernard Baruch, consejero del presidente Roosevelt, en un debate en 1947, y popularizado poco después por el editorialista Walter Lippmann.

La Cuarta Guerra Mundial

Así, este es un conflicto que además de no respetar fronteras, llega hasta los mismos hogares de las personas, sin distinción de clase, color de piel, religión o nacionalidad. En concreto, constituye un verdadero dilema para militares y civiles. ¿Cómo combatir contra este terrorismo internacional que se expande por todo el mundo sembrando, sin prisa pero sin pausa, muerte, destrucción, odios y sentimientos irreconciliables?
Esta nueva situación mundial ha causado una verdadera revolución en el arte militar, el que se ve impelido a ser más semejante a una serie de actos de carácter policial que a una intervención militar propiamente dicha o relativas al arte de la guerra. Estamos frente a un conflicto donde quedan de lado casi todos los conceptos clásicos de la guerra.

foto: El desembarco de Normandía inclinó la balanza del lado aliado en la Segunda Guerra Mundial

Aquí no hay frentes ni retaguardias, alas o flancos que vigilar o atacar, distinción alguna entre combatientes y no combatientes, amigos o enemigos. No se requieren grandes efectivos de combatientes convencionales, sino de agentes previsores. Las unidades más empleadas son del orden de las compañías o a lo sumo del batallón reforzado; pero integradas por tropas especiales, seleccionadas e instruidas para este nuevo tipo de guerra. El equipamiento electrónico convencional resulta en ciertos casos vano para prevenir un ataque, que siempre es sorpresivo y brutalmente llevado a cabo.
Los Derechos Humanos generalmente se esgrimen para proteger o justificar a los agresores, sin distinguir que la mayoría de las víctimas inocentes son el mismo pueblo.
Estamos enfrentando a un enemigo que rinde un verdadero culto divino a la autodestrucción. Que emplea selectivamente a los seres humanos debida y deliberadamente seleccionados e instruidos para inmolarse por una causa política teñida o adornada con motivaciones religiosas insaciables. Que utiliza pocos o ningún sistema de comunicaciones electrónico, salvo los teléfonos inalámbricos para hacer las veces de detonadores de los explosivos en sus sabotajes. Que utiliza el marco urbano para desarrollar sus operaciones, cuyos ejecutores pueden tratarse de agentes durmientes que despiertan eventualmente según la metodología que utiliza el estratega de turno.
Que invierte poco dinero para causar grandes y graves estragos y numerosas víctimas. Que se disfraza y se mezcla entre la población inocente, haciendo recordar aquello de ¿cómo disimular a un elefante en una calle céntrica? Sencillamente, rodeándolo con otros 100 elefantes.
Que virtualmente ha declarado la guerra a todos aquellos países de todos los continentes a los que un líder político extremista considera enemigos de sus propios intereses y, sobre todo, del Islam, entre cuyos creyentes reclutan a sus combatientes.
Un enemigo que presiona y amenaza a sus mismos pueblos y diáspora en el extranjero con procedimientos mafiosos, de tal forma que los que no comulgan con ellos se ven impelidos a guardar silencio sobre el terrorismo islámico, so pena de ser ellos mismos víctimas del terrorismo más implacable, selectivo y generalizado.

¿De qué sirve contar -o desplegar- tantas divisiones blindadas o mecanizadas, aviones ultrarrápidos y modernos de caza y bombardeo que generalmente no tienen oponentes en el aire, ni oportunidades para garantizar la destrucción o eliminación de un joven -o una joven- que lleva adosada a su cuerpo una carga de explosivos bajo sus amplias ropas? Carga que hace explotar, inmolándose, en un lugar muy transitado o frente a un objetivo señalado por sus mentores.
¿De qué valen los tratamientos severos con los prisioneros de guerra, si éstos están ansiosos de morir por su causa y su Dios? Cuando desfilaban aquellos guerreros de rostros ocultos, mostrando públicamente sobre sus pechos los explosivos de un futuro atentado, no fueron tomados en cuenta; pero no era una ficción, era una advertencia que muy pocas personas advirtieron. Detengamos aquí la serie de los por qué y los para qué: las variantes superan todo lo previsible.

¿Qué hacer?

Se plantea entonces, a escala mundial, ¿qué hacer frente a un enemigo tan irracional, que lleva la guerra a los cuatro puntos cardinales del mundo, sin importarle el precio de su chantaje criminal? En el año 1968 los manifestantes que recorrían las calles de Paris pedían a gritos -y era el lema de sus reclamos- ¡La imaginación al poder!; hoy los públicos y ejércitos de los países involucrados en este verdadero IV Conflicto Mundial claman por algo parecido: ¡La imaginación al servicio del país y de su defensa! Un país sin imaginación en su defensa no tiene hoy porvenir y sus políticos serán responsables de las pérdidas y estragos que su pueblo experimente en un futuro no muy lejano.
Los propulsores de esta IV Guerra Mundial, que como tal se desarrolla en cualquier país y en cualquier continente del mundo, que la reconozca o la ignore, ya ha comenzado y exige cambios  radicales para enfrentarla con algún viso de lograr éxito ante las claras amenazas que todos los días proclama la Guerra de Información que ha desencadenado el terrorismo islámico.

foto: Tropas británicas se dirigen al frente, durante la Primera Guerra Mundial

Aquí se impone otra mirada, otro abordaje para la realización de todos los estudios y desarrollos de la tecnología y de la estrategia para enfrentar la nueva amenaza que se cierne sobre todos los pueblos del orbe.
De hecho, dos años después del inicio del problema de Iraq, en 1989, los comandantes militares superiores norteamericanos se reunieron con el conocido estratega W. 5. Lind para establecer el concepto de la Fourth Generation Warfare (4GW en su sigla en inglés), o sea, la llamada Guerra de IV Generación, concepto que aún estaba por madurar cuando el 11 de septiembre del año 2001 estalló -y en qué forma- el caso del ataque y destrucción de las Torres Gemelas del World Travel Center de Nueva York y la destrucción parcial de una de las cinco alas del Pentágono (Ministerio de Defensa de EEUU). Estos hechos, de magnitud nunca sospechada, dieron origen a lo que podríamos llamar el inicio de la IV Guerra Mundial, nuevo tipo de conflicto planetario que hoy preocupa u ocupa -o por lo menos debiera preocupar- a todos los países del mundo donde exista una representación diplomática o comercial, pública o privada de Estados Unidos, Gran Bretaña, o país que coopere o haya cooperado con el primero en la Guerra en Iraq o Afganistán. En este sentido, con esos antecedentes y con nuestra propia experiencia, podemos afirmar que ningún país del mundo está exento de sufrir un destructor y mortífero atentado terrorista islámico o que se vale del terrorismo islámico para desarrollar sus acciones violentas. Nos guste o no, esa es la actual realidad de nuestro planeta.
El tremendo esfuerzo económico, personal y tecnológico que el hombre está realizando para descubrir las incógnitas del espacio, que dan prestigio internacional al país y a sus gobernantes y científicos, debiera ser reorientado hacia el desarrollo de los medios tecnológicos y químicos de detección y prevención del terrorismo internacional. El hombre ya ha demostrado que puede llegar -y ha llegado- a la Luna, permanecer y regresar a la Tierra. Ahora la política debería acompañar el esfuerzo que todos reclaman para enfrentar, desalentar y vencer el desafío que nos han propuesto los autores de la IV Guerra Mundial.

Definir al enemigo

Caracterizar y definir al adversario es un principio del arte de la guerra, hoy tan o más importante que nunca. ¿Contra quién combatimos, por qué y para qué lo hacemos? Esta es la cuestión esencial, dada la diversidad de las amenazas, sus idiosincrasias, sus posibilidades y el despliegue estratégico de su modus operandi.
El término extremismo -o terrorismo- islámico empleado genéricamente constituye una expresión simplista y peligrosa. En primer lugar porque no todo lo islámico o musulmán es realmente sinónimo de terrorismo, y su aplicación indiscriminada puede tener un resultado lógico adverso en el universo de esa creencia religiosa, que puede animar los resentimientos. Ese es el riesgo de caracterizar mal y apresuradamente al adversario.
¿Existen muchos grupos armados islámicos en el mundo? Sí. ¿Tienen todos las mismas motivaciones? No, aunque existen células extremistas en todo el mundo que mimetizan su ideología con el islamismo. Así, el grupo Hamas, por ejemplo, así como la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) basan fundamentalmente su accionar en esa región del mundo y centran sus luchas sobre Israel. Sus combatientes no buscan derribar edificios en Nueva York, Washington o Buenos Aires; o hacer volar los subterráneos de trenes de Londres o Madrid. Asimismo los terroristas islámicos de las Filipinas, tienen motivaciones que vienen arrastrando desde el siglo XIX, contra los cristianizados filipinos de Manila u otra región de ese archipiélago. Los movimientos islámicos terroristas de África del Norte o de Chechenia, poseen objetivos e intenciones que son divergentes, diferentes, o propias de la región donde operan.
¿Buscaban iguales objetivos los terroristas que en 1992 (17 de marzo) y en 1994 (18 de julio) volaron la embajada de Israel y la sede de la AMIA en Buenos Aires que los terroristas de Al Qaeda? ¿Tiene esta organización y la diáspora islámica en Europa el mismo interés que los musulmanes que bregan en Francia por la aceptación del Chador, o la discriminación racial en Estados Unidos? Los movimientos islámicos existentes en la India, ¿tienen iguales objetivos que Osama Ben Laden?
El mayor servicio que se puede hacer a éste es englobar todo en un mismo paquete, sin entender cada motivación y su real peligrosidad para el resto del mundo. Caracterizar englobadamente a todo el Islam como un mismo enemigo constituye la mayor tendencia peligrosa que se puede concebir para solucionar el enfrentamiento que estamos presenciando entre Cristianismo e Islamismo. Hoy no puede reeditarse lo ocurrido en España en el siglo XIV, cuando se expulsó a los moros de la Península Ibérica entera, luego de 400 años de luchar entre si, donde se distinguiera el Cid Campeador y se dieron grandes batallas como la de Lepanto.

La política por otros medios

El  mal definido enfrentamiento entre Al Qaeda y los Cruzados de Occidente nos retrotrae a siglos pasados, de triste memoria, que deberían olvidarse y caracterizarse como corresponde.
Ese buen hombre -como llamaba Marx a  Clausewitz- escribió al final del Capítulo I del libro VIII de su obra “De la Guerra”, lo siguiente: Repetimos, por lo tanto, una vez más: la guerra es un instrumento de la política; debe llevar, necesariamente, el carácter de la política; debe medir con la medida de la política. La conducción de la guerra, en sus grandes lineamientos, es, en consecuencia, la política misma, que empuña la espada en lugar de la pluma, pero no cesa por esa razón, de pensar de acuerdo con sus propias leyes. Y, en efecto, la política que adopta y sigue un país o un grupo de países es la que guía toda su historia, mediata o inmediata.
Dios ilumine a los políticos de Occidente y especialmente a los de América para que sepan meditar, adoptar y eliminar con sensatez, pero con firmeza y eficacia los nuevos desafíos y amenazas, así como adoptar para nuestros países, las medidas más aptas y concordantes con el ahora amenazado profesionalismo militar.

Revista Defensa nº 331, noviembre 2005, E. Martínez Codó


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