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Viernes, 29 de marzo de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

La guerra de los 60 días

Ayer noticia

Oficialmente todo empezó el 3 de junio, cuando alguien disparó a la cabeza del embajador israelí en Londres. Al día siguiente, la Aviación hebrea bombardeaba, en ocho oleadas sucesivas, los barrios palestinos de Beirut y la región de Damur, al Sur de la capital del Líbano, causando docenas de muertos. Automáticamente, la artillería de largo alcance palestina respondía arrojando 800 proyectiles de cañón y “Katiusha” sobre localidades y Kibbutzs de la Alta Galilea. Las balas judías fueron de un muerto y seis heridos; pero bastaban como pretexto. El domingo 6 de junio, apoyadas por una impresionante cobertura aérea y naval, tres columnas israelíes, con efectivos calculados entre los 20.000 y los 40.000 hombres, cruzaron la frontera con el Líbano. La Operación “Paz en Galilea” había comenzado.

ANTECEDENTES

Sin enemigo alguno en su costado occidental, tras los acuerdos firmados por Egipto en Camp David, con un país que como Jordania no le preocupa, al no podérsele medir, en sus límites orientales, Israel se había fijado un triple objetivo con relación a su frontera Norte. El primero consistía en el desmantelamiento total de la estructura militar de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), radicada exclusivamente en el Líbano. El segundo perseguía la expulsión de las tropas sirias establecidas en territorio libanés, asestando de paso un duro golpe al potencial militar de Damasco, único Estado árabe que todavía constituye una amenaza en la región para el Estado hebreo. En tercer lugar, el equipo Beguin-Sharon buscaba la instauración de un orden nuevo en el vecino Líbano, eliminando la interferencia extranjera e instalando en el poder a los aliados naturales de Israel: los falangistas cristianos y los elementos nacionalistas.
En este contexto político-estratégico se desencadenó la operación Paz en Galilea, cuya paternidad se le ha atribuido al general Ariel Sharon, ministro judío de la Defensa. El 6 de junio, los blindados hebreos pasaron ante las posiciones de los cascos azules de la FINUL Force Interimaire des Nations Unies pour le Liban), lanzándose en pos de sus objetivos. La FINUL, compuesta por 6.000 hombres, acaba de ver aumentados sus efectivos con 600 franceses del 80 Regimiento Paracaidista de Infantería de Marina, pero ni sus medios ni la misión encomendada les permitían oponerse por la fuerza a una ofensiva de tales proporciones. El Ejército regular libanés, por su parte (20.000 hombres), convertido en una caricatura de sí mismo a causa de los disturbios y las tensiones políticas de la guerra civil —iniciada en 1975 y todavía viva— también permaneció en absoluta pasividad.

Foto: En estos dos mapas pueden apreciarse el avance de las columnas israelíes a través del Líbano y en el asalto a Beirut durante la Operación Paz en Galilea “.

Respecto a la fuerza militar más importante del país en el lado cristiano- derechista, las Fuerzas Libanesas (agrupación de milicias cristianas con predominancia de los falangistas kataeb) consideraron innecesaria su intervención en esta fase del conflicto, permaneciendo a la expectativa. Desde hacía bastante tiempo atrás se hablaba en el Líbano de una posible operación de acordeón entre milicias cristianas y Ejército judío para lograr la destrucción total de los palestinos del Libano. Las relaciones entre Fuerzas Libanesas y Tsahal (Ejército judío) eran excelentes, habiendo incluso algunos de los 10.000 hombres integrados en estas milicias recibido entrenamiento en Israel, así como seguido cursos para oficiales en Estados Unidos. Todo el mundo creía que los falangistas, aprovechando la oportunidad que ahora se les presentaba, cogerían a los palestinos entre dos fuegos, pero no fue así. Bechir Gemayel, jefe supremo de las Fuerzas Libanesas, era ya candidato a la presidencia de la República libanesa, y no resultaba conveniente que su mandato en un país que al fin y al cabo es árabe, se abriese con responsabilidad directa en el previsible aniquilamiento de los palestinos y de los aliados libaneses de éstos.

SUPERIORIDAD JUDIA

Israel se lanzó contra el Líbano con un aparatoso despliegue de todo su potencial militar netamente superior al que le oponía la estructura militar de la OLP a la que apoyaban las fuerzas musulmano-progresistas libanesas, entre las que había que contar con dos organizaciones importantes: la milicia nasserista Morabitum y el movimiento chiíta Amal. A ello se unían los efectivos sirios estacionados en el país, sobre todo en Beirut y en el valle de la Bekaa. A lo largo del conflicto, la superioridad israelí se hizo patente de continuo, reflejada en los siguientes puntos:
• Las acciones judías revelaron un exacto conocimiento de las posiciones y movimientos enemigos. A ello hay que añadir que el Mando hebreo conoce desde hace tiempo la situación geográfica de los aeródromos militares sirios y puede establecer con la suficiente antelación el rumbo que siguen, una vez en el aire, los aparatos de Damasco. Además, los israelíes utilizan aviones de reconocimiento como el E2C Hawkeye norteamericano y cuentan con radares a bordo de sus F-15, lo que les da una amplia capacidad de detección de los MiG sirios en el momento del despegue de éstos.
• Por lo que se refiere a aviones y misiles, no es ningún secreto que los F-15 y F-16 judíos son más avanzados que los MiG-21 y MiG-23 de fabricación soviética usados por Siria. En el momento de iniciarse las hostilidades, el potencial aéreo hebreo se evaluaba en 639 aviones de combate (40 F-15, 75 F-16, 246 A4, 138 F4 y 85 Kfir) frente a los 448 sirios (230 MiG-21, 85 MiG-17, 64 MiG-23, 25 MiG-25). En lo tocante a misiles, la Aviación israelí disponía, en grandes cantidades, del misil aire-aire Sidewinder que equipa a sus F-15 y F-16. Este ingenio, muy utilizado por los Harrier británicos en el reciente conflicto de las Malvinas, puede ser disparado desde lejos y no obliga al piloto a maniobrar para atacar al enemigo desde atrás. Según los especialistas, fue la vedette de los enfrentamientos aéreos entre aviones judíos y sirios sobre el Líbano a lo largo de toda la guerra.
• Los avanzados equipos militares electrónicos con que contaba Israel eran otro factor determinante a la hora de establecer la superioridad en el campo de batalla. Desde los desastres sufridos al comienzo de la guerra de octubre de 1973, Israel ha venido poniendo buen cuidado en dotarse adecuadamente en este terreno. Entre su avanzado equipo, las fuerzas armadas judías cuentan con varios Boeing 707 equipados con sistemas de interferencias contra radares antiaéreos enemigos, así como versiones del sistema norteamericano Wild Weasel a bordo de sus F-4 Phantom y misiles Shrilce y Maverick especialmente útiles para atacar emplazamientos de misiles y radares enemigos a distancia.
• Todos estos medios, decisivos a la hora de inclinar la balanza de cualquier guerra moderna, se veían reforzados por la extraordinaria preparación de los pilotos israelíes, considerados hoy en día de los mejores del mundo, con alta experiencia de combate, muchas horas de vuelo y un profundo conocimiento de la región.
• En lo referente al potencial terrestre, resultaría supérfluo extenderse aquí sobre la sólida experiencia judía en las diversas facetas de la guerra mecanizada y en su capacidad logística. La mayor incógnita en éste terreno residía en el resultado que daría el nuevo carro hebreo Merkava frente al T-72 de origen ruso con que contaban algunas unidades sirias, considerado este último por los expertos como el mejor carro de combate del momento, cuyo nuevo tipo de blindaje todavía no se había enfrentado a la acción de las armas occidentales.
• Finalmente, en esta evaluación previa al desarrollo de las operaciones, no podemos omitir el decisivo peso de la ayuda militar estadounidense a Israel. Desde 1979 hasta la fecha de la invasión judía del Libano, el 90 por 100 de las armas recibidas por Israel del exterior procedían de Norteamérica. Es Sabido que el Estado hebreo cuenta con una industria bélica propia (IMI -Israel Military Industrie, IAl-Israel Aeronautic Industries), que construye armas de diverso tipo bien bajo licencia o bien de patente propia, como el ya mencionado Merkava, vehículos de reconocimiento y el fusil de asalto Galil (este último con cierto éxito en la exportación). Sin embargo, el núcleo central del poderío militar hebreo lo sigue constituyendo la ayuda USA. Desde 1979, Israel había recibido 76 cazabombarderos F-16A y 35 interceptores F-15 Eagle con avanzado equipo de navegación y tiro. Para equiparlos, se adjuntaban 600 misiles aire-aire AIM9L Sidewinder y otros 600 aire-superficie AGM65A, así como idéntica cifra de anticarros BGM 7lA TOW para los helicópteros Cobra y cinco mil misiles contracarro terrestres FMG77A Dragoon. En lo referente a la Marina, el envío fue de 100 misiles antibuque RG084 Harpoon. Para las fuerzas de Tierra hubo 100 sistemas antia éreos Hawk Mom 23B y 250 Chaparral. La Artillería hebrea se vio reforzada con 200 obuses autopropulsados M-109 Al de 155/32 mm. (capaces de disparar ocho proyectiles por minuto) y las unidades mecanizadas recibieron casi un millar de M-113A1, 56 M-548 y 98 M-557Á1. Durante ese período previo a la invasión del Líbano, Israel recibió también 70 carros M-60 A3 de 50 toneladas, armados con un cañón de 105 mm., quedando pendiente un pedido por otros 130 carros del mismo tipo.

foto: “fedayin” con su AKM durante la lucha callejera en Beirut.

En estas condiciones, dispuesto incluso a encarar una guerra directa y total con Siria, el tándem Beguin-Sharon dio la orden de invasión. En un principio, las declaraciones del Gobierno judío hicieron pensar que se trataba tan sólo de una nueva Operación Litani tendente a crear un escudo de 40 kilómetros de anchura entre la frontera norte del Estado hebreo y la zona palestino-progresista del Líbano, rechazada hasta el Norte del mencionado río. Pero muy pronto resultó evidente que el objetivo era mucho más ambicioso. No se trataba de uno de los clásicos ataques preventivos, sino de una auténtica guerra.
El campo de operaciones tenía un centenar de kilómetros de profundidad, desde la frontera Sur del Líbano hasta Beirut. El frente, desde la orilla del mar hasta la zona de Rachada, en la montaña, abarcaba una cincuentena de kilómetros. Y ahí volcó Israel su máquina de guerra.
La primera de un total de tres columnas judías avanzó hacia el Norte por el Oeste, a lo largo de la costa, recogiendo a su paso a los comandos desembarcados previamente y siendo apoyada por una acción masiva de la artillería naval. En tres días, esta columna avanzó 60 kilómetros, siempre en dirección a Beirut.
La segunda columna progresó por la parte central del frente a través de un corredor de nueve kilómetros de anchura. Se trataba de una fuerza blindada, precedida de Infantería de asalto heliportada, que cruzó los ríos Litani y Zaharani, conquistó el castillo de Beaufort (eje de toda operación táctica en un radio de 30 kilómetros e importante enclave palestino) y tras duros combates que llegaron al cuerpo a cuerpo avanzó hasta tomar el importante puesto de mando palestino de Nabatieh, continuando después su progresión en dirección a Jezzine para, finalmente, amenazar la carretera general que une Beirut con Damasco. De esta forma se bloqueaba el paso a los refuerzos sirios que podían acudir desde el Este en dirección a Beirut.
La tercera columna israelí, mecanizada y blindada, avanzó desde la contrapendiente del monte Hermon y se dirigió hacia el Norte. Al llegar a Hasbaya se desvió hacia el Oeste, pasando frente a los bigotes (afortunada expresión de un compañero periodista francés) de las tropas sirias instaladas en el valle de la Bekaa, sin entablar combate con ellas, para cerrar con la columna número dos una pinza sobre Jezzine, centro del dispositivo palestino, localidad situada 35 kilómetros al Este de Sidón, rápidamente evacuada por el contingente de soldados sirios que allí mantenía posiciones.

foto: Los palestinos se fueron de Beirut con una alta moral. Abandonados de los países árabes y ante la indiferencia del mundo, que contempló impasible lo que sucedía en el Líbano, lucharon hasta tener una salida honrosa.

En todo el teatro de operaciones, los combates entre israelíes y palestinos fueron extremadamente duros, ya que a la devastadora potencia militar judía opusieron los fedayin una enconada resistencia. Mientras, la Aviación y la Marina hebreas castigaban violentamente los suburbios sureños de Beirut, devastando los campos de refugiados y las posiciones palestinas de la capital libanesa, la Columna Uno, sobre la que recaía el peso principal de las operaciones, arrasó Tiro y Sidón y, reforzada por elementos desembarcados, prosiguió su avance hasta alcanzar los suburbios de Beirut y cortar la carretera de Damasco, utilizada sólo horas antes por las tropas sirias acantonadas en la capital libanesa para evacuar la ciudad y replegarse diez kilómetros sobre Aley, donde se instaló su Mando operacional del sector.

 LA RUTA DE BEIRUT

La ciudad de Tiro, muy próxima a la frontera israelí, el primer gran objetivo de la Columna Uno, era un reducto palestino con más de dos millares de fedayin. Durante su avance, los judíos dieron dos horas de plazo a la población civil para concentrarse en las playas y después arrasaron la ciudad, casa por casa. Un médico de la localidad me habló de 500 muertos y 400 heridos. De los combatientes palestinos, la mayor parte fueron hechos prisioneros, en número no determinado. Otros se mezclaron con la población civil de los campos de refugiados, resistieron hasta el último cartucho entre las ruinas o se emboscaron en las montañas, lanzando posteriormente una serie de golpes de mano nocturnos y obligando a los israelíes a una penosa labor de rastreo y limpieza que se prolongaría durante semanas.

Foto: Juventud, serenidad y larga experiencia, tras siete años de guerra en el Líbano, emanan de la foto de este oficial palestino.

Lo mismo ocurrió en el sector de Nabatieh, donde al comienzo del ataque judío varios centenares de fedayin se replegaron hacia el Norte, intentando llegar a Beirut antes que los judíos para unirse a sus camaradas, mientras que una cincuentena se dispersó por las colinas próximas, lanzando también esporádicas acciones de comando.
Toda la carretera de la costa, desde Tiro hasta los suburbios de Beirut, había adoptado el dramático aspecto de la ruta de guerra: carcasas calcinadas de vehículos, casas en ruinas, casquillos vacíos, banderas blancas en las ventanas de las casas marcadas por la viruela de la metralla... En torno a Sidón, la segunda ciudad importante que encontró en su camino la primera columna judía, la destrucción era total, y lo mismo ocurría en el interior del núcleo urbano. Los combates fueron especialmente violentos en el campo de refugiados palestino de Am Helue, defendido por medio millar de guerrilleros entre los que se contaba un grupo de chiítas jomeinistas. Aunque Sidón fue tomada el 10 de junio, Am Helue siguió resistiendo cinco días más hasta que los israelíes anunciaron su conquista, sin añadir precisiones sobre cómo tuvo lugar ésta. Que la batalla de Sidón fue dura lo prueba el hecho de que en los primeros días las calles de la ciudad estaban llenas de carcasas de blindados judíos destruidos.
En realidad, el verdadero objetivo inmediato del avance israelí era Beirut, y hacia allí se encaminaron los esfuerzos hebreos. El Tsahal progresó rápidamente hacia el Norte, dejando tras de sí bolsas palestinas que posteriormente fueron limpiadas en lentas y agotadoras acciones de cerco y destrucción. Pero hay que insistir en que, a pesar de su aplastante superioridad técnica, el de los israelíes no fue, ni mucho menos, un paseo militar. El terreno libanés, a excepción de la ruta costera, es quebrado y difícil, con montañas, bosques y grutas, a los que se sumaban los subterráneos y las fortificaciones excavadas por los palestinos. En algunos sectores la lucha tuvo caracteres de encarnizamiento, y ello lo reconocieron incluso los periodistas judíos que acompañaban al Tsahal en su avance. Hasta los servicios de información hebreos, que pasan habitualmente por ser los mejores del mundo, habían cometido fallos en la evaluación previa del potencial bélico palestino.
El miércoles 9 de junio, los judíos controlaban la cuarta parte del territorio libanés y se dedicaban a limpiar las bolsas de resistencia que habían dejado atrás en su avance. El episodio más espectacular de toda la batalla había tenido lugar, sin duda, a 717 metros de altura, entre las ruinas del castillo de Beaufort, que, defendido por tropas de élite palestinas, sólo cayó tras una enconada lucha cuerpo a cuerpo. Pero incluso este episodio, como el resto de las acciones judías, se desarrolló a un ritmo rápido, de guerra relámpago, en el estilo de las ofensivas en Cisjordania y el Sinaí, en 1967. Los 20.000 combatientes palestinos vieron caer sobre ellos a la crema de las fuerzas armadas judías: la brigada Golani (que destrozó las defensas sirias en 1967), el batallón Barak, la Infantería de Marina y los paracaidistas. Un Ejército entrenado y profesional.
A pesar de la prudencia demostrada respecto al desarrollo general de las operaciones, los 25.000 soldados sirios que se encontraban en el Líbano durante la invasión judía fueron el único contingente árabe que, aparte de las fuerzas palestino-progresistas, puso a salvo su honor. Pelearon con dignidad frente al poderoso enemigo israelí, pagando el alto precio de un millar de soldados muertos en las diversas acciones, y perdiendo casi la cuarta parte de sus aviones de combate en los choques aéreos con los pilotos hebreos. Según los cálculos judíos, Siria perdió en el Líbano 350 blindados y 15 ó 16 lanzadores de los famosos misiles antiaéreos SAM-6 instalados en la Bekaa. El desastre, incluyó el aniquilamiento de la 51ª  Brigada Blindada, equipada con T-62 (3.000 hombres y 120 carros) y la destrucción parcial de la 85ª Brigada, inicialmente basada en Beirut Oeste, cuyos supervivientes se replegaron por la carretera de Damasco.

“MERKAVA” VERSUS T-72

El aspecto más interesante en la faceta terrestre del conflicto libanés vino a ser, sin duda, la destrucción de un mínimo de nueve carros T-72, el orgullo de la tecnología soviética en materia de blindados. Producido desde 1977, este carro de combate era considerado como la máxima realización en su campo, y los expertos occidentales todavía no habían tenido ocasión de examinarlo de cerca, especialmente su nuevo tipo de blindaje, al que se le atribuían unas características de especial eficacia. Sin embargo, en los combates que tuvieron lugar entre unidades blindadas sirias e israelíes, los cañones de 105 mm. de los Merkava judíos (carros para los que también esta guerra ha supuesto el test operativo) perforaron los blindajes de los T-72. Hay que tener en cuenta que el Merkava puede utilizar los avanzados proyectiles perforantes subcalibrados (APDS-T) M-392 Á2, capaces de perforar blindajes de 100 mm., proyectando en el interior del carro enemigo más de seis centenares de esquirlas metálicas a una velocidad de 1.000 metros por segundo. Es también probable que algunos T-72 fueran víctimas de los misiles contracarro MGM-71 TOW, disparados desde tierra o desde helicópteros. La ventaja del TOW (ya utilizado con éxito en 1973) sobre armas similares de fabricación soviética consiste en que al operador le basta con mantener el blanco encuadrado en el visor óptico del lanzador para que el misil corrija automáticamente su trayectoria hasta hacer impacto. Y saber que el TOW resulta eficaz frente a los nuevos blindajes soviéticos debe haber supuesto, sin duda, un considerable alivio para los expertos occidentales.

Foto: Un M-60 israelí en uno de los vértices de la progresión judía. Detrás se observan un M-113 y un M-151.

Por lo que se refiere a la guerra aérea, tanto contra los sirios como contra los palestinos, es indudable que la superioridad judía resultó definitiva para el desarrollo de las operaciones. Los pilotos hebreos no sólo derribaron (según Tel Aviv) casi un centenar de aparatos sirios, entre ellos un MiG-25, sino que destruyeron las bases de lanzamiento de misiles SÁM-2 y SÁM-6 de la Bekaa, sufriendo escasas pérdidas. Y en esta lucha entre las tecnologías norteamericana y soviética, los Estados Unidos se apuntaron un resonante tanto.
La principal dificultad técnica de la acción judía sobre el Líbano residía en cómo neutralizar a los misiles sirios; los mismos que en octubre de 1973 habían sido despiadados verdugos de la Aviación israelí. Recordemos que los SAM-6 pueden ser disparados, con mayor o menor precisión, contra el avión-blanco, hacia el que se dirigen guiados magnéticamente y atraídos por el calor de los reactores, con resultados casi infalibles. Desde que durante la Guerra de Octubre los aviones judíos se estrellaron contra el muro infranqueable de los SAM-6, habían procurado dotarse con avanzadas contramedidas electrónicas suministradas por los Estados Unidos. Los sistemas fueron ensayados hasta la saciedad por los pilotos judíos en el desierto del Neguev, pero faltaba pasar la prueba definitiva frente a misiles reales. Al término de las operaciones sobre la Bekaa, el jefe del Estado Mayor judío, Rafael Eytan, comunicó que todos los misiles sirios fueron destruidos sin perder un solo avión. La verdad es que de las 18 rampas de SAM-6 habían sido destruidas 15 ó 16 y los israelíes perdieron varios aviones no pilotados, uno con piloto y dos helicópteros, como mínimo. Pero el éxito era incontestable.
En su ataque a las baterías del valle de la Bekaa, los israelíes actuaron en dos tiempos. Recordemos que los SAM-6 seguían por un radar operado por el propio artillero y que incluso su sistema de guía terminal autónomo se basa en los ecos provocados por las ondas radar de la propia  batería de tiro. El principio para neutralizarlos, por tanto, consiste en perturbar el radar de la batería, a fin de que el misil quede cegado en su rumbo al objetivo. Los israelíes enviaron en primer lugar una oleada de aviones sin piloto, probablemente aparatos de reconocimiento norteamericanos Teledyne-Ryan 1241 Firebee, que fueron inmediatamente derribados por los SAM-6 (y que hace explicable que Damasco se atribuyese el derribo de 19 aviones contrarios). Gracias a la actuación de los misiles sirios en esos primeros tiros, los israelíes pudieron determinar la longitud de onda en la que operaban los SAM. Entonces, de forma inmediata, dos oleadas de cazabombarderos judíos machacaron las baterías, probablemente utilizando misiles Shrike, mientras a su alrededor volaba una inútil y descontrolada nuble de SAM-6 a los que las contramedidas electrónicas habían convertido en inofensivos. El conjunto de la operación se llevó a cabo mediante el ultramoderno sistema de radar montado a bordo de los miniawacs Grumman E-2C Hawkeye, capaces de detectar simultáneamente 250 aviones enemigos y de suministrar a los cazas propios quince posibilidades diferentes de actuación contra el adversario.

foto: El dolor de una madre palestina que despide a su hijo, combatiente de la OLP. Pagan por ser palestinos, por haber nacido en Palestina.

De hecho, los combates aéreos sobre el valle de la Bekaa son ya históricos, al ser los primeros dirigidos por un sistema integrado de ordenadores y radar de la más reciente generación y suponen un considerable éxito de la tecnología norteamericana sobre la soviética. Ello, en un momento en que, tras la guerra de las Malvinas, queda demostrada irrebatiblemente la superioridad de las técnicas electrónicas más avanzadas, debe haber supuesto una seria inquietud para el Kremlin, de la que resulta buena prueba el hecho de que el general Yurasov, comandante adjunto de la Aviación soviética y especialista en guerra electrónica, viajase inmediatamente a Damasco para estudiar sobre el terreno la magnitud del desastre.

SE COMPLETA EL CERCO

Empujados por el rodillo compresor judío, los palestinos se fueron replegando hacia Beirut, dispuestos a librar la última y gran batalla en la ciudad, sin esperanza ya de frenar siquiera el avance enemigo hacia los suburbios sureños de la capital libanesa. A pesar de la encarnizada resistencia que oponían, los fedayin no contaban con medios suficientes que oponer al aparatoso despliegue de los israelíes. La ineficacia de las armas soviéticas que manejaban era manifiesta: los SAM-7 resultaban inútiles frente a los modernos aviones judíos, los blindados hebreos tenían que ser atacados con el RPG-7 a falta de mejor material contracarro... Tuve incluso oportunidad de presenciar un rápido y violento combate de blindados en el que cuatro de los sesenta T-34 entregados por Hungría a la OLP fueron literalmente barridos por los cañones de los Centurion y Merkava judíos, sin que los palestinos, antes de desbandarse en completo desorden, llegaran a arañar siquiera el blindaje de los carros enemigos.
El 13 de junio, mientras sus avanzadas establecían contacto con las milicias cristianas en Baabda, sede del palacio presidencial, Israel completaba el cerco de Beirut. En torno a la capital se acumulaban pertrechos judíos, tropas y cinco centenares de carros de combate, mientras que en el sector palestino los combatientes enterraban minas, cavaban refugios y acondicionaban edificios para resistir el asedio a lo largo de una línea que pasaba por los barrios de Jaldé, Borj-elB rajneh, Sabra, Chiyah y Chatila. En Beirut Oeste los efectivos palestino-progresistas, evaluados en alrededor de 12.000 hombres, más 800.000 civiles libaneses y palestinos se amontonaban en los refugios y en los sótanos. Los palestinos estaban convencidos de que Israel no se atrevería a intentar la conquista de Beirut Oeste casa por casa, ya que eso supondría que el Tsahal se desangrase en una larga y agotadora lucha callejera, en la que la experiencia palestina, adquirida en siete años de guerra civil, sería un factor importante a tener en cuenta. Aparte de una red de túneles que unían los campos de Sabra y Chatila con Uazai, los fedayin aseguraban poseer reservas de alimentos y munición para resistir durante seis meses el asedio. La principal carencia, indicaban, residía en proyectiles de gran calibre, pero había abundancia en lo referente a munición de artillería de pequeño calibre y para armas ligeras.
Con los judíos a las puertas de Beirut, el paseo militar de los primeros días se convertían para Israel en algo mucho más serio, un hueso duro de roer. Podían enviar carros con rodillos para hacer saltar las minas, demoler las casas con la Artillería y la Aviación, lanzar a las calles blindados e Infantería y tomar la ciudad en dos o tres días. Pero si se hacía así, tras esos dos o tres días serían necesarias un par de semanas para limpiar uno por uno los reductos palestinos, en letal lucha metro a metro, que requeriría la intervención de 30.000 soldados con unas bajas previstas que superarían el millar. Y los palestinos se mostraban resueltos a convertir Beirut en un Stalingrado.

Foto: Un miliciano palestino, con una camiseta en la que se adivina el retrato de Yasser Arafat, en el dédalo de ruinas en que se convirtió Sidón.

Israel decidió adoptar la táctica del estrangulamiento lento. Los primeros bombardeos masivos de Beirut por tierra, aire y mar comenzaron el 25 de junio y se mantuvieron, salvo esporádicos e innumerables alto el fuego siempre violados, hasta el final del drama. Las tropas judías completaron el cerco el 3 de julio, cortando los suministros al Beirut sitiado, cuyos habitantes civiles pasaron muy pronto de 800.000 a 300.00, ya que se les permitía la huída al sector oriental, en manos de los cristianos-derechistas, pero no el regreso al sector cercado. Y mientras los combates continuaban, israelíes y palestinos confiaban en las negociaciones en curso y en la intervención internacional: los primeros para que los palestinos abandonasen Beirut sin que fuera necesario que sus tropas entrasen en la ciudad a sacarlos; los segundos, para que el horror del asedio movilizase a la opinión internacional y a los países árabes y se impusiera a Israel una retirada.
Los palestinos habían perdido ya a primeros de julio los dos tercios de su potencial en hombres y material. A pesar de sus afirmaciones de que podían resistir durante seis meses en la ciudad, lo cierto es que, con las rutas de aprovisionamiento cortadas y sufriendo un férreo bloqueo naval, la situación empeoraba por momentos. Las incursiones aéreas se sucedían, combinadas con la acción de la artillería naval judía y de los cañones situados en las alturas de Chouf Druse. La falta de alimentos y la incapacidad de los hospitales para atender debidamente a los centenares de heridos se agravaron con los cortes de agua y de electricidad. El cerrojo de Jalde, clave para el corte definitivo de la carretera de Damasco, ya había saltado, cayendo el lugar en manos judías. Los blindados hebreos amenazaban el aeropuerto y los bombardeos alcanzaban por primera vez los barrios residenciales de Beirut Oeste. El 24 de julio, la Aviación hebrea realizó otro ataque sobre la Bekaa para destruir nuevas rampas de lanzamiento de misiles AA instaladas por Damasco para sustituir las anteriores pérdidas. El 1 de agosto, tras violentos combates, el aeropuerto de Beirut cayó en manos judías. Al día siguiente, la ciudad vivía uno de los más terribles bombardeos de su historia: 185.000 bombas, totalizando 26.000 toneladas, se abatieron durante catorce horas, saturando una extensión de 16 kilómetros cuadrados. Unos sesenta aviones israelíes ejecutaron ese día 180 incursiones aéreas.

EL GOLPE FINAL

El 4 de agosto, para cuantos nos hallábamos en Beirut Oeste, bajo el alud de fuego judío, la situación estaba clara: la resistencia podría prolongarse todavía durante algunas semanas, pero nada en el mundo podría impedirle a Israel tomar la ciudad. A pesar de la tenaz resistencia palestino-progresista y de los efectivos sirios que habían quedado cercados en la ciudad, los blindados judíos comenzaron a penetrar ese día en Beirut Oeste. Todos creíamos presenciar el asalto final; tras él, a los palestinos sólo les quedarían dos opciones: aceptar las condiciones de evacuación o suicidarse entre los escombros de las posiciones que defendían.
El ataque contra Beirut Oeste tuvo lugar simultáneamente por tres puntos: en el Sur, cerca de los campos de refugiados; al Este, en el sector del Museo; y en el puerto, a lo largo de la línea de demarcación que durante siete años había delimitado los dos sectores de la ciudad dividida por la guerra civil. El avance israelí podía ser decisivo, ya que a su término la OLP controlaría tan sólo nueve kilómetros cuadrados en los que se amontonaban también las decenas de miles de refugiados que no habían abandonado la ciudad, sin comida, agua ni medicamentos, en condiciones trágicas.
El objetivo aparente de los atacantes era sitiar los tres grandes campamentos palestinos de Sabra, Chatila y Buij el Brajneh, donde se hallaba atrincherada la mayor parte de los 12.000 combatientes palestino-progresistas que defendían la ciudad. El avance en dirección al puerto fue recibido con intenso fuego de armas contracarro por los efectivos de la ALP (rama militar palestina bajo mando sirio). Las tropas judías, que partieron de una zona neutra controlada en principio por el siempre pasivo Ejército regular libanés, sólo consiguieron avanzar unas decenas de metros; su progresión fue frenada por el intenso fuego y los defensores sólo abandonaron una posición: el inmueble Fattal. En el sector del Museo, los combates alcanzaron una virulencia inaudita. Después de ocho horas de pelea contra las fuerzas comunes palestino-libanesas, los carros blindados del Tsahal sólo habían avanzado 300 metros, quedando inmovilizados frente a la embajada de Argentina, a la altura del Hipódromo, lugar en el que estaban instaladas las baterías artilleras sirias y palestinas. De haber logrado los israelíes este objetivo, Beirut Oeste habría quedado incomunicado con los suburbios del Sur, donde estaban situados los campos palestinos.
En el avance desde el Sur, las tropas hebreas obtuvieron mejores resultados. A aquellas alturas parecía estar clara la intención judía de aislarlos campos palestinos del resto de la ciudad a través del cinturón verde que, del Sudoeste al Nordeste de Beirut pasa por Uazai, el Hipódromo y el bosque de pinos. En esta zona, en la que hay pocos edificios, los israelíes evitaban el penoso combate callejero y podían maniobrar sin excesivos riesgos sus carros de combate, constantemente protegidos por su artillería terrestre y naval. El avance desde Uazai progresó hasta las inmediaciones de la embajada de Kuwait efectuando un movimiento de pinza sobre Borj el Brajneh, pero se detuvo allí. Fue entonces cuando quienes asistíamos al desarrollo de los combates comprendimos que Israel no se lanzaba al temido asalto final: avanzaban los carros, pero no había infantería acompañándolos, lo que significaba que no se pretendía iniciar el costoso avance calle por calle, casa por casa, indispensable para la toma de la ciudad.

Foto: Nuestro enviado especial, un verdadero veterano de la guerra del Líbano, que ha venido cubriendo en sus diferentes facetas desde que estalló la contienda civil, en 1975, fotografiado el  mes de agosto en la línea de fuego de Borj el Brajneh, en Beirut.

En aquella jornada, en la que el Tsahal perdió al menos diez carros de combate e Israel reconoció —lo que de acuerdo con sus usos es mucho reconocer— 18 muertos y 64 heridos, los proyectos de Ariel Sharon apuntaban más hacia el asalto por etapas, alternando movimientos con intensos bombardeos de efecto psicológico, que hacia un esfuerzo de invasión continuado y definitivo. Las razones nos parecían evidentes: un asalto frontal, que hubiera sido razonablemente realizable en los primeros días del asedio, era ya en aquellos momentos una empresa difícil que hubiera arrojado una aterradora cifra de bajas, más de las que el gabinete Beguin podía políticamente soportar. Por otra parte, recurrir a una amplia operación de comandos de asalto y limpieza era complicado, ya que estas unidades especiales habrían debido emplearse en crecido número, su coordinación resultaría especialmente difícil y el menor fracaso podía desembocar en un desastre para los judíos. De ahí que la solución encarada fuese la de los ataques intermitentes o, dicho de otra manera, un asalto final que en lugar de ser continuado se iría dosificando en tiempo y espacio.
Paradójicamente, la batalla del 4 de agosto fue el acontecimiento que hizo posible que las negociaciones para un alto el fuego y la retirada de las fuerzas palestinas de Beirut llegasen a cuajar. Los palestinos habían peleado con honor y su dignidad estaba a salvo tras haber resistido dos meses, bajo un diluvio de fuego y metralla, a un Ejército dotado con el más moderno material al que las fuerzas conjuntas de varios países árabes sólo habían podido resistir, en otras ocasiones, más que unos cuantos días. Israel, por su parte, además de haber sufrido severas pérdidas, se veía ahora enfrentado a la cólera norteamericana por haberse excedido al incrementar la intensidad de los combates en un momento en que la opinión internacional ya se movía decididamente por un arreglo pacífico del conflicto. Todavía hubieron escaramuzas, combates y nuevos bombardeos, pero el 7 de agosto se llegaba a un acuerdo libano-palestino-norteamericano sobre la evacuación de los combatientes de la OLP. El día 10, Israel daba su acuerdo de principio y el 19 ese acuerdo se convertía en oficial, llegando el 21 al Líbano el primer contingente de nuevos cascos azules —aunque esta vez sin nada que ver con las Naciones Unidas—, para constituirse en fuerza de interposición que controlase la evacuación de los palestinos. Los puntos principales del plan aceptado por los beligerantes eran los siguientes:
— Cese total de hostilidades.
— Evacuación pacífica de Beirut según calendario preciso. La fuerza internacional de interposición supervisará la evacuación.
— Los palestinos no combatientes que permanezcan en el Líbano quedarán sometidos a la legislación libanesa.
— La fuerza multinacional estará compuesta de 800 franceses, 800 norteamericanos y 400 italianos, asistidos por 3.000 soldados del Ejército regular libanés.
— La evacuación palestina se efectuará por mar desde el puerto de Beirut, por vía aérea desde Chipre y por vía terrestre hacia Damasco. Los combatientes palestinos, con destino a varios países árabes, no llevarán con ellos más que su armamento individual, siendo entregado el material pesado al Ejército regular libanés.
— Los palestinos de la ALP y los soldados sirios de Beirut se retirarán por vía terrestre hacia las líneas sirias establecidas en la Bekaa y en el Norte del Líbano.
El 27 de agosto, las tropas sirias y los palestinos de la ALP llegaban a los puntos que acabamos de señalar. La evacuación del resto de los palestinos se llevó a cabo sin incidentes. En Beirut occidental sólo quedaron las fuerzas izquierdistas libanesas, cuya suerte no estaba contemplada en el plan de paz. El cristiano Bechir Gemayel ya era nuevo presidente del Líbano y las tropas judías, que habían llegado hasta Jbeil, al norte de Beirut, controlaban el 65 por 100 del territorio nacional. En el Líbano se había cerrado una etapa y comenzaba otra..

Revista Defensa nº 54, octubre 1982, Arturo Pérez Reverte


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